08 septiembre 2009

Televisión: Sodi y la democracia


Hace cuatro años que no tengo televisión en mi casa.
En principio, porque no tenía con qué ojos comprarla, y las televisiones viejitas de mi mamá estaban tan tiradas a la desgracia, que prefería omitir mi dotación diaria de rayos catódicos que acabar con ataques de epilepsia por los brinquitos y cambios de color de sus monitores.
Pero, aunado a aquello, también porque padezco de intemperancia a las pantallas: basta que haya una prendida frente a mí (como la computadora) para que mi mentesita loca genere conductas de repetición tales que pase más de doce horas frente a la pantalla, aún sin disfrutarlo (dicho en otras palabras: mi vicio a la tele era tal, que era capaz de quedarme viendo infomerciales).

Al principio lo sufrí indeciblemente. Iba cada fin de semana a casa de mi mamá a pegarme como lapa a los canales de SKY, me echaba toda la barra de caricaturas de Nickelodium y los domingos era capaz de ver dos veces el mismo capítulo de los Simpson.
E iba al restorán chino a comer sólo porque ahí siempre había televisión.

Pero la fase aguda pasó finalmente, y ahora no comprendo cómo hay gente (¿cómo era yo?) que no puede vivir sin ella, o que la ve moderadamente y es capaz de trabajar ocho horas diarias en su casa (entiéndase: los filósofos), teniendo el aparato junto a sí, sin sucumbir a sus efectos.

Al principio vivía pegada al radio, y ahí me enteraba de todo. Luego a los periódicos de internet. Pero ahora ya ni siquiera los reviso. No sé si sea una etapa pasajera, o simplemente que me estoy evadiendo de la polis, y divido mi tiempo entre Alberto Magno y Facebook. Y Twitter... claro.

Y lo más extraño de esta nueva experiencia de incomunicación es que soy incapaz de mantenerme realmente incomunicada. Por más que ya no oigo el radio ni leo el periódico, estoy al tanto de cuando la selección mete un gol, de que se murió una viejita en las inundaciones del estado de México, o de que Calderón tiene su Talk Show... y me enteré en su momento preciso cuándo se murió Michael Jackson: todo eso por Tuiter.
La gente está muy al pendiente de eso, se cree la primera en verlo, y de pronto en Tuiter o Feisbuk aparecen veinte mensajes con una opinión sobre el asunto. Y luego, ya enterada de los "encabezados" voy corriendo al periódico... sólo para enterarme de que han muerto cuarenta personas en un día en Ciudad Juárez, que acaban de matar a otro subfuncionario de algo de seguridad en Michoacán, que masacraron a un montón en Ciudad Narco, y que hace dos años me metí a las playas de Ciudad Narco, comí camarones y saqué fotografías.

Y me entero de que anularon la elección de Sodi porque salió en una entrevista que, acusan, pagó, en el medio tiempo de un partido de Futbol. Y puesto que eso cambió los resultados de la elección, pues la anularon...

Y me quedo con el ojo cuadrado.

No es que Sodi me caiga bien, ni que crea que era mejor opción. Para nada -aunque tampoco confíe mucho en Ana Gabriela Guevara-. No. Lo que me espanta es que la gente festeja porque se le ha considerado televisiodependiente en cuanto a sus capacidades deliberativas democráticas. Porque se considera que un "comercial" a medio tiempo fue suficiente para adulterar el libre ejercicio del voto.

¿Han leído a Aldos Huxley? Bueno: parece que los que festejamos el anulamiento del voto en dicha demarcación ("dicha" mal dicho: no he dicho cuál, pero orita no me acuerdo) somos ciudadanos clase C o D: somos tan sugestionables por los comerciales, que cualquier interferencia de rayos catódicos es capaz de transmutar nuestra decisión libre de ciudadanos.

