¡Esta es la entrada 400! (bueno, basta, ¡a lo que te truje Chencha!)
ok... después de releer el post me di cuenta de que se fue por un lado muy diferente al que quería originalmente. Todo esto comenzó por una discusión en el fesibú sobre la identidad (frase memorable, (chiste de metafísicos): "¡a tirar piedras sin identidad!" (cuando hablemos de Boecio, explico lo chistoso del asunto). El asunto era qué pex con la identidad nacional, sobre las barbaries que se cometen en nombre de la identidad, sobre la deconstrucción y la falta de esencia de la identidad.
Lo primero que vino a mi mente fueron tres historias de tres amigos que salieron del clóset: una muy querida amiga, y dos muy queridos amigos. No son los únicos amigos gay que tengo. Pero en particular para ellos tres fue sumamente difícil a diferncia de mis restantes amigos. Ella, porque tardó muchos años en darse cuenta de qué era lo que le pasaba (pues no sabía a qué atribuir su falta de gusto por los varones: en el fondo, en las mujeres pesa, de la educación, lo que ésta tiene de pudor: salir del clóset para una mujer es difícil también por el pudor). Mis otros dos amigos sufrieron indeciblemente no por pudor, sino porque ambos son profundamente católicos. Ambas historias tuvieron finales felices: uno, después de vivir su gayidad (o ¿cómo decirlo?), de tener pareja -y de no comulgar durante todo aquél tiempo, lo que para él fue doloroso- finalmente decidió abrazar el celibato: pero seguro de hacerlo, con el mismo compomiso de cualquier heterosexual que lo hace.
Empero, la historia de mi otro amigo fue un poco más complicada. Decidió dejar de ser católico, o mejor dicho, ampliar su visión de lo que ello significa. Pero eso implicó para él buscar otra identidad. La pregunta de ambos fue ¿qué es ser gay? ¿cómo se es gay? ¿ser gay es una identidad? ¿se requieren una serie nueva de compromisos y valores?
Recuerdo mucho a mi amigo 1 cómo decía ¿ahora resulta que tengo que ser manicurista y hablar de todos aquellos a los que me cojo?
Y ello trae a mi mente aquella idea de otro amigo para quien ser gay jamás ha representado un conflicto. Para él no hay cosa más detestable que el movimiento LGBT: no es sino una nueva imposición de valores y de falsas identidades.
Obviamente la cosa no es tan sencilla: el movimiento LGBT surgió como una lucha de derechos civiles (remeber Milk?) y para ello tuvo que crearse una nueva identidad para acoger a todos aquellos desterrados de las viejas identidades.
Y aquí viene el desenlace feliz de mi otro amigo: antes de 'resignificar' su identidad, pasó por un momento de locura gay: de hablar, vestirse, comprar todo lo que significa ser gay. Y se metió en tremendas disputas sobre la identidad, cayó en las peores falacias naturalistas para defender teóricamente el ser gay, y -como suele ocurrir en el ambiente- a todo aquél que repudiaba la homosexualidad, lo llamó gay de clóset.
El final feliz fue que terminó estudiando el asunto de la identidad y de cómo se construye. Porque evidentemente quedó una fractura, no personal, sino metafísica -bueno: teórica, digamos.
Lo que sigue es lo primero que me vino a la mente: mis teorías de la identidad personal, como pasé de Lévinas a San Agustín, y como finalmente creo que se debe abordar el problema. Y muy a la agustiniana, me la paso haciendo biografías de mí misma para resignificarme una y otra vez. Así que lo que sigue es un texto un poco confuso, pero la primera parte de cómo creo que la identidad conforma nuestra estructura psíquica, y cómo la libertad que algunos creen leer en el inicio del Discurso sobre la dignidad del hombre de Giovanni Pico de la Mirandolla es, más que un valor excelso, una tragedia, una vez que Dios ha muerto (y creo que está bien muerto, por eso escribo todas estas líneas).
Acá nomás hablo de Lévinas y Agustín... a Pico lo dejamos para después.
