26 julio 2010

Te recuerdo Amanda...

Hace muchos años, quizás estaba en la secundaria, comencé asegún yo a escribir una novela.
Todo comenzó porque tuve un sueño donde un tipo perseguía a otro. Corrían sobre los tejados de unas casas de lámina. Cuando el perseguido llegaba a la orilla de uno de los techos, y no podía avanzar más, se daba cuenta de que quién lo amenazaba era su hermano. Se quedaban frente a frente sin decir nada: uno le apuntaba y el otro miraba. Finalmente el perseguido se dejaba caer.
No tengo idea qué habrá significado aquello. Me queda claro que no lo soñé como el significado de algo que estuviera viviendo o algo así (o así reconstruyo las sensaciones de aquella época). El caso es que, como suele ocurrir con algunos sueños, me quedó una honda sensación de quién sabe qué, casi como si hubiera quedado muy conmovida. A veces, además de colores y figuras, uno sueña también sentimientos, y eso fue lo que pasó.
Aquél sueño me dejó tan impresionada que quise escribir algo. Y para mi sorpresa, ahora que lo recuerdo a la distancia, durante casi diez años escribía pedacitos aquí y allá sobre esa historia que comencé a propósito del sueño. He perdido todos los cuadernos con aquellos retazos de historia, pero no es algo que me duela mucho.
La historia ni siquiera tenía nombre. A veces cambiaban los personajes secundarios, las situaciones... mis personajes al final acabaron inspirándose en mis dos primos Valentín y Patricio. Ambos son altos, eran delgados. Uno es moreno y el otro blanco (o bueno, un poquitín más clarito que yo). Ambos tocan la guitarra y la voz de Valentín es especialmente bella. Curiosamente mi amor platónico era Valentín, pero elegí de protagonista de mi historia (el hermano bueno, digamos) a Patricio. ¿Por qué? quién sabe. Me gustó como para armar al personaje. Y elegí, como nombres de mis personajes, Manuel y Miguel. Manuel era el hermano 'bueno' y Miguel el 'malo'.
¿Cómo había ocurrido que la última escena de mi novela terminaba en aquél sueño que tuve? Eso es lo que traté de escribir durante diez años. En mi historia ambos hermanos se querían mucho. Aquella disputa no tenía que ver ni con envidias, ni con mujeres ni nada así. ¿Por qué? Tenían que ser las circunstancias.
La historia tenía más o menos esta estructura: en un capítulo ocurría una escena casi cotidiana localizada 10 años antes del desenlace de la historia, y otra era una carta que Manuel le escribía a su mujer desde algún lugar que él no podía revelar, donde mandaba mensajes a su madre y a su hermano y, muy a veces, hacía referencia a aquellas escenas que describía. Pero jamás logré hilar aquellos inicios con el desenlace.
La mujer de Manuel se llamaba Margarita. Era (como toda heroína) absolutamente hermosa. Era morena, delgada y redonda, y siempre traía un vestido de flores y sandalias blancas. Era hija de una mujer que a veces la hacía de bruja. Eso era importante porque Margarita era un personaje muy misterioso, y eso es lo que traía enamorado a Manuel. No era un personaje especialmente bondadoso o inteligente. Simplemente era misteriosísima. E incluso para Manuel fue una gran sorpresa cuando descubrió que sí era correspondido, porque ella no dejaba traslucir ningún signo de nada.
Lo importante de ese personaje es que era absolutamente amable, querible y deseable. Nótese que si había algún tipo de identificación mía con algún personaje, era con Manuel, no con Margarita.
El final de la historia (o sea, cómo dejé de escribirla, no como pude no terminarla), fue cuando se me ocurrió que Manuel estaba un poco loco. De pronto tenía unos ataques en los que veía un pez azul que le hablaba. Era una especie de conciencia que, a la vez, le informaba de su futuro. Era un personaje simpático que le hablaba sabiéndose creación suya, y lo regañaba casi como un Pepe Grillo. Pero su objeto no era cuidarlo ni nada, sino siempre aparecía para burlarse de él.
Por otro lado, en las cartas que Manuel escribía a Margarita se dejaba traslucir que se había ido de guerrillero, pero jamás quedaba claro. Ahí fue cuando se me ocurrió el "final": Miguel tenía que perseguirlo porque era soldado o algo así.
Pero ¿cómo unir aquellas aventuras del Manuel casi adolescente que iba en la prepa -como yo- y que estaba enamorado y que se peleaba con sus maestros, con el final que poco a poco fue perdiendo importancia?
Nunca acabé de escribir aquello, como les dije. Pero me enamoré de mis personajes. Me hubiera gustado sacarlos de esa historia, guardarlos en algún lado para después sacarlos y ponerme a jugar otra vez con ellos. Pero algo cambió en mi. Algo se apagó, no sé si por mis propias circunstancias, o simplemente porque crecí y se me murió aquello. Y dejé de ser fuente de inspiración para crear a Manuel, porque poco a poco me fue gustando más el papel de Margarita: dse deseada, no deseante. Y ahí valió madres todo.
A veces quisiera que vinieran, en sueños, mis personajes. Para recordarlos, para averiguar por qué elegí aquellos nombres. Quizás un día de estos los saque del arcón de 'personajes' y me ponga a escribir las aventuras de Manuel y Margarita de treinta años... si a esta edad todavía vale la pena escribir sobre vidas en vez de vivir las propias.
Aquí les dejo Te recuerdo Amanda en la voz de Víctor Jara, a propósito de Manuel.


2 comentarios:

Librería de Mujeres Canarias dijo...

LA vida es eterna en cinco minutos, tal vez por eso necesitamos a Manuel.
Querida Esponjis, como siempre que te leo tus palabras me hunden en una reflexión profunda y me llegan muy dentro. Siempre me resulta curioso que siendo tan niña me digas tantas cosas.
Gracias por escribir, pensar, sentir, decir.
Un besito de señora cansada.

Esponjita dijo...

ay Iza: ¡¡Cómo te extrañaba!!