Llevo varias semanas tratando de escribir la historia de La Mujer Mágica, el Caballero y el Dragón. Pero no se me ocurre cómo porque, de todo, lo único que no hay es historia. Hay una mujer mágica, un caballero y un dragón; es todo lo que hay. A la mujer mágica le gustan los gatos y al caballero, las piedras. No cualquier tipo de piedras, sino aquellas que cuentan historias. A veces pienso que parte de la magia de la mujer mágica tiene que ver con las historias que pueden contarse sobre ella, como de las piedras muy antiguas llenas de símbolos, de huellas de otros tiempos. Sus ojos son polícromos como la panza de las amonitas cristalizadas, su piel tornasolada como el nácar que aún cubre lo que fuera la concha del animalito prehistórico.
Mujer Mágica en forma de Amonita |
A veces me la imagino a toda ella vuelta caracolito, tomándose las rodillas con los brazos y murmurando con su voz marina alguna canción muy antigua y en una lengua secreta... se la canta al caballero, vuelto marinero que de su red va sacando una a una las criaturas mágicas recolectadas en todos sus viajes a través de los siete mares. Ella canta, murmurando, y él la hace cantar pasando la punta de sus blanquísimos dedos por el espinazo de su caracolito perfecto... y de tanto cantar en una lengua secreta, de pronto la mujer mágica, ante sus ojos estupefáctos, se transforma en el disco de Festos plagada de significados ininteligibles. Y quizás el caballero, mudado de paleontólogo a filólogo, logró encontrar la clave de su desciframiento. O no. Y he ahí la peripecia de la historia que no alcanzo a contar.
Mujer mágica transformada en disco de Festos |
Cuando él despertó, el caracolito ya no estaba ahí. Quizás se volvió medusa o pájaro y salió sigilosa por la ventana. Quizás, en un abrazo demasiado intenso, le quebró la concha y la dejó sentida. Quizás leyó en voz demasiado alta el indescifrable texto grabado en su espinazo... y resultó ser una fórmula de desaparición. O quizás, epígono de Rumpelstiltskin, cuando el marinero murmuró su nombre entre sus manos la mujer estalló en cenizas, o en arena... o en algo que no pesaba nada y que, al entrar la luz a la celda del caballero, vuelto monje penitente, quedará eternamente flotando pulverizada todos los atardeceres bajo su ventana.
¿Y el Dragón? ¿Por qué tiene que haber aquí un Dragón?
No puedo contar nada porque aquí no hay nada que contar: ni historia y ni siquiera un villano, ni trágica peripecia, ni leyenda, ni nada. Sólo una gotita coagulada de ambrosía que, a decir de la gente, no eran otra cosa sino vulgares lagrimitas de azúcar:
Lagrimitas de azúcar, cuyo centro es líquido. |
6 comentarios:
Imaginativo... Me gusta, me da nostalgia
Hugo: muchas gracias. :)
Nobux: Honrado está este blog por recibir tan bellísima respuesta. Hasta me encelé un poquito de la misteriosa, ¡oh misterioso Nobux!
Pero qué falta de paciencia, Nobux... :(
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