Cuando entré a octavo semestre... bis (no pregunten) decidí hacer mi tesis sobre la identidad personal. Me encontré con Habermas y pensé en explorar mi teoría de la identidad que, así toda ingenuota (y sin haber leído a Habermas) era la siguiente:
Imagínense una cuadrícula (una vil hoja cuadriculada de papel bond... cuadrícula chica). El ser de cada cuadrito, el cual reconocemos qua cuadrito sin ninguna dificultad, proviene de la los otros cuadritos, que, al final de cuentas, obtienen su ser cuadritos de las líneas que se cortan perpendicularmente. El verdadero ser del cuadrito se diluye cuando nos percatamos que, en sí mismo, no es sino la coincidencia de líneas y cuadritos. Eso es lo que A PRIMERA VISTA creemos que es lo que nos constituye (aquí soy portavoz del cuadrito). Pero esa es una ilusión del cuadrito: él cree que su ser cuadrito proviene de los otros cuadritos, etc. Pero en realidad la cuadrícula es una ficción de su mente (¿de cuadrito?). Y él se imagina cómo son los demás cuadritos... prácticamente los inventa. Contra lo que el pobre cuadrito cree, el cuadro de junto se lo imagina diferente, y se representa la cuadrícula de una manera distinta. Bueno... salgamos de los cuadritos y pongamos el siguiente ejemplo que se me ocurrió: Yo. (no yo-esponja, sino Yo).
Hubo hace algunos ayeres una cadena de mail muy molesta (como suelen ser), en Power Point y toda la cosa, que contaba la siguiente historia de autoayuda: una mujer llega al cielo y san Pedro le pregunta: y tú, ¿quién eres?, y la mujer contesta: Fulana de tal. Y Pedro le responde: no te pregunté cómo te llamas sino quién eres. Y ella contesta, la mamá de perenganito. Y... pos así hasta el infinito: ella no era ni la esposa de Don Burgundio, ni la tía de Paquita, ni la jefa de Juan, ni un ama de casa, ni la sirvienta de Zayd, ni la maestra de Yusuf, ni la CURP HERP43839, ni la electora no. tal... etc, etc. Nunca entedí a dónde iba tan profundo mail. Pero lo cierto es que la tal YO sólo podía dar noticia de quién era a través de las relaciones que sostenía con el mundo.
Y como suele ocurrir, ella no sólo era su Yo-en relación con su papel en el mundo (como madre, elector, n. de cuenta, etc), sino que ella era también el modo en que ella se representa el cómo deben ser las relaciones. Es decir: si para ella ser madre es ser una sufrida Sara García, entonces su ser madre quedará determinado por como ella se imagina que son las madres. Si para ella ser mexicana es imaginarse que el grito de independencia fue "Viva México", ella tendrá que inventar (no de su propia cabecita, sino el cómo ha aprendido la historia) toda la historia para justificar que el día de hoy es mexicana. Y entonces tendrá sentido ir al Zócalo a gritar "viva México", y hacerle de desayunar todos los días a perenganito.
Las ideas que tiene en su cabecita de cómo es el mundo son las que determinan el modo en que se relaciona con éste. Pero puede ocurrir que descubra que el grito de independencia fue "Viva Fernando VII" y que la versión materna de Sara García es un invento diseñado para subordinarla (y que Sara García, la actríz, era feminista y madre soltera, y ni siquiera era una viejecita). Entonces su imagen del mundo se transforma y por ende, la manera en que se relaciona con él. Y por ende, ella se transforma.
Volvamos al cuadrito: él cree que es un cuadrito porque se representa a la caudrícula completa. Pero lo que ocurre en realidad es que es un puntito a partir del cual surge un triángulo (él es el vértice) hacia adelante y otro hacia atrás. Y esa es su perspectiva de cómo son las cosas. Sin embargo, el cuadrito de junto también es un vértice de dos triángulos: el del pasado y el del futuro: en uno imagina lo que fue -una 'cuadrícula pasada'- y lo que será en función de lo que era -una cuadrícula futura-. Y así todos los cuadritos. El resultado es que el triángulo que emana de cada punto 'imagina' cómo es el cuadrito de junto -para empezar se lo imagina cuadrito- pero nunca lo 've' tal cual es.
