Asalto Onírico a Microbús.

De un sueño

Duérmome a las ocho de la mañana, después de no haber pegado el ojo 36 horas. He aquí el resultado:

*Por alguna razón, Paco y yo íbamos en un microbús al aeropuerto a recoger a alguien...supongo que a Daniel. De pronto, una banda de asaltantes se subieron al microbús. Pero no eran cualquier tipo de rateros: todos llevaban antifaz negro, iban vestidos con ropas ceñidas de cuero y de látex, y las armas que llevaban eran látigos de cuero.
No me dió terror, ni a Paco tampoco. Nos dió coraje, aunque sabíamos en el sueño que no podíamos defendernos (ha de notarse aquí que lo bizarro de la vestimenta no tenía nada de erótico en el sueño: simplemente era común que los asaltantes utilizaran látigo y se visitesen con la ropa acorde a la ocasión)
Afuera era de noche, y llovía, pero era una lluvia como de programa de televisión, y en lo negro de afuera, todo era negro, como de escenario. Entonces Paco y yo planeamos como defender a los del micro de los asaltantes.
No me queda muy claro cómo, pero de pronto les quitábamos los látigos y éramos los héroes del día... al final del sueño ya ni siquiera íbamos por Daniel al aeropuerto.
Lo bueno de los sueños, es que si el objetivo principal se olvida, no pasa nada: al contrario, si hubiese una prueba epistemológica de que uno está dormido o despierto, probablemente recaería en la capacidad para encontrar el fin de las acciones que llevamos acabo. Pero quien sabe, hubo alguna vez un hombre para quien el talco Maja lo hundió en el esceptisismo pirrónico... y de vez en cuando, cuando me da miedo encontrarme una moneda de tres pesos (Cf, algun post viejo), me pongo talco maja y voy a visitarlo.


De Foucault

Si Foucault habla de la "mesa de disección" en Las palabras y las cosas, aquella en donde todo tiene lugar (el paraguas, la máquina de escribir, los zapatos), he descubierto en la ciudad la más extraordinaria "mesa de disección" de todas.
Les diré lo que contiene y ustedes dirán donde está la mesa.
El Progreso Nacional y al presidente Ávila Camacho, al planeta Júpiter y a San Felipe Neri. Contiene Centeno, Vainilla y Canela. A veces tiene al Ejército y a la Marina Nacional, junto a SEDESOL y Nicolás Guillén, a Elena y a todo el bosque de Chapultepec. Zapata comparte lugar con telegrafistas, mientras que un ejército de desconocidos, como Platón Sánchez, cohabitan con Tlalpan, Insurgentes o Periférico.
Ahora vivo en Normandía, entre Lourdes y Orinoco. Extraño vivir entre Vainilla y Resina, sobre Centeno y en contraesquina de Añil: las imágenes de todo eso son rarísmas: oníricas también.

De los chicles y la textura.

Decía Livi que a ella le choca la gente que masca chicle y a la que se clava en la textura. Y yo, pensando en los animales que se agitan como locos, y los que fueron pintados con un pincel finísimo, se me ocurrió una cosa:

La gente que se clava en la textura, cuando masca chicle, debe de aguantar mucho mascando, pues no le importa que ya no sepa a nada el desgraciado pedazo de petróleo. Pero también hay que recordar que el chicle original era la resina del árbol, y que, obvio, no venía con sabor a menta integrado. De donde se puede suponer que quien no se clava con la textura, es porque ama los saborizantes artificiales...

La esponja desvelada.

PD: ¡Cuéntenme sus sueños!