06 octubre 2009

Mientras espero


Al Danilo se le quedó atorado un texto en esta computadora y heme aquí, recuperándolo.
La tecnología nos juega una mala pasada, y la operación tardará algunos minutos (más de lo que una niña con TDA como yo puede soportar)
He venido, pues, a escribir algo en lo que pasan los minutos.
En lo que todo pasa, pienso en la Historia de la Filosofía.
Es una buena formadora, un poco no ortodoxa, porque uno entra en los problemas filosóficos por la puertecita lateral, y no por el enorme portón por el que lo han hecho los compañeros. Pero entra.

Por ahora, investigo la intencionalidad.

Es difícil entrar desde la historia porque uno tiene que ser políglota. Y no me refiero al latín, al francés, o al temido alemán (o al temido griego), sino a los nombres de los conceptos, las nociones...
El historiador tiene que tener el oído bien parado (y con el pabello auricular dando vueltas como si fuera una antena) para distinguir y discernir el contenido correcto del concepto que dice Avicena, el colega de junto, Frege o Heidegger. Qué tanto es lo mismo de lo que hablan, qué tanto no es toda la historia de la filosofía un diálogo de sordos.
Llevarles la historia a los colegas implica, sobre todo, la correcta habilidad de traducir.
Aquí no hay lenguas maternas a las qué apelar: todas han sido aprehendidas de la misma manera.

(se ha guardado el archivo: hay que partir).

El post anterior no me gustó: la argumentación está atropellada, no dice exactamente lo que quiero. Habrá que volver a él. Por ahora, seguimos persiguiedo contenidos mentales, en latín (en la traducción de Gundissalinus que casi casi parece una especie de Babel Fish: mot per mot.) En latín, en siglo IX, en falsafa.

Hagamos, pues, falsafa.

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