Andaba yo en esas, cuando me encontré con Lévinas... y el Mismo y el Otro. Comprenderán que aquello apareció ante mis ojos como mi teoría absolutamente desarrollada... Y mi entusiasmo me hizo abrazar a Lévinas y decidí hacer mi tesis sobre él. En lo que leía a Husserl y me inscribía a Hebreo -según yo para entenderle- y leía La guía de los perplejos de Maimónides (pues traía un capítulo llamdo 'Paním'), caí en su más terrible declaración: en el prólogo a la edición española de Totalidad e Infinito, después de mencionar al Quijote que se sabe presa de un encantamiento, pero no por ello abandona la intención de desfaçer entuertos, Lévinas anuncia la irrefutable victoria del Genio Maligno. Y eso destruyó mi fe en la Filosofía como una herramienta para vencer la situación de vértice de dos triángulos...
Más por casualidad que por otra cosa, caí en san Agustín y el concepto de dos caras: una vuelta hacia el mundo en la cual no somos sino un cuadrito definido por la cuadrícula, y otra vuelta hacia dios, en la que somos imagen de él, lo cual significa lo siguiente: Él es todas las cosas (bueno: es más que todas, no se crea que digo que Agustín es panteísta). Él es todas las relaciones posibles en función de las cuales cualquier miembro de la cuadrícula es definido. Y al ser nosotros su imagen, somos también TODO. Pero ser TODO es algo que funciona fuera del tiempo. O mejor, digámoslo con todas sus letras FUERA DE LA HISTORIA (eso es lo que hace a Agustín un platónico plus, y no sólo un platónico: la invención de la Historia).
Digámoslo de otra manera: para san Agustín la historia tiene significado (como para cualquier romano). Tiene un día inaugural y tendrá un día final: y como cualquier texto, para obtener significado requiere que ése sea finito (el texto): es una novela, pues. Y el nudo de la historia, para Agus, es el nacimiento de Cristo: cuando el cristiano se da cuenta de que el significado de la historia no es el que cuenta Virgilio en la Eneida (ni el del viejo testamento: recuerden que están en pleno conflicto de saber qué pex con los judíos y los gnósticos y los arrianos) sino la palabra del Evangelio (y la versión de Pablo... obvio) se revela ante él el sentido de la historia. Y entonces comprende su verdadero papel en el mundo, en la Iglesia, en la patria, etc, etc.
Pero ni esa historia, ni el papel que ejecuta ahí, agota al hombre: él no se agota en el pedacito de historia que le tocó vivir: no se agota en ser esclavo, amo, Obispo o Cónsul. No le queda otra que vivir esa vida, total: ya está ahí, caído ahí (¿yecto?). Pero él, siendo imagen de Dios, puede comprender (en los dos sentidos de la palabra: entiende y abarca) la totalidad de la Historia, y sabe que él está por sobre toda ella. (Por ello era el Águila de Hipona: porque su mirada -la del hombre, no la de él- era capaz de observarlo todo de un sólo vistazo).
Y así, el hombre va de peregrino por este siglo, esta vida, hasta que llegue a la ciudad de Dios (Civitate Dei). Pero ha sido privilegiado con la doble visión: al ver hacia arriba (hacia su ser imagen y comprender el sentido completo de la Historia), está liberado en parte, pues ya sabe hacia dónde va.
Mi tesis se iba a llamar La biografía como Metafísica, (y José Molina me lo hizo recordar) pues las Confesiones no son otra cosa sino la RESIGNIFICACIÓN de su vida: a partir de su conversión (que ocurre en el libro octavo de Confesiones) Agustín se percata de que no había entendido el sentido de su vida, y se libera -parcialmente, pues completamente será hasta que muera- pues ahora sabe cuál es el verdadero sentido de su vida. Lo mismo que años después escribirá en Civitate Dei: Roma creía ser la Ciudad Eterna, y se creyó la fábula de Virgilio, y por eso no comprende por qué los Vándalos (que eran unos vándalos) la estaban haciendo sufrir tanto. Pero una vez que descubra su verdadera historia, que su significado viene de Cristo y no de Enéas, se liberará.
