05 septiembre 2013

Confesiones escandalosas: ¿Qué me quitó Lucila?

Si eres Valerio y no has leído el post anterior, léelo: acá está. Y luego sáltate el rollo de este post que está de hueva, pero que tenía que escribirlo. Y te quiero. Y si no eres Valerio... realmente te compadezco, pobre de ti. Pero aún así no pierdas el ánimo: vale la pena vivir.
Bueno, el post está abajo...

La última conversación que tuve con Daniel en FB, hace menos de una semana, terminó en el finiquito definitivo de nuestra (y con muchas comillas, amistad). A él le preocupaba que, de "formalizar" nuestra amistad, yo aprovechara el momento para hacerle daño, es decir, para ponerme histérica recordándole sobre el pasado. Justo antes del instante de promerle que eso no iba a ocurrir, me detuve en seco y le pregunté:

¿De qué he estado hablando el último año? ¿Cuál ha sido mi único tema de conversación? ¡Pues X.! ¡De lo único que hablo es de X! ¿a qué horas me he puesto a hablar de nuestro pasado! ¡Vamos! Desde mucho antes de que cortáramos yo ya estaba bien enamorada de él... de hecho, mucho del daño que te hice tuvo que ver con que yo no paraba de hablar de él. 

Y es verdad. El crujir y rechinar de dientes no tenía qué ver con perder al amor de mi vida. Daniel quizás fue el amor de mi vida (y a menos que me muera mañana, esta es una afirmación cuyo valor de verdad es muy dudosa), pero ese amor se terminó mucho antes de que yo conociera a X. Él no vino a sustituir a nadie: simplemente tenía yo un gran lugar disponible (que no sólo fue ocupado por X., y que han sido puestos y quitados de ahí varias personas). Así que ¿qué fue lo que me quitó, si algo me quitó, la buena de Lucila?

Pero actúo así, como si me hubiera quitado algo. Y justo en estos momentos que estoy en plena etapa conflagrativa ¿a qué me pongo a tener en el FB a la muy Doña Señora? ¿A qué se debe la obsesión? La amistad con Daniel finalizó por una simple razón: trató de dorarme la píldora como años ha. Pero a diferencia de aquella vez, lo que ahora buscaba de él no era algo que necesitase. No necesito su amistad. Es algo lindo, hubiera sido algo lindo. Pero no la necesito y, si lastima, mejor hay que tenerla de lejitos. Bueno: se acabó Daniel. Pero ¿por qué sigo con la obsesión con la pobre de Lucila, si su marido –la manzana de la discordia– es lo último que ocupa mi cabeza?

–Me quitó a mi familia, le digo a Ely. Yo quería mucho a mi suegra. Me gustaban sus ritos, sus chiles en nogada, su caldo de camarón. Me gustaba la Dominga y el flan de la abuelita Evangelina. Me gustaba Pablo (ahí sí, literal), la máquina del Nescafé, los grandes eventos lasañosos, las crepas, las eternas dietas, y todo lo que, con ellos, significaba pertenecer. Y eso fue lo que perdí. Aunque la abuelita Evangelina haya muerto ya, aunque Dominga ya no viva con ellos, aunque seguramente ya nada sea como era y como me gustaba tanto. 

Y sobre todo me quitó un proyecto: eran las fotos de su boda las que estaban en su perfil, de una boda que debió ser la mía, porque yo me quería casar y formar una familia. Y quería un hombre sapientísimo capaz de resolverme todos los problemas en la vida, desde llenar formulario burocráticos hasta interpretar una línea complicadísima de un texto. El bastón que necesitaba para enfrentar a la espantosa y peligrosísima vida, los caminos burocráticos del Señor. Cuando Daniel salió de mi vida, me llené de miedo y de pánico porque él me cuidaba y enfrentaba a los monstruos por mi. 

Y, sin embargo, yo estaba ya antes enamorada de X, capaz de proveer y cuidar y todas esas cosas, pero no era por eso que lo amaba yo. O al menos no porque fuera capaz de cuidar de mi. Para asegurar la "pureza" de mi amor, más de una vez, me alejé: para no deberle nada, ni un ápice. Para no depender en absoluto de él. Y poderlo querer a gusto.

Sí, sí, ya sé, ya sé. No me lo tienen qué repetir. Lucila ocupó mi lugar, aunque ese lugar tuviera para mi cosas espantosas, como hacer el amor con un tipo que definitivamente no te gusta (a ella le ha de gustar, evidentemente). Pero el asunto, el issue es que fui sustituida. Y eso minó mi seguridad (cooperó que Daniel dijera ella sí tiene doctorad, y su casa sí está limpia, y su piel sí es muy suave). Y en el fondo ¿cómo reclamarle esa reacción, si yo llevaba años comparándolo con los hombres más bellos del universo, a quienes amaba consecutivamente? ¿Cómo? 

Es difícil aceptar las responsabilidades. Aceptar, por ejemplo, todo lo que le hice a Daniel. Asumirlo y dejar que el peso de la responsabilidad caiga con toda su fuerza y, después, perdonarme. Aceptar, también, todo el dolor que significó perder a esa familia. Un dolor agudo por no poder ir a enterar a Doña Evangelina. Por el silencio de los primos y hermanos que antes fueron tan cariñosos conmigo. Todo eso, todo. Además es espantoso descubrir hasta qué grado era y soy inmadura, dependiente, temerosa... insuficiente. Luchar, pues, por la autosuficiencia y todas esas cosas.

De amar a X pueden salir cosas muy dolorosas. Desde que me bateé simplemente hasta todo lo demás. Pero por ahora quisiera darme el lujo de enamorarme de quien estoy enamorada (por segunda vez, pero esa es otra historia). Y saber que, pase lo que pasé, no pasará más –al menos a mi– que levantarme del piso, sacudirme las rodillas y seguir adelante. On my own.

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