24 julio 2011

Funeral Fashion





I
Pronto nos recuperaremos. Es cosa de unas pastillitas (el psicoanalista fue el que me mandó a un nuevo psiquiatra. Así de jodida me ha de haber visto).

II
Es gracioso. Me preguntó si tenía ideas suicidas. Pero no me preguntó si las tenía, sino que sin burocracia alguna preguntócómo eran. Daba por sentado que las tenía. Y, bueno, no se equivocó. Supongo que suena raro que cuente acá en público esas cosas. Pero en realidad no es tan grave ni tan preocupante. Ni tan suicida.

III
Cuando le dije que tuve ideas suicidas tuve que explicarle que tenía 'impulsos'. No fantasías suicidas. Esas las he tenidos millones de veces sin ningún impulso que las acompañe.
Cuando digo 'impulso' en realidad de lo que tenía ganas era de meterme en un huequito muuuy profundo. Hondo, hondo para poder escapar lejos, lejos. De la tesis, de la soledad, de un gato con TDA H, una gata con tos de perro (paradojas de la vida). Y, de algún modo 'suicidarse' es la manera perfecta de hacerlo: ni siquiera los remordimientos te pueden dar alcance hasta allá, donde vas. Es un impulso porque no es la conclusión de ningún silogismo práctico.
Es un vil impulso. Como cuando uno tiene ganas de un helado, de un chocolate o de meterse a bañar. Unas 'ganas'. Así. Un mood. No puedo explicarlo mejor. No creo que se me vaya a resolver nada. Uno cuando come un helado de vainilla, se lo come porque es fin en sí mismo. Así con el suicidio. Lo más complicado es imaginar cómo hacerlo.




IV
Quizás los impulsos y las fantasías estén relacionadas porque así se rasca uno las ganas (salvo la comezón ¿quién ha logrado quitarse la comezón imaginando?). Quizás. Pero si así fuera, entones uno se imaginaría viajando lejos lejos. Eso sí me ha pasado. Pero es distinto con las fantasías de los autofunerales. Esas no son para rascarse las ganas de morirse, sino de joder al prójimo por no haberte jodido convenientemente en vida (¡y que se retuerza de arrepentimiento!).
Clásico: todos los que me trataron a patadas estarán deshaciéndose en lágrimas. Mis amores descubrirán que estaban enamorados de mi. Llorarán hasta deshacerse frente a mi ataúd. (Ni les cuento el grado de patetismo de mis fantasías... ¡n'ombre! que de que tienen su componente sexi, lo tienen).


(accesorios)


V
En fin. Pero de lo que nunca me había dado cuenta es cómo me imagino mi funeral. Digo, mi abuelita se quejaba de que para qué hace uno planes. Sólo a Aunt Jemima le salieron bien las cosas. Si uno ni siquiera consigue que lo entierren, incineren o whatever tal como uno quería ¡ya voy a ponerme a imaginar que me entierran vestida convenientemente! (es que morirse es algo tan accidental y molesto... que pues con lo que uno trae y se acabó... y aunque uno tenga la precaución de enfermarse con meses de anticipación, pues nada, le ponen un vestido comprado en Walmart... así son, así son).
Así que mis fantasías de cómo va a ser mi funeral son absolutamente "emo". Para empezar todo mundo va a estar ataviado de riguroso negro (que no me merezco: yo ni loca voy a un funeral vestida de negro. Con todo y que la mitad de mi ropa es negra. En fin). Y las mujeres con sombreros de encaje negro y... y de preferencia voy a morirme a Alemania, porque, como podrán haberlo adivinado, la mitad de mis fantasías están construídas bajo el modelo de ese video de Rammnstein... Aunque la versión de Amy Winehouse (R.I.P.) es una buena alternativa.

Quiero un funeral Fashion.


(Ideas para que asistan bien vestidos)


VI
Nahhh... no es cierto...
Hace muchos años que no me imagino nada. Quizás dejé de hacerlo cuando comprendí que, en esas fantasías, el único que no está muerto es uno mismo. Además son cuentos de imaginar muy incómodos: justo cuando se está poniendo buena la cosa, uno ya se murió. O quizás en el fondo sabes que todo era un teatro para espiar a los demás. Y así, muerta, te enteras de lo que en verdad sentían por tí. Pero madurar ha de querer decir tener la certeza de que, detrás de las máscaras (de las personae) uno no va a encontrar nada. O ultimadamente no importa qué pueda encontrar uno. Quizás los otros sean unos pobres zombies (¿les conté que estoy enamorada de David Chalmers, que tuve un pecesito llamado Mr. Chalmers –que murió de frío– y que aprendería ese extraño dialecto llamado australiano sólo por amor? Pero no, no creo en los zombies). Decía: unos jodidos pobres zombies estúpidos. Babosos. Descerebrados. Idiotas.

Que para lo único que sirven es para verse muy monos en mi funeral Fashion.

¡Eso!

(El gemelo zombie de Chalmers haciendo casting para mi funeral imaginario. Al original no lo conseguí: le deprimían esas cosas. Por alguna razón que todavía no comprendo, al gemelo parecía entusiasmarle el asunto... a mi se me hace que algo en la fórmula de contrapartes le falló a David)


Si alguien quiere ir a mi funeral imaginario tiene que estar bien bueno. Para empezar medir circa de 1.80. Y no tener panza (comiencen a hacer ejercicio. Tienen tiempo). Y... tienen que verse excesivamente bien de negro. Y todas las mujeres (ahí pueden ir cuantas feas quieran) necesitan llevar su gorrito con encaje y toda la cosa.

Aunque ahora que lo pienso ya no se me antojó morirme yo.

A ver a quién de ustedes mato en mi próximo cuento. Y, digo... yo que ustedes comenzaba a verme en el espejo: si les va un ataúd, comiéncense a preocupar.

Esponja.


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