Una vez liberado en el libro noveno de Confesiones (pues se ha convertido... y se murió Mónica.. ¡válgame... qué Freudiano!) entramos al magnífico libro X: se introduce a su alma y descubre su estructura: da con el homo interior que se encuentra más allá de cómo se representa él mismo en el mundo: el homo exterior. El hombre exterior (el habitante del MISMO leviansiano) se vuelca sobre sí mismo, sobre su cogito y se da cuenta de que el modo en que se representa en el mundo -y el mundo mismo- es una construcción que habita en su fantasía -la bella imaginatio agustiniana-. Entonces descubre que él es el hombre interior, el yo -aquél hacia donde va el yo dizque cartesiano de Lévinas- para encontrar a Dios -al OTRO-.
Una vez operada la transformación, Agustín descubre que él es mucho más que la imagen del agustín que se robaba las peras (libro II), del que lloraba por el amigo (libro IV), del que tenía dudas escépticas (libros V y VI), del que comprende la naturaleza del mal (libro VII). Ninguno de aquellos era él: son imágenes que habitan en su imaginatio. Él es la imagen de Dios que aspira siempre a alcanzarlo. Y descubre que el llanto por el amigo era por hallarse alejado de Dios: descubre que todo verdadero amor es en Dios, y que la distancia amorosa por todos y cada uno de los hombres es la misma: es Dios. (ok: ya levinasié mucho a agustín... ¿o agustinicé a Lévinas?). El romano, estoico y platónico de Agustín ha logrado la gran síntesis: Es platónico porque descubre que la mirada interior está Dios, y sólo ello le garantiza trascendencia. Es estoico, porque sigue representándose como un cuerpo que encierra dentro un alma (y toda la psicología de Agustín es estoica, por eso es tripartita: eso se lo birló a Crisipo), y es romano porque la historia del cosmos que se imaginaban los estoicos, la dota de significado: es histórica, como lo es el alma romana que se educó con Virgilio.
Luego sigue el libro XI: la eternidad y el tiempo. Debió ser al revés: desde el tiempo hacia la eternidad: pero Agustín había leído a los estoicos y se sabía al dedillo todas las paradojas sobre el tiempo -en las que no reparó Plotino ni Porfirio- y se quedó atorado... nudo del que hizo caso omiso en De Trinitate, y que sólo Brentano y Husserl rescatarían casi dos mil años después.
Luego libro XII: supuesto que se ha liberado el escollo de la relación entre tiempo y eternidad, sigue la interpretación del primer versículo del Génesis como el tiempo cósmico.
Y por último libro XIII: la interpretación del primer capítulo del Génesis como la historia, no de la creación, sino de la Historia de la humanidad: ha trascendido su ser particular -y su historia particular- y se ha transformado él mismo en la Historia de la Humanidad y su peregrinar hacia Dios.
(Nomás que mi secreta pasión es la epistemología, y al igual que Agustín, me quedé atorada en el libro XI, de donde finalmente salió mi tesis: El surgimiento del yo en las paradojas del tiempo en XI de Confesiones)
Esta fue la primera parte del Post dedicado a la identidad. Es, digamos, el marco teórico (todo biográfico como nos pasa a los agustinianos). En la segunda parte del post analizaremos cómo el chico que era católico salió del clóset y ahora no sabe si debe ser manicura, postmoderno, o cura (pues no se puede dejar de ser católico, por más gay que se sea a la vez)... Pero por ahora me voy, porque mi asesor está esperando con ansia mi epistemológico capítulo sobre la intencionalidad en Avicena...
ok... después de releer el post me di cuenta de que se fue por un lado muy diferente al que quería originalmente. Todo esto comenzó por una discusión en el fesibú sobre la identidad (frase memorable, (chiste de metafísicos): "¡a tirar piedras sin identidad!" (cuando hablemos de Boecio, explico lo chistoso del asunto). El asunto era qué pex con la identidad nacional, sobre las barbaries que se cometen en nombre de la identidad, sobre la deconstrucción y la falta de esencia de la identidad.
