03 marzo 2013

Cumpleaños

Me tomé el sábado. Fui a comer con mi mamá, mi hermano y su novia comida argentina. Fue en un changarrito cuyos precios son bastante accesibles porque tienen todo menos un "local". El local es una bodega, con piso de cemento cuya cortina de acero abierta dejó entrar la ventisca a todo lo que daba. Pero ése es el único detalle: el servicio, la comida y el ambiente fueron perfectos. Y les digo: el precio no se diga. 

Luego íbamos a buscar otro lugar para tomar café, pero pensé que nos saldría más barato comprar un pastel (todo un señor pastel) y tomar el café en casa de mi mamá. Y mientas íbamos al Globo a comprar el pastel, mi mamá se acordó que hoy (bueno, ayer), es 2 de marzo: el cumpleaños de mi abuelita Aurora. Así que de pronto todo tuvo sentido: le estábamos festejando su cumpleaños. Este año habría cumplido 95 años. 

Y llegamos a la casa, nos echamos nuestro cajetoso pastel con café de olla y helado de café. Todo tan, pero tan dulce, que al final Ray y yo tuvimos que tomar un vaso de agua. Y luego llegó Prici, la hermanita de la novia de Ray, y aquella fue una muy bonita reunión. Y se fue la luz, y cuando mi mamá al fin prendió todas las velas, regreso. Así que, dijo Prici, hasta velas apagamos. 

Mi abuelita no está en el cielo. Está en alguna dimensión. Así decía ella, a partir de sus lecturas de Losbang Rampa: luego de la muerte uno sigue pasando de dimensión en dimensión. Y cuando uno deja de soñar con los muertos, es que ellos ya van en dimensiones muy adelantadas. También tenía otra teoría: que morir es volver a la verdadera casa de donde fuimos extraídos cuando nacimos. Y al llegar a casa volvemos a ver a quienes tanto amábamos y a quienes extrañamos tanto. Entonces, ella no está en el cielo, sino en esa casa que, ojalá, sea también la mía. 

Al llegar a esa casa, decía mi abuelita, nos quitamos la máscara con la que anduvimos en la tierra. Éramos actores y personajes y, al fin, en esa casa, seremos otra vez nosotros mismos. Y yo me pregunto si, de vez en cuando, lo que necesitemos sean unas vacaciones de nuestro personaje. Y después de pasado un tiempo de exilio, de peregrinar en el desierto, debamos volver a ver a nuestros antiguos compañeros, a nuestros amores, con un nuevo rostro. 

Así quiero volver con el amado Valerio... aunque sea para despedirme. 

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