01 marzo 2015

1 esponjita de fuerza

Estoy oyendo a los Cranberries, lo que me recuerda cuando recién me fui a vivir sola. Me la pasaba armando un rompecabezas de 5000 piezas de la Escuela de Atenas que, antes de completarse, terminó bañado por una exótica lluvia que comenzaba dentro de mi casa cuando al fin dejaba de llover afuera. De eso han pasado diez años que se cumplen este mes. Y me acordé también que, cada que entraba al Walmart, compraba unos calzones nuevos: por alguna razón la independencia económica se reflejaba en el poder de comprar hartos calzones... y muñecas Bratz. 

Hoy, sin embargo, fue un día muy extraño. Regresé al Walmart: hacía tiempo que no iba yo sola a comprar el mandado, como solía hacerlo cuando recién me mudé acá. Entonces compraba quesos raros, velas aromáticas y... pues ya dije, calzones. Salvo lo último, repetí las compras del pasado. Pero luego fui a comer con mi mamá. Entonces el carro, que tiene 9 años pero parece de 90, comenzó a calentarse. Aún así, decidimos ir a comer y ya después dejaríamos el carro en casa: estábamos cerca. Pero menos de un kilómetro antes de llegar y, para pésima suerte, justo en el cruce de dos avenidas importantes se mató... justo en la vuelta. 

Durante media hora me la pasé agitando el brazo derecho con un trapito para que los microbuses le sacaran la vuelta al carro de mi mamá. Para colmo la direccional izquierda murió, y sólo parpadeaba la derecha dando la impresión de que estábamos anunciando la vuelta y no que el carro estaba parado. Luego llegó el tipo del seguro quesque para pasarnos corriente, pero nada: la marcha estaba atascada, Algo le hizo este hombre, y el carro arrancó, pero justo antes de llega a la última avenida, se volvió a matar: con que lleguemos a C. ya la hicimos: ahí puedo ir empujando el carro. Y dicho y hecho: la última vez que el carro quiso arrancar fue en ese momento. Al dar la vuelta sobre C. y al bajar la velocidad para pasar un tope, el carro expiró por última vez. 

Mi mamá tiene un problemón en la rodilla, así que la única que podía empujar la mole de la PT Crusier era yo... y para mi gran sorpresa, aquella mole cedió a mis intentos... avanzamos los últimos doscientos metros y, gracias a 1 esponjita de fuerza, logramos estacionarlo. 

Cuando llegué cerca de mi casa me metí al Walmart, compré un vino y unos quesitos y recordé aquello de los calzones... llegué y saludé a mis gatitos, y pensé en que con una sola esponjita de fuerza hace 10 años me integré a la vida adulta. En todo ese proceso he esponjado... digo, he empujado varios carros, y sobrevivido a varias baterías impotentes, a pequeños diluvios en departamentos minúsculos, aprendido latín y griego, y sobrevivido a tremendas heridas en mi narcisito. Y a dos tesis. 

Hoy, mientras me dejaba a mi mamá en su casa y me encaminaba a la mía, le dije que, con todo y entuerto que tuvimos que desfaçer, contamos con algún tipo de ayuda divina. Seguro mi abuelita y Aurora nos andaban cuidando, porque todo ocurrió de tal modo que logramos resolverlo. Hasta que llegué a mi casa recordé que el 2 de marzo es cumpleaños de mi abuelita Aurora. Y sí, todos sus nietos, en momentos de dificultad, invocamos su tremenda fuerza, su versión de la fe, y su pasión. 

Ahora, en estos días, mientras veo la mole enorme de la tesis de doctorado erigirse frente a mi, pienso en mi abuelita como una especie de Obi-Wan-Kenobi diciéndome: usa la fuerza, esponjita...

Aunque sea sólo una esponjita de fuerza. 

2 comentarios:

luciana Rubio dijo...

Maravilloso.

Flávio Santos dijo...

1 esponjita de muita força. Que nunca te abandone :)