09 octubre 2007

Delirium literario

Antes de leer mi cuento, una adivinanza: ¿Qué desayuna Ricardo Salles?
Respuesta: Chococrisipos.
Ahora sí, estimado lectori: una vez que dijo ¡¡¡¡ay la baba!!!, puede seguir babeando, digo, leyendo a la esponja.

Creí que lo había olvidado. Pero peor aún: creí que nunca me había importado.
Un día desperté y me dí cuenta de que los últimos veinte años de mi vida los había soñado, que nunca ocurrieron, que fueron pura fantasía.
No, no fueron verdaderos, pues él nunca descubrió que el peor error de su vida fue despreciarme de modo tan terrible. No, nunca vino de rodillas a pedirme perdón, nunca tuvo la anagnórisis en la cual algún hado le reveló que yo era el verdadero amor de su vida.
También fueron falsas todas las anécdotas chuscas que repetí sin cesar veinte años mis imaginarios hijos, yernos y nietos, según las cuales, él empapado de la cabeza a los pies, me esperó varias horas en el estacionamiento con un ramo de rosas, con un libro o qué se yo, para perdirme matrimonio. También imaginé mi emoción, mi "sí", y el mito dulcísismo en que se transformó nuestra escandalosa relación.
Tampoco es cierto lo estrambótico de nuestra relación: la diferencia de edad, la situación sospechosa y comprometida. Las malas lenguas se regocijaban como abejas en frutería. Falso también el sufrimiento causado por la ira de mi madre al enterarse de mi relación con un hombre mayor.
No. Todo eso me lo imaginé. Todo. La boda, los hijos y hasta un nieto. La casa, los polvitos saltarines iluminados por la luz que a las siete y media de la mañana se colaba por la ventana de la cocina... por cierto, de una cocina que tampoco existió, porque también fue absolutamente imaginada la celocía y los planos de nuestra maravillosa casa, y la cuchara sucia de gerber en el fregadero de alguno de nuestros hijos. Y la yerba del jardín gigantezco, y los árboles, y los encinos (lo que me hace sospechar que más que estar enamorada de él, estaba enamorada de la inexistente casa)...
(lo que me hace sospechar que por eso, cuando dejé de soportarlo, cuando todo su cabello había ya encanecido,cuando echó definitivamente panza y le salieron pelos por la nariz, cuando le comenzó a tronar la espalda y las rodillas por la edad, cuando el pellejo de la espalda comenzó a colgarle, cuando empezó a rasurarse mal la blanquecina bárba, cuando la próstata dejó de funcionarle... y lo dejé de amar, y ví lo vulgar que era, y descubrí que tenía hongos en los pies, y quise devolvérselo a su mujer con todo y chivas,... el amor por la casa me hizo recibirlo noche con noche en la cama... y mi alma se amargó y se puso verde, y toda la generosidad se me fue por el escurridero de platos, y quedó enredada entre los pelos de la coladera del baño, las medicinas para anciano, los pañales...
Y por eso -nótese que no he cerrado el paréntesis- cuando el pobre viejito comenzó con la garraspera, so pretexto de pasar una noche sin sobresaltos yo acostumbra babajar al porche enorme e imaginario, con una mecedora que tampoco existió jamás y dos lamparitas como de película gringa, y ahí veía a mi amante, uno de sus tantos alumnos..
Debí sospechar que todo eso me lo estaba imaginando porque ¿cómo se puede explicar un porche con jardí gigantesco en plena ciudad de México y con un sueldo misérrimo de profesor de filosofía... y con ese hijerío? ¿y por qué la imágenes bucólicas que poblaban la mirada de todas mis mañanas se parecían a las de Dawson's Creek revuelto con Mujercitas? Debí sospechar que los últimos veinte años de mi vida se parecían demasiado a la película gringa y ochentera que vi anoche.
Nótese que no he cerrado el paréntesis.
Aún así, cuando finalmente murió, me puse muy triste. Y ví su redonda nariz, recta y boluda (sólo un prodigio de ingeniería, v.g. Dios pudo diseñar cosa tan contradictoria) taponada de blanco algodón. Y sus hijos y mis hijos y un hijo que nadie supo al final de quien era (ni su ex ni yo lo conocíamos) lloraban, y sus nietecitos y mi única nieta lloraban a rabiar: era un abuelo bueno.
Y de pronto un enorme vacío se apoderó de mí. Y en pleno funeral quise gritar porque mi vida había sido una porquería, porque compartí la cama durante veinte años con un hombre que odiaba profundamente, porque esa casa no valía mi libertad y mi...)
Pues sí, así fue... yo lloraba conmovida, y veía a mi nietecita gritar ¡¡¡abuelito!!! cuando descubrí que estaba melodramáticamente fantasiando en la biblioteca de Filológicas, frente al segundo capítulo de la tesis, sin haber leído ni escrito ni na sola línea, pues llevaba dos horas pensando en que E.P. me amaba en lo profundo, pero tan tan profundo de su corazón que no se había dado cuenta... y todo lo que ya conté.

