Un día conocí a un príncipe alemán que, con la calidez ecuatorial de su voz, me invitó a su castillo en Colonia, cabe un Obispo que luego fue santo. Pero yo estaba muy lejos y no sabía como llegar hasta allá. Me ofreció una ovejita, de nombre Avicena, para tejer las velas del imposible barco que me llevarían hasta allá. Y a la linda ovejita me la platicaron pachoncita, blanca y modosita. Pero, claro, por si con todo me extraviaba un poco, me ofrecieron dos pastores ovejeros: una abeja negra experta en la confección de panales, y un sagaz almirante alemán de nombre holandés: con aquellas credenciales, mis pastores no podían fallar, y me harían la travesía placentera y, sobre todo, expedita.
Pero resultó que aquello no era una lana pachona y blanca, sino toda enredada y sucia y complicada (es que yo no sabía suficiente latín). Así que corre que te corre, corrí por el auxilio de los pastores donados. Pero resultó que uno jalaba para un lado y el otro para el otro, y la abeja picaba al almirante, y el almirante le echaba Flit. Y me quedé a mis expensas. Nunca había esquilado yo ovejas, ni cardado su lana, ni hilado en rueca. Y, como Aurora, me pinché el dedo y me quedé dormida meses y meses. Pero entonces mi príncipe azul llegó para despertarme de mi sopor. Y me tejió un mapa: abrió un curso sobre la intencionalidad en la Edad Media.
Entonces decidí volverme pastor de mi propia oveja, y a cómo las substancias celestes me dieron a inteligir, agarré la tijera de esquilar y comencé a dar tijeretazos a diestra y siniestra.
Primero salió una traducción medio coja, y eso eran montones de pelo con los que yo no sabía qué hacer. Pero ahí estaba mi Príncipe de sangre alba, y fue pidiendo respuestas, muchas respuestas… y yo sólo tenía preguntas, muchas preguntas. Y con mis preguntas hilé de nuevo, e hilé mal… e intenté hilar una y otra y otra vez. Y sus tijeritas finas cortaban aquí y ahí (y de pronto me dí cuenta de que de tanto tijeretazo él y yo nos quedamos todos rasguñados).
Pero al fin salió un hilo. Y entonces mi Príncipe se ofreció de urdimbre y pude yo volverme trama. Pero mi tardanza para llegar al Colonia cabe su obispo comenzó a desesperar la esperanza de mi Príncipe, que me imaginó princesa y no el sapo que yo era. Y aquél pequeño periplo para llegar por fin a Colonia se volvió navegación por los siete mares, y él se quedó en la nevada Colonia, acurrucando toda la paciencia que le fue posible, esperando a que yo volviera de mi tránsito por los desiertos de Transoxania.
Entonces llegó el día. Pero yo llevaba sólo jirones tejidos, y él esperaba ya toda la vela. Y sus tijeras cortaron por aquí y por allá, y yo quedé llena de arañazos, porque esas velas y esa lana, eran ya mis carnes y mis nervios. Pero sobrevivieron las piezas, mal heridas y sangrantes. Y él por única esperanza, como corresponde a los principes prusianos, me dijo: estoy dispuesto a dejarme convencer.
Y heme aquí de noche, cose y cose las velas del barco que me lleve por fin a Colonia, donde él me espera cabe su obispo. Y aquello lleva refuerzos aquí y allá para resistir el soplo boreal y helado que a veces sale de su boca, y para llegar por fin a su tierra y poder oír otra vez los cálidos rayos del Sol del ¿cómo así?. Y llevo en las alforjas de mi nave la secreta esperanza de que siga todavía ahí, cuando al fin llegue a Alemania…
Pero resultó que aquello no era una lana pachona y blanca, sino toda enredada y sucia y complicada (es que yo no sabía suficiente latín). Así que corre que te corre, corrí por el auxilio de los pastores donados. Pero resultó que uno jalaba para un lado y el otro para el otro, y la abeja picaba al almirante, y el almirante le echaba Flit. Y me quedé a mis expensas. Nunca había esquilado yo ovejas, ni cardado su lana, ni hilado en rueca. Y, como Aurora, me pinché el dedo y me quedé dormida meses y meses. Pero entonces mi príncipe azul llegó para despertarme de mi sopor. Y me tejió un mapa: abrió un curso sobre la intencionalidad en la Edad Media.
Entonces decidí volverme pastor de mi propia oveja, y a cómo las substancias celestes me dieron a inteligir, agarré la tijera de esquilar y comencé a dar tijeretazos a diestra y siniestra.
Primero salió una traducción medio coja, y eso eran montones de pelo con los que yo no sabía qué hacer. Pero ahí estaba mi Príncipe de sangre alba, y fue pidiendo respuestas, muchas respuestas… y yo sólo tenía preguntas, muchas preguntas. Y con mis preguntas hilé de nuevo, e hilé mal… e intenté hilar una y otra y otra vez. Y sus tijeritas finas cortaban aquí y ahí (y de pronto me dí cuenta de que de tanto tijeretazo él y yo nos quedamos todos rasguñados).
Pero al fin salió un hilo. Y entonces mi Príncipe se ofreció de urdimbre y pude yo volverme trama. Pero mi tardanza para llegar al Colonia cabe su obispo comenzó a desesperar la esperanza de mi Príncipe, que me imaginó princesa y no el sapo que yo era. Y aquél pequeño periplo para llegar por fin a Colonia se volvió navegación por los siete mares, y él se quedó en la nevada Colonia, acurrucando toda la paciencia que le fue posible, esperando a que yo volviera de mi tránsito por los desiertos de Transoxania.
Entonces llegó el día. Pero yo llevaba sólo jirones tejidos, y él esperaba ya toda la vela. Y sus tijeras cortaron por aquí y por allá, y yo quedé llena de arañazos, porque esas velas y esa lana, eran ya mis carnes y mis nervios. Pero sobrevivieron las piezas, mal heridas y sangrantes. Y él por única esperanza, como corresponde a los principes prusianos, me dijo: estoy dispuesto a dejarme convencer.
Y heme aquí de noche, cose y cose las velas del barco que me lleve por fin a Colonia, donde él me espera cabe su obispo. Y aquello lleva refuerzos aquí y allá para resistir el soplo boreal y helado que a veces sale de su boca, y para llegar por fin a su tierra y poder oír otra vez los cálidos rayos del Sol del ¿cómo así?. Y llevo en las alforjas de mi nave la secreta esperanza de que siga todavía ahí, cuando al fin llegue a Alemania…
2 comentarios:
¡qué maravilla de tejido y de promesas!
Este es para CONACYT o para CONACULTA? ejejeje
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