(mi abuelita decía que ella tenía los ojos color de uva pelada... eran verdes, casi grises... y mi abuelito le cantaba tiene los ojos tan zarcos la morena de mis amores...)
Hoy tuve en mis manos el tan deseado libro.
Hoy, día de la última clase.
Ese es el libro que habría amado escribir, ese libro que amaré leer. Ese libro, única razón por la que amaría aprender francés.
(¿Qué irán a pensar de nosotros, dentro de cien o quinientos años -si aún seguimos aquí- cuando vean que para nosotros hacer filosofía no era sino hacer la historia de nuestros mitos? bueno: es evidente que esa preocupación entraña la ingenua suposición de que ellos seguirán haciendo y pensando históricamente como nosotros, nosotros que llevamos pensando históricamente hace a penas un siglo, nosotros, a los que nos preocupa la historia, para nosotros para quienes tiene sentido decir que llevamos un siglo pensándonos históricamente. Nosotros, quienes pensamos que pensar en nosotros es pensar en la historia. Nosotros, que pensamos que pensarnos históricamente es producto de la historia. Nosotros, que somos nuestra propia paradoja.)
Pienso en la intencionalidad.
Comencé aristotélicamente: desde lo más evidente para nosotros, hacia lo más evidente en sí mismo.Es decir, comencé por la Wikipedia.
Es curioso que el único artículo que habla algo sobre los antiguos y los medievales es el artículo en español (bueno: no revisé el que está en Suomi... aunque he de admitir que quizás ahí sí haya algo... pero ni en francés, ni en inglés, ni en alemán ni en italiano). Bueno, una tarea de aquí a Agosto será hacer un buen artículo de la Wikipedia (ahí es cuando el filósofo preocupado por el servicio a los demás debe comenzar: la buena divulgación, divulgación de calidad).
Decía Einstein que uno no ha entendido algo hasta que es capaz de explicárselo a su abuelita. Con mi abuelita Aurora quedó el débito de explicarle lo que es el tiempo. Debo apurarme para ver si alcanzo a explicarle a mi abuelita Berta qué es esa finísima cutícula que blandamente abraza a todas las cosas: el significado.
Mi abuelita Aurora se sentaba en la ventana, tomaba su Biblia de pastas azules y me leía fragmentos del Eclesiastés. Luego me contaba que tuvo aquél sueño del hombre con cabeza de rodajas de zanahoria que tenía las manos luminosas, y que en la mañana, en el mercado, el vendedor de legumbres -entre ellas zanahorias- le daba unas indicaciones para llegar a la nueva oficina de la compañía de luz.
Se sorprendía del hecho: el significado del sueño era casi obvio. Pero más le intrigaba saber qué era ese tiempo en donde los hechos futuros se guardaban, a donde los pasados habían ido a parar. Y a propósito, todo aquello, de si Dios conocía o no los pecados y las razones por las que hemos deseado pecar. Si él (el verdadero dios, decía, no ese tal Jehová, sino el verdadero: el macho-hembra, el dios del bien y del mal, el que los nahuas previeron claramente al llamarlo Ome -dos-) si él ya sabe quienes están en el Libro de la Vida, ¿para qué entonces todo este teatro? -mi abuelita era bautista, pero esa especie de calvinismo-gnóstico se lo sacó ella de sus reflexiones-... ¿qué es pues el tiempo?... me tardé mucho en terminar la tesis del tiempo en Agustín.
El reto era menor con mi Abuelita: sus preguntas eran más difíciles. Ella me enseñó a hacerlas. En cambio mi abuelita Berta se sienta en el sillón para quejarse del mal gobierno, de aquél que en el 68 estuvo a punto de matarle a su hijo. Aquél mal gobierno del que uno no quiere oír hablar porque... porque...
Mi abuelita: la que sabía que no puede elegirse a quién amar. La que era terror de los pobres Testigos de Jehová que caían, seducidos por una jarra de agua de limón, bajo sus garras teológicas. La que llamó a san Pablo, Pablote, el misógino que olvidó que Cristo se rodeaba de mujeres, de María Magdalena. La que alababa a los nahuas que, a pesar de ver lo miserable del islote a que Huitzchilopochtli -otro de esos dioses vampiros, decía- los había mandado, fueron y se quedaron y fundaron la Ciudad de México. No como los cobardes judíos que no quisieron quedarse ahí. Por eso -decía- ellos son peregrinos, mientras que la ciudad de México es la más grande del mundo. Y ambos -les decía a los Testigos de Jehová- caminaron durante cuarenta años. Ella, la de las preguntas embarazosas.
Comenzaré con la Wikipedia.
Hoy descubrí dos cosas.
Primero, que hay que asumir la naturaleza propia y entonces encontraremos la paz. Quizás eso debimos decirle al mezcolanzador de Crisipo-Lacan: si en algo se parece el psicoanálisis freudiano y el estoicismo, es que la sabiduría y la felicidad provienen de conocer la naturaleza y adecuar los impulsos y los deseo a su inamovible orden. Hay, pues, que conocer a los propios demonios. Dejar de repudiarlos. Admitirlos en el banquete de la propia vida. Luego dejaremos a Crisipo y a Nemesio de Emesa para pasar a Proclo y a Jámblico: al conocer las leyes naturales vendrá el momento de la Magia. Vendrá el momento de obrar prodigios. Vendrá el momento de tomar energías y volar hacia Lovaina.
Habrá que dejar a los hados hacer su labor.
Habrá que dejar al corazón voltear hacia donde sabe, hacia donde quiere en realidad.
Habrá que dejar de tenerle miedo a la equivocación, ser valiente pero prudente -decía mi abuelita, parafraseando al pastor que parafraseaba el Evangelio: Astutos como la Serpiente y Cándidos como la Paloma-
Habrá que dejarle de tener miedo al hermoso fantasma de los ojos verdes.
Hoy también descubrí que tiene los ojos verdes.
La esponjita estoica.
(que se irá, pues, con el muchacho chicho que habla inglés, alemán y francés... y de los castellanos, el más elegante)
4 comentarios:
Me queda la duda ¿qué libro? Y me cae muy bien su abuela Aurora.
Besos
LIBERA (A. de) Naissance du sujet (Archéologie du sujet I) ed. Vrin... si me lo quieres regalar, no me enojo
Hará poco más de un mes me puso muy contento poder conseguir "La filosofía medieval" del mismo autor a sólo $15 (algo así como u$s4).
Sabia esponjis, ya ansío el artículo wikipédico y me imagino sobre mecedora oyendo tu explicación del tiempo.
¡Me alegro mucho de tu regreso!
Un beso empírico.
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