La esponja que no se puede concentrar.

PDGracias a todos los que me contestaron en el post anerior... prometo que, una vez que cumpla el infernal pacto con R. H. (quien parece un tranquilo profesor de Metafísica, pero ya confesó que es es Mefistófeles), habré de contestarles puntualmente. Baste decir que todos fueron comentarios muy bonitos, y que me gata agradece la preocupación que expresaron por ella.

3 comentarios:

RACHE dijo...

Quizá es algo de los filósofos, o bueno... de los que estudian filosofía... o bueno de los que han estudiado filosofía.

A mí me pasa igual, me voy y tengo episodios de algo que los psicólogos llaman fantasías catastróficas, me imagino consecuencias terribles, escenarios horripilantes.

Por ejemplo: veo pasar una ambulancia, me imagino que adentro va mi Madre, con un hueso roto, va sola a toda velocidad a un hospital público donde seguramente la atenderán con instrumental sucio, en un pasillo oscuro junto a unos doctores bigotones que se ríen de modo grosero y fuman un cigarrillo apestoso. Horrible.

Creo que tu cuento es algo parecido: qué pasaría si yp, la esponja, con toda mi ciencia, voy a dar a la casa de un viejo al que le escurren fluidos por todos sus poros y mi vida sea tan significante como la de cualquier ama de una casa con encinos en medio de un jardín gigante.

Pero no temas, no todo está perdido. Introdujiste un buen personaje: tu amante. Más o menos así era la vida de una mujer llamada Susette Borkenstein de Gontard (quizá ya con ese nombre me entenderás y no haga falta que leas lo que viene) ella estaba casada con Jakob, sí Jakob Gontard que era un banquero con mucha lana y, como todos los de su casta en esa época, contrataban a privatdozenten para que educaran a sus chamacos. Los Gontard contrataron a un fulano llamado Johann Christian Friedrich Hölderlin, que era muy romántico (jaja) y que se echan el ojo, que los separan y el resto es historia, la historia de amor romántico "de la vida real" más a toda madre que conozco.

(Ya tiene sentido leer) Bueno sigue siendo catastrófica porque entonces lo más probable es que tu amante acabe viviendo a costas de su hermano, presa del frenesí, hablando en una combinación incomprensible de alemán, griego y latín, después de haber recorrido a pié toda Europa. En cuanto a ti, terminarías muerta por causa de una extraña escarlatina, provocando la ya mencionada locura de tu amante.

Vale la pena.

Esponjita dijo...

gracias por el comentario Rache.
Sí, me pasa seguido: comienzo fantasiando con locura sobre algo muy deseado, y mi pervertida mente torturadora lo convierte en pesadilla.
Muchos saludos y calma: el Seguro Social no es gran microbús hospitalario.

Anónimo dijo...

Mujer, me has hecho reír mucho. La verdad no entiendo cómo es que ese hombre no te hizo caso. Un saludo.