Lo primero que vino a mi mente fueron tres historias de tres amigos que salieron del clóset: una muy querida amiga, y dos muy queridos amigos. No son los únicos amigos gay que tengo. Pero en particular para ellos tres fue sumamente difícil a diferncia de mis restantes amigos. Ella, porque tardó muchos años en darse cuenta de qué era lo que le pasaba (pues no sabía a qué atribuir su falta de gusto por los varones: en el fondo, en las mujeres pesa, de la educación, lo que ésta tiene de pudor: salir del clóset para una mujer es difícil también por el pudor). Mis otros dos amigos sufrieron indeciblemente no por pudor, sino porque ambos son profundamente católicos. Ambas historias tuvieron finales felices: uno, después de vivir su gayidad (o ¿cómo decirlo?), de tener pareja -y de no comulgar durante todo aquél tiempo, lo que para él fue doloroso- finalmente decidió abrazar el celibato: pero seguro de hacerlo, con el mismo compomiso de cualquier heterosexual que lo hace.
Empero, la historia de mi otro amigo fue un poco más complicada. Decidió dejar de ser católico, o mejor dicho, ampliar su visión de lo que ello significa. Pero eso implicó para él buscar otra identidad. La pregunta de ambos fue ¿qué es ser gay? ¿cómo se es gay? ¿ser gay es una identidad? ¿se requieren una serie nueva de compromisos y valores?
Recuerdo mucho a mi amigo 1 cómo decía ¿ahora resulta que tengo que ser manicurista y hablar de todos aquellos a los que me cojo?
Y ello trae a mi mente aquella idea de otro amigo para quien ser gay jamás ha representado un conflicto. Para él no hay cosa más detestable que el movimiento LGBT: no es sino una nueva imposición de valores y de falsas identidades.
Obviamente la cosa no es tan sencilla: el movimiento LGBT surgió como una lucha de derechos civiles (remeber Milk?) y para ello tuvo que crearse una nueva identidad para acoger a todos aquellos desterrados de las viejas identidades.
Y aquí viene el desenlace feliz de mi otro amigo: antes de 'resignificar' su identidad, pasó por un momento de locura gay: de hablar, vestirse, comprar todo lo que significa ser gay. Y se metió en tremendas disputas sobre la identidad, cayó en las peores falacias naturalistas para defender teóricamente el ser gay, y -como suele ocurrir en el ambiente- a todo aquél que repudiaba la homosexualidad, lo llamó gay de clóset.
El final feliz fue que terminó estudiando el asunto de la identidad y de cómo se construye. Porque evidentemente quedó una fractura, no personal, sino metafísica -bueno: teórica, digamos.
Lo que sigue es lo primero que me vino a la mente: mis teorías de la identidad personal, como pasé de Lévinas a San Agustín, y como finalmente creo que se debe abordar el problema. Y muy a la agustiniana, me la paso haciendo biografías de mí misma para resignificarme una y otra vez. Así que lo que sigue es un texto un poco confuso, pero la primera parte de cómo creo que la identidad conforma nuestra estructura psíquica, y cómo la libertad que algunos creen leer en el inicio del Discurso sobre la dignidad del hombre de Giovanni Pico de la Mirandolla es, más que un valor excelso, una tragedia, una vez que Dios ha muerto (y creo que está bien muerto, por eso escribo todas estas líneas).
Acá nomás hablo de Lévinas y Agustín... a Pico lo dejamos para después.
Cuando entré a octavo semestre... bis (no pregunten) decidí hacer mi tesis sobre la identidad personal. Me encontré con Habermas y pensé en explorar mi teoría de la identidad que, así toda ingenuota (y sin haber leído a Habermas) era la siguiente:
Imagínense una cuadrícula (una vil hoja cuadriculada de papel bond... cuadrícula chica). El ser de cada cuadrito, el cual reconocemos qua cuadrito sin ninguna dificultad, proviene de la los otros cuadritos, que, al final de cuentas, obtienen su ser cuadritos de las líneas que se cortan perpendicularmente. El verdadero ser del cuadrito se diluye cuando nos percatamos que, en sí mismo, no es sino la coincidencia de líneas y cuadritos. Eso es lo que A PRIMERA VISTA creemos que es lo que nos constituye (aquí soy portavoz del cuadrito). Pero esa es una ilusión del cuadrito: él cree que su ser cuadrito proviene de los otros cuadritos, etc. Pero en realidad la cuadrícula es una ficción de su mente (¿de cuadrito?). Y él se imagina cómo son los demás cuadritos... prácticamente los inventa. Contra lo que el pobre cuadrito cree, el cuadro de junto se lo imagina diferente, y se representa la cuadrícula de una manera distinta. Bueno... salgamos de los cuadritos y pongamos el siguiente ejemplo que se me ocurrió: Yo. (no yo-esponja, sino Yo).
