24 noviembre 2008

Manda


Era la tarde y el Sol volvía. Ya hacía tres días que la masa de aire polar nos sonrojaba las mejillas y volvía las noches miserables para todos aquellos que poseemos un par de gatos coludidos.

Sí, coludidos:

Uno jala húmeda cobija de su colgar en la puerta, y el otro feliz marca la victoria como acostumbran los gatos. Llego a casa, lista para estrenar mi aditamento contra el frío y encuentro el desastre en el piso. A la lavadora de nuevo... el frío y la humedad no dejan que la cobija se seque. Yo duermo con las cobijistas delgaditas para emergencias. Los gatos, apenados por mis tirititar (y que confunden con una especie de ronroneo silencioso) se duerme uno sobre la espalda y otro sobre las piernas.

Mis cobijas emergentes, a las seis en punto y sin falta, me despiertan: mueren de hambre y sed y necesidad de atención. Quedan pocas croquetas, pero han sido suficientes.

El Sol entra por el cubo de la escalera a las ocho en punto, como acostumbra en esta época del año. Vuelvo a las cobijas ronroneantes y espero a que haga calor.


Pero ya es la tarde. El Sol venció el frío de la masa polar. Llego a la horrenda facultad: tantos años me han hecho aborrecerla. Tiene calor humano: vendedores silenciosos y piráticos, libreros de viejo y de nuevo, artesanas multicolores, plata y peluches. Miro el reloj: cinco para las cuatro.

Me apresuro, camino. Me encuentro a toda la gente que hace siglos no veo. Están aquí, preparando exámenes finales, sin dormir corriendo a la biblioteca, a las islas a recuperar las horas perdidas antes del examen.

Yo sigo inexorable el camino. Interrumpo el beso de una pareja (jamás me perdonaré tal atrevimiento) y les pregunto si ahí es: Sí, aquí.

Pasan los minutos y finalmente veo a lo lejos su alta y estilizada silueta.

Llega. Me saluda sin ganas. Un profundo cansancio de quien sabe qué no la deja sonreir: y apenas es la primera clase de la tarde.

Saco el libro sin que lo vea.

Sin ganas se sorprende un poco de que yo estaba ahí por ella.

Ve el libro. Por fin una genuina emoción. La voz se quiebra un poco.

-Luego nos vemos

-Sí, mándame un correo... o háblame...

Desaparece entre una multitud de exadolescentes ya un poco impacientados.


Fueron casi cinco años. Me tardé. Pero ya tiene el libro en sus manos. He pagado la manda a mi Santa de cabecera.

3 comentarios:

Daniel G.G. dijo...

A juzgar por el grabado, nuestros amigos de de los scriptoria enfrentaban unas condiciones laborales peores que las de un Walmart. Sé que habrá quien pretenda ver una alegoría de la iluminación en la figura de enemdio, pero a mi no me timan: por esa ventana se mete el agüita. Pobrecín

Alviseni dijo...

ora, pues suerte a ti también en tus finales, pinche friyecito.

está chido el cambi oque le hiciste al blog de las actualziaciones es los demás bloggeros.

Anónimo dijo...

Admirada esponjita:

Usted no posee un par de gatos, mas bien un par de gatos la tienen a usted, primero los muy infelices le orinan la cobija y no hay problema, son juguetones.

Despues usted supone que estaban apenados por su tirititar, ¡si como no! los muy ladinos tenian frio y aprovecharon que usted es lo unico que produce calor en ese departamento, y por eso se durmieron sobre usted.

¡Y para colmo la despiertan a las seis!

y todo porque tienen hambre y sed, y si se aguantaban otras dos horas seguramente morirían de inanición.

no a pensado en regalarles la libertad a ese par de mininos adorables?

lo dicho, esos gatos poseen una dueña.

Saludos

PP