06 septiembre 2010

Valerio en tránsito (no-cuento sí-ficción)

No hagan caso al post anterior... ya seguí leyendo :(
(eso de las caritas es terrible influencia de tuiter.)

En lo que agarraba ánimos para seguir con McDowell, los genes, Tomás de Aquino, Nemesio y Avicena, etc, etc, etc, salieron unas cuantas líneas cuentísticas que, de cuento, nada tienen. En fin... a ver que os parece. (debería haber un género llamado literatura procrastinadora)


(Introducción -más interesante que el cuento-
El Valerio de este cuento es como de los años cuarenta... pero de unos años cuarenta que me inventé yo. Hay una película portuguesa basada en una obra de teatro de fines del XIX, pero ambientada de una manera lo suficientemente ambigua para que el personaje se vaya a trabajar a una colonia portuguesa en África, use sombrero y tirantes, y tenga en su escritorio un monitor de LCD... pero no me puedo acordar cómo se llama.

****
Valerio está regresando de un largo viaje de estudios. Tendrá como treinta años. Planeaba quedarse a vivir en el lugar donde estudió, pero ha muerto su Tío (un acaudalado hombre de negocios) y él es uno de los candidatos a sucederlo. Valerio no tiene las más mínimas intenciones de hacerse cargo del negocio familiar, pero es un buen pretexto para ocultar las verdaderas razones que lo obligan a volver a su país. Regresa soltero, sin un centavo, con muchos diplomas pero sin certeza de conseguir un trabajo digno de sus méritos (la universidad de su país es un lugar extraño, y aunque tiene confianza en sus capacidades, duda de la situación política de la universidad... recuerden, es un país inventado)
Viaja junto con una centena de libros. El viaje en tren ha sido placentero, pero le angustia el momento en que tendrá que subir al barco: su pequeña biblioteca es lo más valioso que tiene en la vida. No es por las privaciones que tuvo que pasar para hacerse de ella, sino el hecho de que algunos volúmenes serán inaccesibles en su país de origen: aunque tuviera que trabajar de contable, obrero o maestro de primaria, no puede detener su trabajo, su verdadero trabajo.
Consigo lleva solamente tres libros: una novela policiaca que ha terminado de leer hace rato; unos poemas de Pessoa -que le recuerdan Lisboa, la tierra de sus padres, y a donde le hubiera gustado irse a vivir- y una pequeña edición griega del De anima de Aristóteles. A ese último libro ha consagrado su vida. Lo ha traducido y comentado hasta la saciedad, intentó una edición nueva, y la premura de volver le destrozó el corazón porque lejos de Europa esa tarea sería imposible. Pero no ha perdido la esperanza. Conoce bien a sus comentaristas griegos, medievales y a aquellos nuevos scholars que tratan de dar cuenta de las múltiples oscuridades de sus páginas.
El tren paró durante algunas horas. Los pasajeros bajan para alimentarse, sentirse un rato en tierra firme, quizás mandar una carta. Valerio desciende del tren, mira su reloj de bolsillo, y decide que hay suficiente tiempo para tomar un café. El tren lleva su biblioteca y su corazón, pero durante un buen rato se siente libre incluso de sus ilusiones. Sale de la estación. Está en una ciudad, lo suficientemente pequeña para no recordar cómo se llama, y lo suficientemente grande como para tener un hermoso café donde pasar un rato. Lo suficientemente grande para que le vendan café y para no encontrarse con nadie indeseado.
Los habitantes conversan en alemán. Valerio lo entiende pero no lo habla con fluidez. Le alcanza, empero, para poder pedir su café y quizás algo para acompañarlo (todo el viaje ha sido tortuoso: sólo ha habido te, y el extraña hondamente el sabor amargo del tinto. ¿Cómo ha sobrevivido todos estos años tan lejos de un buen tinto? Quizás este café no es precisamente lo que desea, pero ya está mucho más cerca de casa...

Salón de alfombra verde.
Valerio se hunde en el sillón y saca al azar uno de los tres libros. ¿Al azar? sus dedos buscan el tomo de Pessoa, quizás porque el pequeño tomo de pastas verdes es un pretexto para quedarse pensando.