Hubo hace algunos ayeres una cadena de mail muy molesta (como suelen ser), en Power Point y toda la cosa, que contaba la siguiente historia de autoayuda: una mujer llega al cielo y san Pedro le pregunta: y tú, ¿quién eres?, y la mujer contesta: Fulana de tal. Y Pedro le responde: no te pregunté cómo te llamas sino quién eres. Y ella contesta, la mamá de perenganito. Y... pos así hasta el infinito: ella no era ni la esposa de Don Burgundio, ni la tía de Paquita, ni la jefa de Juan, ni un ama de casa, ni la sirvienta de Zayd, ni la maestra de Yusuf, ni la CURP HERP43839, ni la electora no. tal... etc, etc. Nunca entedí a dónde iba tan profundo mail. Pero lo cierto es que la tal YO sólo podía dar noticia de quién era a través de las relaciones que sostenía con el mundo.
Y como suele ocurrir, ella no sólo era su Yo-en relación con su papel en el mundo (como madre, elector, n. de cuenta, etc), sino que ella era también el modo en que ella se representa el cómo deben ser las relaciones. Es decir: si para ella ser madre es ser una sufrida Sara García, entonces su ser madre quedará determinado por como ella se imagina que son las madres. Si para ella ser mexicana es imaginarse que el grito de independencia fue "Viva México", ella tendrá que inventar (no de su propia cabecita, sino el cómo ha aprendido la historia) toda la historia para justificar que el día de hoy es mexicana. Y entonces tendrá sentido ir al Zócalo a gritar "viva México", y hacerle de desayunar todos los días a perenganito.
Las ideas que tiene en su cabecita de cómo es el mundo son las que determinan el modo en que se relaciona con éste. Pero puede ocurrir que descubra que el grito de independencia fue "Viva Fernando VII" y que la versión materna de Sara García es un invento diseñado para subordinarla (y que Sara García, la actríz, era feminista y madre soltera, y ni siquiera era una viejecita). Entonces su imagen del mundo se transforma y por ende, la manera en que se relaciona con él. Y por ende, ella se transforma.
Volvamos al cuadrito: él cree que es un cuadrito porque se representa a la caudrícula completa. Pero lo que ocurre en realidad es que es un puntito a partir del cual surge un triángulo (él es el vértice) hacia adelante y otro hacia atrás. Y esa es su perspectiva de cómo son las cosas. Sin embargo, el cuadrito de junto también es un vértice de dos triángulos: el del pasado y el del futuro: en uno imagina lo que fue -una 'cuadrícula pasada'- y lo que será en función de lo que era -una cuadrícula futura-. Y así todos los cuadritos. El resultado es que el triángulo que emana de cada punto 'imagina' cómo es el cuadrito de junto -para empezar se lo imagina cuadrito- pero nunca lo 've' tal cual es.
Andaba yo en esas, cuando me encontré con Lévinas... y el Mismo y el Otro. Comprenderán que aquello apareció ante mis ojos como mi teoría absolutamente desarrollada... Y mi entusiasmo me hizo abrazar a Lévinas y decidí hacer mi tesis sobre él. En lo que leía a Husserl y me inscribía a Hebreo -según yo para entenderle- y leía La guía de los perplejos de Maimónides (pues traía un capítulo llamdo 'Paním'), caí en su más terrible declaración: en el prólogo a la edición española de Totalidad e Infinito, después de mencionar al Quijote que se sabe presa de un encantamiento, pero no por ello abandona la intención de desfaçer entuertos, Lévinas anuncia la irrefutable victoria del Genio Maligno. Y eso destruyó mi fe en la Filosofía como una herramienta para vencer la situación de vértice de dos triángulos...
