Bueno.
Ya pasó.
Desde que el reloj dio las doce de la noche abandoné los twenties y arribé a la treintonidad.
Y a pesar de tal suceso metafísico, yo sigo atorada con un trabajo sobre el hilemorfismo en santo Tomás (y con la cabeza llena de treintenas y relaciones materio-mórficas, uno se pregunta si los sucesos metafísicos en realidad son tan importantes).
No diré mucho hoy (mucho he dicho este mes, y no precisamente lo que tengo que decir del buen Tommy). Baste recordar que desespero demasiado, algunas veces, sobre la utilidad de hacer historia de la filosofía. Y peor aún: de la filosofía antigua y medieval (no se diga ya que, per accidens desespero por ni siquiera saber si he de hacer filosofía antigua aut medieval).
Imagínense ese mundo (¿pos no que no ibas a decir mucho hoy?)... ejem... decía: imagínense un mundo donde la mente de la gente, aunque estaba bien bodyminded no era para nada atómica... ejem... o sea: donde la gente no se imaginaba el mundo compuesto por atomitos (o moleculitas) como nosotros.
Para nosotros el vacío es fundamental para entender el movimiento. Lo que se expande lo hace porque sus partículas se separan y lo que se condensa lo hace porque éstas se juntan. Y si el pez puede abrirse paso en el agua, es porque separa las moléculas de H2O. Así que cuando uno llega a la Física de Aristóteles, nomás no entiende cómo caramba podía haber movimiento en un mundo sin vacío.
También vivimos en un mundo sin cualidades: lo rojo que vemos es el producto de cierta longitud de onda que rebota por alguna disposición de las moléculas de lo rojo. Y lo vemos porque el haz de luz rebota, a su vez, contra nuestras células (¿eran los bastones o los conos?) y las excita, y luego ese golpe que recibieron las células es traducido a un impulso electroquímico que llega al cerebro y ahí es de nuevo interpretado. Ahí, justo ahí, en ese último escalafón de la interpretación, se encuentra el misterio del surgimiento de la cualidad.
Pero aquél mundo sin vacío estaba lleno de cualidades. Ser rojo era una propiedad de la cosa, y además del movimiento de translación (el único que reconocemos ahora), había un movimiento de alteración: la rojez se comunicaba al medio transparente (el aire) y él a su vez lo comunicaba al ojo. Y alterado el ojo, como había sido alterado el aire, se alteraba el alma, o por lo menos, ella, por toda esa cadena de alteraciones, era capaz de obtener la especie de lo rojo. Y veía el rojo.
Pero nuestro mundo contiene al vacío y carece de cualidades. Así que toda explicación que implique lo contrario se nos hace de lo más anacrónica y difícil de entender: inútilmente tortuosas suenan sus explicaciones. Pero sobre eso estoy, sobre eso leo, sobre eso trabajo.
Y ¿para qué? ¿para qué entender el tortuoso modo que tuvieron los antiguos de entender el mundo? Ese ni siquiera se parece a nuestro mundo. ¿Para qué hacer ciencia de la anacrónica ciencia? ¿acaso haciendo historia de sus yerros lograremos acercarnos al propio misterio del brinco, el salto, the gap, entre las cosas que son rojas y nuestro verlas así, rojas?
Y desespero. Y comprendo a todos aquellos que finalmente han huido de las redes de la historia y desesperan por hacer metafísica contemporánea, y abandonan el rudo trabajo de reconstruir manuscritos que describían un mundo que ya sabemos que no es así. (¡Pero yo vengo en sentido inverso! yo empecé por ahí: por las galaxias y los cúmulos estelares, y la teoría el efecto foto-eléctrico, por la cual le dieron a Einstein el premio Nobel).
Y entre mi desesperación por haberme dado cuenta de que el trabajo de Tomás resultó más difícil de lo que yo creía, y entre mis angustias por cumplir treinta años y hacer el recuento de todo lo que no he hecho (recuento que me quita tiempo para hacer lo de Tomás), y mis dudas vocacionales sobre si el griego o el latín; y sobre si vale la pena hacer esta tortuosa historia... que me pongo a revisar el blog y que me encuentro esto:
Y me imagino a veces, que encontrarán mi tesis, y que resconstruirán a Aristóteles, Tomás, Agustín y Plotino gracias a las veces que yo los cito. Que encontrarán un nuevo fragmento de Husserl, y que habrá un libro de Kirk y Raven o algo así, y que aparecerán los fragmentos de Husserl como fr. D.K. en Paloma... etc. Me lo imagino, y hago mi tesis con amor, porque pienso en mi erudito de cabecera, y pienso en el erudito futuro que me leerá como uno de los eslabones de la memoria de nuestro mundo, que me agradecerá haberle transmitido un poco de este siglo nuestro, el siglo de las maravillas... Me imagino a un Señor D. del futuro descubriendo fragmentos de verdad transmitidos por mi pluma, y le escribo como si fuera una carta de amor.
Y sonrío... y vuelvo pues, con santo Tomás.
Una esponjita treintona
4 comentarios:
...desde la profundidad mas honda, pálida y obscura de una copa de vino tinto, que estallen flores en el centro de tu corazón. ¿feliz cumpleaños? SI ¡feliz cumpleaños!
Chocolates, caramelos, sorpresas y un besito en pedasitos, para que aparezcan muchos; son mis deseos Palomita. >º.º<
¡Antes que nada, Feliz Cumpleaños! Ningún humano es inmune ni ajeno al tiempo, aunque me agrada pensar que las ideas perduran más hasta ser algo inmortales, no podría decir nada acerca de la historia de la filosofía, pero admiro que hagas tu tesis con amor, me parece fantástico, y con respecto a lo de la historia, recuerdo aquella vez que Carl Sagan menciona en Cosmos que la historia es una materia muy complicada, que nos falta todavía entender, como me gustó Cosmos.
Felicitaciones una vez más y un fuerte abrazo.
Tarde pero seguro: FELIZ CUMPLE!!!
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