Es entonces cuando repara en su presencia.
Es de talla pequeña, y quizás tenga quince o dieciséis años. No es precisamente hermosa, pero tiene un increíble cabello largo y castaño que, por alguna razón, se ha soltado. Venía en el tren, la había visto hacía rato... Valerio creyó que viajaría más al sur: es morena, y habría jurado que la escuchó hablar en italiano. Junto con ella hay una enorme cantidad de valijas, grandes, pequeñas, y un pequeño neceser verde que lleva sobre el regazo. Sí... vinieron a recogerla... pero ¿por qué no llevarla a casa inmediatamente?
Frente a ella hay un hombre que le habla sin parar en alemán. Están muy lejos y Valerio no alcanza a escucharlos. Toma el libro y mira sus páginas. El hombre lo ha mirado.
Después de un minuto vuelve a alzar la vista. Ella está hecha un mar de lágrimas y el hombre mira hacia la ventana, callado.
De pronto parece que ella va a hablar. Entonces él se levanta y la deja con la palabra en la boca. Valerio se siente profundamente molesto... quisiera ir a ofrecerle alguna ayuda... ¿por qué la trata así?
Está a punto de levantarse, pero teme meter en más problemas a la chica... ¿qué podría hacer él por ella? Además no puede perder el tren...

***

Mira el reloj... ¡apenas una hora! Si tan solo pudiera pasar ese rato en el tren... ahí podría concentrarse en la lectura sin terror a que la máquina se vaya sin él. Vuelve a dejar el libro en la mesita, y pide otro café. Para su sorpresa la chica sigue ahí, sola, con la cabeza apoyada en la ventana ¿estará tan triste?... no, está dormida, y se le ha caído el neceser, abriéndose y desparramando todo su contenido. ¡Esto no puede seguir así!. Se levanta y auxilia a la chica que todavía está confundida sin entender qué le pasa.
Valerio le habla en francés, luego en italiano, pero la chica no le entiende nada... (habría jurado que la oyó hablar en italiano...) finalmente ella le dice gracias...
¡¡Hablas castellano!!
¡Sí! ¡y no puedo creer que usted también!...
Los dos se ríen sin parar: llevaban casi dos minutos tratándose de comunicar en todos los idiomas posibles. Valerio está a punto de preguntarle de dónde es (porque paisanos no son, eso le quedó claro), pero finalmente el hombre regresa a la mesa. Algo le espeta en alemán, y no le queda claro si es una amenaza o si le está agradeciendo la atención... pero el tipo tiene prisa, y comienza a recoger las maletas.
Ella le agradece infinitamente a Valerio, pero en alemán... parece que al tipo no le hubiera gustado oírla hablar en castellano. Valerio le contesta en francés... sabe que ella no entiende las palabras, pero sí el gesto. Se van.

****
No ha pasado aún otra hora. Ya ha bebido suficiente café... ¿qué será de la chica? ¿de dónde viene? ¿por qué la hizo llorar así?...
En la misma mesita se sienta una joven rubia con un enorme peinado, joven, quizás tendrá veinte años. Frente a ella un hombre maduro y alto. ¿Será su padre? ¡ah, no!... él le toma la mano, la mira... la mira... la mira así... pero apenas toma la mano, casi sin querer. Valerio se hunde en el sillón, se tapa la cara con el libro y ser ríe...
Regocijo... es que parece como si aquí se hubieran venido a darse chance de tocarse las manos ¿y si los viera alguien que los va a acusar?
Ella ser ríe a carcajadas de las cosas que él le dice (quisiera alcanzar a escucharlos... ¡parece tan gracioso lo que él dice!) Hace gestos, mueve las manos, y ella no puede parar de reír... de pronto voltea sobresaltada hacia atrás: su risa le pareció demasiado fuerte. Se tapa la boca, sigue riendo, y él la mira así, gozoso de la risa que le provoca... Están muy poco tiempo. Se levantan y, contra lo que esperaba Valerio, apenas y se dan un beso en la mejilla. Pareciera como si él no se atreviera, pero de pronto toma valor... ¿valor para dar un beso en la mejilla?... Valerio sonríe...

