10 marzo 2013

El loco

Está loco. Me queda claro. Nadie en pleno uso de sus facultades mentales dice en un congreso internacional: "utilizamos este proyecto para aprender latín"... cuando el proyecto consiste en traducir a un famoso filósofo del latín a varias lenguas vernáculas. Nadie cuerdo y consciente lo diría sin esperar burlas y risas. Pero nadie se burló ni se rió. Yo solamente lo miré con la quijada desencajada y entendí perfectamente qué era lo que ocurría: está loco. No es malo, no actúa con dolo. Simple y llanamente está desconectado de la realidad. Fue cuando lo perdoné. 

 Que en este caso haya una relación entre la brillantez y la locura es claro, pero no en el sentido clásico del asunto: no son las conexiones extravagantes de su mente las que le otorgan el halo de brillantez, no es que vea nexos donde nadie más, ni que a la mente le falte la prudencia y le sobre la osadía. No. Es más banal: está dotado de una buena inteligencia (eso jamás nadie lo negaría) y de una gran capacidad de improvisación. Y, decidió un día, vayan ustedes a saber cuál fue la nefanda hora, que eso lo eximía del trabajo árduo, cadena de los poco ingeniosos. Que bastaba pararse frente al auditorio o tomar la pluma, y que las verdades fluirían solas. 

 Pero todo sabemos (y la gran mayoría lo aprendemos en la universidad), que para ser un gran improvisador se requiere obtener una gran técnica. Si usted jamás ha aprendido un paso de baile, por más que tenga ritmo llegará un momento en que se verá limitado. El gran bailarín, capaz de improvisar maravillas, antes que otra cosa sabe bailar. El poeta, capaz de improvisar sonetos y redondillas al aire, domina hace rato ya la técnica de medir y sojuzgar los ritmos del lenguaje. Y así, mientras el tiempo pasa y las canas cubren la cabellera, aquél que sólo sabe improvisar comienza y termina por no decir nada, y provoca admiración por la tozudez con que lo hace.  

Como pueden ver, hay, efectivamente, una relación entre desconectarse del mundo y un ingenio brillante. Pero los resultados son tristes. Y sí, provocan admiración y desencajamiento de quijadas. Habrá que saber unir bien los cabos para no irse con la finta.

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