Por supuesto aquí, en el modo de expresarme, hay una gran falacia. Quien festeja es quien votó "libremente" por Ana Gabriela Guevara. Y esa misma persona considera que si alguien es capaz de votar por Sodi, es seguro porque tiene el cerebro afectado por la televisión. Una competencia justa hubiera sido, justamente, que la influencia malévola de la tele fuera equilibrada: una competencia cuyo cuadrilátero se halla en las capacidades pseudoracionales de los televidentes.

Entonces, tener una credencial para votar significa ser un blandengue cerebro, deformado por los anuncios de Marlboro y Coca Cola, que entra como pieza de ajedrez dentro de una disputa.

Pero por más terrible que suene la cuestión, parece que, a final de cuentas, es verdad: la pasividad de los poseedores de la credencial de elector es tal, que frente a nuestras narices los diputados hacen y deshacen y nosotros respingamos la nariz, y volvemos a nuestro capítulo de los Simpson favorito.
Sí, claro, hacemos rabietas en el feisbuk, gritamos en tuiter, anulamos el voto y subimos fotografías de las metadas de madre que escribimos en la boleta, y decimos que el sistema político apesta.

Pero como dijo hoy Denisse Marker: los políticos no vienen de Marte; emanaron de nuestras costillas también, son nuestros compañeros de clase (incluso de clase social: ahí hay desde Juanitos hasta Zedillos que compartieron aula con algún investigador izquierdoso del CINVESTAV: no se refiere el asunto sólo a la clase poderosa ni oligarca. Los diputados y senadores, los gobernadores, los líderes sindicales, fueron nuestros compañeros de clase, independientemente de a qué clase pertenezcamos). En todo caso, lo único que habría que agregar a las palabras de Denisse es que ellos fueron los compañeritos que evitaron que su cerebro se pudriera bajo tanta Televisión: para bien o para mal.

Y nosotros, con nuestra orgullosa credencial del IFE, sólo vamos dándole la razón a Porfirio Díaz cuando declaró que los Mexicanos eran un pueblo inmaduro para la democracia. Al parecer, tenía razón.

PD: ¡ya apaguen la televisión! (la vida después de ella, sigue siendo agradable)
(y sin embargo sé que no me harán caso: en este país el azulado color de las pantallas se refleja incluso en los pueblos sin instalación eléctrica: mi tía Malena usaba una batería de carro para mantener su aparato encendido)

1 comentario:

Anónimo dijo...

pues no sera muy sabia mi opinion jajaja, pero concuerdo.. cuando me mude solo, lo mismo sucedio.. no tenia tele.. luego una amiga me paso una tarjeta de tele para la compu y bueno, de repe sintonizo el canal cultural de nl porque es el unico que se ve chido y pues tiene programacion 2 2.. en realidad son puros refritos del 11 y del 22 porque en nuevoleon la cultura es casi cuasi una leyenda urbana, custodiada por un grupo de elitistas de asco. En fin, la vida sin tele es la onda.. aunque he de decir que luego me hice fan de ver series que bajaba por internet (si, todo de manera legal.. claro...) como gilmore girls o fraiser, (por cierto a ver si llegando a mi casa me chuto algo de fraiser) pero me di cuenta que estaba en lo mismo que antes, cierto es que he dejado los programas con mensajes estupidos, pero las series no lo son menos.. cierto es que cambie la tele por peliculas, en esto si hay de cuando en cuando alguna diferencia. y bueno tambien dure como 3 meses con internet cortado, cierto es que extrañaba los blogs, el feisbuk y demas nimiedades tecnologicas, pero definitivamente, se puede prescindir de todo.
de que es aquello de lo que no se puede prescindir??? ja, bueno, al menos a mi me gustaria encontrar esa respuesta.
creo que hace mucho tiempo deje de creer en la mentira de que mexico es una nacion. a veces espero que algun dia el pueblo despierte al menos un poco, o que otros tomen la batuta, alguien menos pior.. digo, no pido demasiado.
y ya pidiendo demasiado, seria bello ver un dia el mundo sin paises, sin fronteras, sin problemas politicos y sin propiedad privada jajajaja