05 marzo 2010

Juan Cristóbal y Manuel


OH Chile, largo pétalo
de mar y vino y nieve,
ay cuándo
ay cuándo y cuándo
ay cuándo
me encontraré contigo,
enrollarás tu cinta
de espuma blanca y negra en mi cintura,
desencadenaré mi poesía
sobre tu territorio.

Pablo Neruda



En la primaria, mi mejor amigo era chileno.

Su mamá se había divorciado y vuelto a casar con un mexicano, y he ahí la razón por la que era mi compañero en las diminutas aulas de la Escuela Activa.
No recuerdo por qué nuestra amistad floreció en cuarto de primaria. Ni siquiera recuerdo si antes fuimos compañeros. Sólo recuerdo que tuvimos que hacer juntos una conferencia sobre la Edad Media. Y entonces no nos paraba la boca. Por lo regular mis amigos en la EA eran aquellos a los que no les paraba la boca, y por eso siempre nos sentaban separados. Mi primer amigo en la EA, Iván, igual que yo, divagaba sobre cualquier cosa. Una vez nos perdimos en el museo de Historia Natural (el famoso museo de las bolas... el de Chapultepec) porque nos quedamos viendo el esqueleto del dinosaurio. No me acuerdo de qué estábamos hablando, pero seguro tenía que ver sobre nuestras hipótesis sobre los huesos del dinosaurio. Cuando volteamos abajo, ya nos había dejado todo el grupo.
Bueno, con Juan Cristóbal, mi amigo chileno, las pláticas en el recreo eran largas largas. Yo tenía un anillo de plástico verde que se suponía tenía unos grabados -se suponía, porque más que grabados aquello eran rebabas-. Lo encontré, creo, en un paquetito de plástico con varios juguetitos 'medievales' comprados a propósito de la tal conferencia: unos caballeros con armadura, unos caballos, una catapulta y el anillo.


Y Juan Cristóbal me trataba de convencer de los poderes secretos que tenía el dichoso anillo: debía tener cuidado porque si averiguaba las palabras mágicas, podía causar desastres. Yo -escéptica desde chiquita- iba desmontando una a una sus hipótesis. Él finalmente arguyó que aquél no era el verdadero anillo, sino que era la copia del anillo aquél tan peligroso.
Para mi mala suerte, no me acuerdo de mucho más, ni en qué terminó la historia del anillo.
Pero me acuerdo de que Juan Cristóbal vivía en unos edificios a unas cuadras de mi casa.
Muchas veces quise ir a buscarlo, pero me daba mucha pena y nunca me atreví.
Él se cambió de escuela el año siguiente y ya no supe más.

Últimamente me he acordado mucho de él. Quizás porque me he estado encontrando por el Feisbú a muchos de mis ex compañeros de la EA. Como la EA era una escuela 'muy liberal', además de que no usábamos uniforme, tampoco nos tomaban la lista por apellidos: por eso no me puedo acordar de su apellido, y no lo he podido encontrar en el Feisbú. Y me da mucha muina porque quisiera saber a qué se dedica, y si platicar con él se parece un poco a aquellos largos coloquios que teníamos en el recreo. Y también he estado pensando mucho en él porque últimamente he sostenido largas charlas con Manuel, mi compañero de cubículo, también chileno. Y porque se parecen mucho a aquellas con Juan Cristóbal: siempre, la necia escéptica de yo, tratando de desbaratar argumentos. Porque, en realidad, el picapedrero del escéptico, espera dar, por fin, con la mina de oro de aquella verdad indestructible. Y porque algo ha de haber en la constitución (en la complexio diría Avicena) de aquellos oriundos de la angosta y larga faja de tierra, que me augura encontrarla... y que los hace tan entrañables para mi.

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