Más por casualidad que por otra cosa, caí en san Agustín y el concepto de dos caras: una vuelta hacia el mundo en la cual no somos sino un cuadrito definido por la cuadrícula, y otra vuelta hacia dios, en la que somos imagen de él, lo cual significa lo siguiente: Él es todas las cosas (bueno: es más que todas, no se crea que digo que Agustín es panteísta). Él es todas las relaciones posibles en función de las cuales cualquier miembro de la cuadrícula es definido. Y al ser nosotros su imagen, somos también TODO. Pero ser TODO es algo que funciona fuera del tiempo. O mejor, digámoslo con todas sus letras FUERA DE LA HISTORIA (eso es lo que hace a Agustín un platónico plus, y no sólo un platónico: la invención de la Historia).
Digámoslo de otra manera: para san Agustín la historia tiene significado (como para cualquier romano). Tiene un día inaugural y tendrá un día final: y como cualquier texto, para obtener significado requiere que ése sea finito (el texto): es una novela, pues. Y el nudo de la historia, para Agus, es el nacimiento de Cristo: cuando el cristiano se da cuenta de que el significado de la historia no es el que cuenta Virgilio en la Eneida (ni el del viejo testamento: recuerden que están en pleno conflicto de saber qué pex con los judíos y los gnósticos y los arrianos) sino la palabra del Evangelio (y la versión de Pablo... obvio) se revela ante él el sentido de la historia. Y entonces comprende su verdadero papel en el mundo, en la Iglesia, en la patria, etc, etc.
Pero ni esa historia, ni el papel que ejecuta ahí, agota al hombre: él no se agota en el pedacito de historia que le tocó vivir: no se agota en ser esclavo, amo, Obispo o Cónsul. No le queda otra que vivir esa vida, total: ya está ahí, caído ahí (¿yecto?). Pero él, siendo imagen de Dios, puede comprender (en los dos sentidos de la palabra: entiende y abarca) la totalidad de la Historia, y sabe que él está por sobre toda ella. (Por ello era el Águila de Hipona: porque su mirada -la del hombre, no la de él- era capaz de observarlo todo de un sólo vistazo).
Y así, el hombre va de peregrino por este siglo, esta vida, hasta que llegue a la ciudad de Dios (Civitate Dei). Pero ha sido privilegiado con la doble visión: al ver hacia arriba (hacia su ser imagen y comprender el sentido completo de la Historia), está liberado en parte, pues ya sabe hacia dónde va.
Mi tesis se iba a llamar La biografía como Metafísica, (y José Molina me lo hizo recordar) pues las Confesiones no son otra cosa sino la RESIGNIFICACIÓN de su vida: a partir de su conversión (que ocurre en el libro octavo de Confesiones) Agustín se percata de que no había entendido el sentido de su vida, y se libera -parcialmente, pues completamente será hasta que muera- pues ahora sabe cuál es el verdadero sentido de su vida. Lo mismo que años después escribirá en Civitate Dei: Roma creía ser la Ciudad Eterna, y se creyó la fábula de Virgilio, y por eso no comprende por qué los Vándalos (que eran unos vándalos) la estaban haciendo sufrir tanto. Pero una vez que descubra su verdadera historia, que su significado viene de Cristo y no de Enéas, se liberará.
Una vez liberado en el libro noveno de Confesiones (pues se ha convertido... y se murió Mónica.. ¡válgame... qué Freudiano!) entramos al magnífico libro X: se introduce a su alma y descubre su estructura: da con el homo interior que se encuentra más allá de cómo se representa él mismo en el mundo: el homo exterior. El hombre exterior (el habitante del MISMO leviansiano) se vuelca sobre sí mismo, sobre su cogito y se da cuenta de que el modo en que se representa en el mundo -y el mundo mismo- es una construcción que habita en su fantasía -la bella imaginatio agustiniana-. Entonces descubre que él es el hombre interior, el yo -aquél hacia donde va el yo dizque cartesiano de Lévinas- para encontrar a Dios -al OTRO-.
