Los hombres bellos existen para hacerles poemas, y ellos usan su belleza para hacerse de las suaves carnes de las sensibles enamoradas. Pero ahí la belleza siempre sale comprometida y nadie la obtiene como si se tratara aquello de una realización, de una completud, de un telos. No. Aquella que ha sido poseída por el deseo de la imposible belleza ¿cómo se supone que va a desear puras proporciones áureas y demás productos del bombardeo inconsciente del que hemos sido víctimas durante miles y dosmiles de años?
¡Daah!... ese deseo por las carnes proporcionadas es como una burbuja sensual que explota frente a los ojos y nada significa. No, eso no es belleza. Es un hambre rancia cuyo único objetivo es multiplicarnos y mantener en su falsa eternidad al degenerado género de los hombres. No es más. La obsesión por hacerse de las blandas y pulidas carnes deseables no es sino las enormes ganas por reproducirlas en el minúsculo espacio ventricular. Unas ganas que, sea dicho incidentalmente, ni siquiera son nuestras porque para nada se nos antoja amamantar a la pequeña belleza reproducida.
No, no. Esas obsesiones reproductivas no son LA BELLEZA.
La belleza es la realización de la estructura. Si no me entiende, vaya usted por favor y lea Los elementos de Euclides. Si no tiene un orgasmo, no se preocupe: aún le queda el 4to concierto de Brandenburgo. ¿No? ¿sigue pensando en la proporción áurea de un rostro cuya boca es demasiado minúscula como para habitar semejantes mandíbulas? Entonces hágame el favor y aprenda una bonita lengua cuyas morfologías verbales y nominales necesiten de una rigurosa sintaxis para funcionar. ¿Ni así? ¡Aprenda a tocar un instrumento! ¡Consiga que la mano izquierda se independice de la derecha en el piano o la guitarra! O, ¡vaya!, encuentre en una fotografía la proporción áurea. ¿No? ¿No lo conmueve el final de Fahrenheit 451? ¿Ni siquiera le gusta Sherlock Holmes?
No, no. Usted no está sufriendo una pena de amor. Usted cree que será presa de la proporción áurea que ni que estuviera tan proporcionada. ¡Vamos! ¡Ya se había enamorado usted de la armonía y proporción de las costumbres! ¡Ya le había dicho usted a su ser amado ¡soy pluma, enséñame a ser ala y que Dios te bendiga, Valerio mío! Entonces pudo más la medida y acompasada proporción de las manos que se movía, armoniosas, y la voz modulada y la capacidad infinita de jamás ofender ni con la lujuriosa mirada. No, no... usted entonces sí estaba enamorada.
Esto que ahora le pasa a usted ahora no es sino el último rayo de juventud en un rostro congénitamente simétrico. Y una boquita pequeña, y níveas luminosidades de... ¡¡¡¡CALLA, CALLA!!!!
Escucha a Taylor Swift y ponte a trabajar.
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