***

Falta una hora. Ahora sí quisiera que faltara un poco más... Está a punto de salir a caminar, pero para su enorme sorpresa regresan al café la chica morena y su acompañante. Iba a pedir la cuenta pero mejor pide otro café (¿otro? se dice a sí mismo... pero ¡si ya estás temblando de tanto café!)
No puede resistirse... tiene que saber por lo menos cómo se llama. Regresaron con algunas maletas ¿será que volverá a subir al tren? Valerio siente un pequeño vuelco en el corazón... pero ¿por qué? él mismo se sorprende.
Se vuelve a hundir lo más posible en el sillón... ¿y si va a transbordar?... ¡es lo obvio Valerio! si no, ¿para qué bajar las maletas?
No puede evitar ver con cierto odio al tipo... también lleva maletas... ¿a dónde se la va a llevar?
El tipo comienza a hablar... sí, en alemán, parece ser. Pero ahora suena tranquilo... ¡demonios! ¡la hizo reír!... ¿quién será?
Es un tipo maduro (Valerio ya no soporta estar sentado... ¿cómo se le ocurrió quedarse ahí y no salir a caminar?)... pero es más joven de lo que parece, lo que pasa es que ha encanecido joven (Valerio se revuelve en el asiento... lleva demasiado rato sentado... se va a arrepentir, lo sabe)... es un tipo apuesto (¡maldita sea! ¡cómo lo mira ella!), pero casado... no con ella ¡si sólo es una niña!... ¿o sí? Busca un anillo en sus deditos... pero ¿y si por eso la riñó? ¡no! es una niña... no es posible (¡dolor! el maldito dolor volvió... lleva demasiadas horas sentado). Es que ¡es una niña! (y por eso no debió sentir ningún vuelco en el corazón...). Entonces él tipo se queda callado y voltea a la ventana. Tiene un perfil perfecto (parece grabado de Doré... sí...) y ella... ella lo mira, embobada, lo mira... y él debe saber que lo mira...
¡La hora! ¡El reloj! Se va a ir el maldito tres... hay que volver a la realidad... quizás sí suban al tren después de todo... no... no parece... acaban de pedir algo...
Valerio se levanta no sin dificultad. Tomas sus cosas y trata de esquivar las otras mesas de tal modo que sea inevitable pasar junto a ellos (¿para qué el teatro? ¿por qué no despedirse simplemente?)... se acerca y el tipo le lanza una mirada ¿agresiva? ¿atenta?... pero se levanta muy cortes... Valerio extiende la mano y el tipo lo saluda como esperando descifrar el misterio (¡tan poca es su memoria a corto plazo!)... pero la chica se levanta y le explica ¡en francés! al tipo que Valerio fue quién la ayudó hace unos momentos. Entonces el tipo sonríe y ¡en fracés! le agradece la atención (se siente un poco traicionado por ella... ¿por qué hizo como que no le entendía nada?)
Valerio se presenta... en castellano... (¿pero qué me pasa? ¿soy un idiota?)... antes de corregir y ante la mirada sorprendida del tipo, la niña traduce todo... en alemán, ahora sí... Valerio odia no poder hablar alemán... está confundido, no sabe qué hacer...
El tipo ríe (¿es capaz de la risa?) y se despide (¡sí! ya me voy...). Ella se despide y se presenta ¡en castellano! (¡pero qué Babel, qué Babel!)
Me llamo Margarita, y él es mi tío Günter... gracias por ayudarme... quizás nos encontremos pronto del otro lado del Atlántico...
Ella se ríe como burlándose... quizás ella vaya hacia Buenos Aires y Valerio viaja hacia México ¿cómo se van a encontrar?... Valerio se ríe nervioso, se despide de ambos, y choca contra la puerta... ella ser ríe (¡pero qué hermosa risa!)... faltan quince minutos para que salga el tren... bien merecido me lo tengo si se me va...

1 comentario:

Daniel G.G. dijo...

Super! Qué buen ritmo narrativo. Sólo insetaría un par de versos de Pessoa cuando lo mencionas y entonces sería perfecto :p