Una vez operada la transformación, Agustín descubre que él es mucho más que la imagen del agustín que se robaba las peras (libro II), del que lloraba por el amigo (libro IV), del que tenía dudas escépticas (libros V y VI), del que comprende la naturaleza del mal (libro VII). Ninguno de aquellos era él: son imágenes que habitan en su imaginatio. Él es la imagen de Dios que aspira siempre a alcanzarlo. Y descubre que el llanto por el amigo era por hallarse alejado de Dios: descubre que todo verdadero amor es en Dios, y que la distancia amorosa por todos y cada uno de los hombres es la misma: es Dios. (ok: ya levinasié mucho a agustín... ¿o agustinicé a Lévinas?). El romano, estoico y platónico de Agustín ha logrado la gran síntesis: Es platónico porque descubre que la mirada interior está Dios, y sólo ello le garantiza trascendencia. Es estoico, porque sigue representándose como un cuerpo que encierra dentro un alma (y toda la psicología de Agustín es estoica, por eso es tripartita: eso se lo birló a Crisipo), y es romano porque la historia del cosmos que se imaginaban los estoicos, la dota de significado: es histórica, como lo es el alma romana que se educó con Virgilio.
Luego sigue el libro XI: la eternidad y el tiempo. Debió ser al revés: desde el tiempo hacia la eternidad: pero Agustín había leído a los estoicos y se sabía al dedillo todas las paradojas sobre el tiempo -en las que no reparó Plotino ni Porfirio- y se quedó atorado... nudo del que hizo caso omiso en De Trinitate, y que sólo Brentano y Husserl rescatarían casi dos mil años después.
Luego libro XII: supuesto que se ha liberado el escollo de la relación entre tiempo y eternidad, sigue la interpretación del primer versículo del Génesis como el tiempo cósmico.
Y por último libro XIII: la interpretación del primer capítulo del Génesis como la historia, no de la creación, sino de la Historia de la humanidad: ha trascendido su ser particular -y su historia particular- y se ha transformado él mismo en la Historia de la Humanidad y su peregrinar hacia Dios.
(Nomás que mi secreta pasión es la epistemología, y al igual que Agustín, me quedé atorada en el libro XI, de donde finalmente salió mi tesis: El surgimiento del yo en las paradojas del tiempo en XI de Confesiones)
Esta fue la primera parte del Post dedicado a la identidad. Es, digamos, el marco teórico (todo biográfico como nos pasa a los agustinianos). En la segunda parte del post analizaremos cómo el chico que era católico salió del clóset y ahora no sabe si debe ser manicura, postmoderno, o cura (pues no se puede dejar de ser católico, por más gay que se sea a la vez)... Pero por ahora me voy, porque mi asesor está esperando con ansia mi epistemológico capítulo sobre la intencionalidad en Avicena...
Como el pan
4 comentarios:
Interesantísimo post. No tiene desperdicio, me tomé el almuerzo para la leerlo.
Ahora bien, al principio parecería cascotear el rancho de Pico della Mirandola con piedras existencialistas. Espero que muestre su mano en un próximo post.
Un beso
Si la identidad sigue siendo una cuestión de entrecruzamientos, intersecciones, alteraciones, que suceden en el tiempo y en el espacio, que guarda la memoria y a partir de ella tenemos imágenes de las cuales echamos mano para decir "yo soy...", me pregunto si el hecho mismo de construir y deconstruir, no implica señalar algo que escapa a eso: aquello que nos arroja a ya interpretar en un mundo ya interpretado.
Lo digo porque en mi caso que puede identificarse -no del todo- con el caso 2 del chico católico y gay, mi postura fue, justamente, la de dejar la "identidad" católica, y preguntarme por la identidad, lo cual, supongo, es una forma de irse construyendo otra identidad.
Miriam objeta que eso es tener poca imaginación: porqué renunciar al catolicismo si uno puede incorporarlo a su "ser gay", pues, finalmente, ninguno está determinado, es decir, realmente no existen los lindes para decir porqué uno se excluye.
A eso respondo que es cierto eso pero ¿cómo interpretamos esa "construcción"?: ¿Como acciones de una subjetividad autofundante que decide qué sí y qué no puede caber dentro de su propia identidad? ¿No parece eso una suerte de solipsismo?
Luc: pronto viene lo de Pico
Serch: eso del solipsismo dio en la llaga del asunto.
(se nota, querido Fénix, que ha estado estudiándole bien duro)
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