01 diciembre 2012

Manjar



Hoy fue el cumpleaños de mi tía B., la que me compuso una canción cuando era niña. Y fue un gran fiestón: cumplió 60 años y los festejó en grande. Entonces me puse aquél vestido negro de rayas blancas, largo, largo. Y como, cuando le cortaron la bastilla me lo midieron con zapatos de tacón, busqué unos... y los únicos con los que puedo bailar y que son lo suficientemente altos son los tacones rojos. 

Y ahí anduve, con mis tacones rojos, pensando en ti. Le enseñé tu foto a mis primos a quienes tuve que explicarles que eras un amor platónico e imposible pero que vieran que qué bonita sonrisa. Y en más de una ocasión me di cuenta de que no les estaba poniendo atención a lo que me contaban porque, con todo lo que de improbable tenía, me imaginaba que entrabas de repente, y que te sacaba a bailar, y que platicábamos y que... bueno, tenía que platicar con mis primos: toda fantasía era censurada en el momento justo. 

Llego a la casa y me miro en el espejo. ¡Pero qué desperdiciada estoy! pienso. Me gusta la imagen del reflejo. Claro, todo es obra y arte del diseño: largas líneas blancas en un negro vestido inventan una silueta que, quizás, no existe. Los tacones me aumentan 12 centímetros y me alargan más de la cuenta.  Me sigo mirando: dos gruesas líneas al rededor de cada ojo, un poco de rimel y los labios rojos... y más mentiras sobre mi rostro: el maquillaje mágico que cubre las imperfecciones que, en el caso de mi rostro, son muchas. 

Vestida de teatro, puesta la máscara en el cuerpo siento como si me la hubiera untado en el alma. Y me visto así porque quiero mucho a mi tía y su fiesta se me hace importantísima. Pero me visto como si fuera a verte a ti, a encontrarte por casualidad, enfundada en 12 centímetros más que me acercan a tu preciosísima boca. Y mis pies se disfrazan como para acercarme tus ojos al enorme moño rojo de los zapatitos. Pero qué desperdicio pienso mientras me miro en el espejo. 

Y miro el vestido que es dos piezas. La exterior, transparente y, dentro, un fondo negro y liso. Y ya no quiero mirarme porque, mientras me quito los zapatos, las medias y el vestido, me siento como un manjar dejado a las moscas en medio de un banquete donde ningún convidado quiso venir. Y, luego, saco la pijama de franela, que me regaló mamá, porque hace frío.

Es roja, con renos enormes pintados por todos lados. Y fue la que más me gustó de todas: un uniforme de trabajo, porque paso las noches en vela frente a la pantalla, o jugando con los gatitos. Y me acuerdo que mi mamá me llevó a la tienda por mi pijama, y yo veía esos lindos camisones de satín, con bordados y que hacen juego con primorosas batas. Y luego se me antojaban pero yo pensaba ¿y para qué? ¿y para quién? y mejor la pijama capaz de vencer el frío... con renos enormes. 

Pero tardo en ponerme la pijama. Hoy todavía no hace tanto frío. Me vuelvo a poner los zapatos y me acuesto sobre la cama. Cierro los ojos y pienso en tí. 

***
El café ya está hecho. Mañana llega temprano mi mamá y, ratito después, mi papá que vino de visita y quiere comer conmigo y con mi hermano. Así que tengo que terminar este asunto ahorita en la noche, si quiero que quede bien cuadrada. Quiero meter una discusión con el artículo del asesor... quien me mandó las correcciones y, supuso, hay mucho más que corregir pero él no alcanzó a verlo. Y hace falta traducir todavía un montón de textitos... hay todavía un duro e intenso trabajo por hacer. Suspiro, casi bufo, como los gatos. 

En eso llega el vecino y ve a los gatos que salen y entran por la puerta. Me hace plática y, después, me invita a su casa. Declino amablemente: no es que sea impropio o sean más de las tres de la mañana, o que me haya dado cuenta de que venía un poquitín tomado. No, le digo la verdad, tengo mucho trabajo y no tengo un minuto libre (y a la Divinísima Fortuna y a las cautelas naturales agradezco que no haya llegado hace una hora, cuando me sentía fruto desperdiciándose absurdamente).

1 comentario:

luciana Rubio dijo...

Bartolomé Leonardo de Argensola
Soneto:

Yo os quiero confesar, don Juan, primero,
que ese blanco y carmín de doña Elvira
no tiene de ella más, si bien se mira,
que el haberle costado su dinero.

Pero también que confeséis yo quiero
que es tanta la beldad de su mentira,
que en vano a competir con ella aspira
belleza igual en rostro verdadero.

¿Qué, pues, que yo mucho perdido ande
por un engaño tal, ya que sabemos
que nos engaña igual Naturaleza?

Porque ese cielo azul que todos vemos
ni es cielo ni es azul; ¿y es menos grande,
por no ser realidad, tanta belleza?