1.- Cuando la tristeza se me mete entre el pneuma y el espíritu como una densa enfermedad que atraviesa toda mi linfa, se me olvida que todos tienen sus propias angustias, y que yo soy también grosera y descortés.
2.- La viril luz de la mente era lanzada hacía un lado, como si fuera un poco de humo de cigarro desviado contra la voluntad por una molesta ráfaga de viento. La débil atención de mi víscera pensadora quedó atrapada por las flores de pensamiento y las coronas de violetas. Hube de hacer un portentoso esfuerzo por hacer oídos sordos a la melancolía y encontrar una dura roca de razón de la cuál afianzarme. La corriente era muy fuerte.
3.- Los monstruos vivían camuflajeados por todo el cuerpo: color cabello, pellejo, ojeras, flemas. Y el monstruo, poderoso, se ha posesionado de todo, como un terremoto. Y hay muchos pendientes todavía. Pero todo lo cubre su gas mortífero, y no nos deja avanzar. Y el tiempo corre, tic, tac...
2.- Cuando los celos, los míos, ya no alcanzan a provocar ira, sino una honda tristeza, y estoy a punto de hundirme, llega un ángel de piel blanquísima como la nieve, encarnada como la sangre y con la cabellera negra como el ébano, y me toma entre sus torneados brazos, y no me suelta. Bendigo entonces que existan las mujeres.
3.- Cuando el ángel llegó y me abrazó sin saber el por qué de mis tristezas, me acordé de cuando mi tío leía desde lejos mis cuitas de siete años y me abrazaba sobre su panza y se quedaba conmigo hasta que las lágrimas se secaban todas. Luego volvió una pequeña alegría.
5.- Voy a repetir en planas y planas "ya no lo quiero, ya no lo quiero". Y haré discursos muy convincentes y llenos de argumentos agudos y devastadores. Y me convenceré de que "ya no lo quiero". Y los convenceré a todos, y fundaré una nueva religión. Hasta que regrese y me sonría y lo olvide todo de nuevo.
6.- Si la tristeza no remite pronto (pues debió remitir después con su sonrisa, con las salutíferas palabras), tendré que ir a donde el hechicero y que con un huevo blanco me arranque los monstruos que se comen mi alegría: es lo único que tengo, mi alegría.
7.- Ayer compré un libro. Para mi sorpresa era ese mismo que lleva varias semanas en la mesita de novedades del Sangrons y que yo, despectivamente, lo miraba como una versión extraña de un libro de vampiros: los colores de la portada y los dibujos fueron suficiente prejuicio para no leer la contraportada. Lo compré a pesar del precio, a pesar de que en frente de mi estaba una edición bilingüe de la Crítica de la Razón Pura editada por la UNAM, UAM y el FCE. Lo compré aunque costaba lo mismo -un poquito menos. Lo compré y llegué a una escena en dónde él le dice a ella: ¿me dejas que te siga queriendo?... ojalá sirva el libro para espantar la tristeza. Si no, habrá que ir con el hechicero...
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