30 junio 2011

Ventanas y no espejos

Hoy dijo el higoanalista que a veces ponemos nuestra existencia en la mirada de otro. Que yo, por ejemplo, existía por la mirada de Daniel (de ahí se siguió lo bueno y lo malo).

Le dije "así que todo este tiempo he buscado la visión de Dios"; y estallé en carcajadas...

Tuve luego que explicarle que el único libro que he leído de Nicolás de Cusa –que me lo prestó, justamente, Daniel– fue ese: De visio Dei.

Pero no me reí por eso, sino porque luego él dijo: "hay que buscar mejor la mirada de esponjita". Y pensé en que esa no era una idea nueva. Identificarnos con Dios en el sentido de los místicos, o matar a Dios y volvernos dioses, en el sentido de Nietzsche... ¿qué quiere decir "buscar la mirada de Esponjita"?

¿O será que no nos podemos ver a nosotros mismos más que como un objeto ajeno? Esa es la condición de la Intencionalidad: podemos verlo todo menos al que mira.
Eso no lo descubrió Kant, ni Searle... lo descubrió san Agustín en De Trinitate XII. Lo descubrió pero no supo qué hacer con eso. Porque entonces se percató de que la 'intelligentia' puede ver los contenidos de las aulas de la Memoria, dónde está representada la 'imagen' temporal que somos, pero que en realidad no somos.

O ¿cómo se los digo mejor?

En Confessiones X Agustín descubre que todo lo que ha contado en los primeros nueve libros son imágenes del Agustín pasado. Pero ahí no se agota Agustín. Es más: ahí hay muchos Agustines, no sólo porque está el niño, el amante, el padre de Adeodato, el hijo de Mónica. No. También resulta que el significado de todo aquello se transforma al releerlo, del mismo modo en que la historia de la humanidad adquiere otro sentido cuando se lee desde el advenimiento de Cristo.

Cristo, el logos, el verbo.
Intelligentia...

(Inteligencia, Soledad en llamas, que lo concibes todo sin crearlo...)

Nosotros no sabemos quienes somos hasta que podemos ver, desde "arriba", toda nuestra historia. Es entonces cuando encontramos su sentido. Y 'su sentido' es lo que somos.

En De Trinitate Agustín descubre que tenemos una estructura trinitaria también. Si somos imagen y semejanza, eso quiere decir que nuestra estructura básica es tripartita: la memoria que guarda todo lo que hemos sido, la voluntad que se permite la mirada del homúnculo interior, el que se mueve dentro de la memoria, el que administra los recuerdos, el que actúa (he aquí el componente estoico)... y ese homúnculo que lo ve todo y lo dota de unidad y de sentido. Ese homúnculo lo llama 'intelligentia', y es el que coliga todo, el que 'cogita'.

Pero ahí mismo descubre que ese 'ojo' no puede verse a sí mismo. Entonces ¿cómo sabemos que está ahí? Agustín habla de cierta 'bilocación', pero el argumento no es muy convincente.

(Ese era el meollo de mi tesis de licenciatura: "las paradojas del yo")

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Así que buscamos una mirada que nos mire, porque nosotros no podemos mirarnos. O quizás sí, y por ello necesitamos un espejo.

Y aquí es cuando los espejos entran en la historia de la metafísica.


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Daniel, siempre me ha parecido, sufre por no encontrar la mirada de un diosecillo que le otorgue existencia. Por eso busca el reconocimiento del otro. Yo no estoy mejor: busco una mirada que me dote de existencia. Alguna vez fue la de él. Ahora peligrosamente estoy poniendo en unos ojos verdes esa potencia divina. Y, en el fondo, dirá el higoanalista, todas esas miradas son las de papá, mamá o abuelita Aurora. Y ¿cómo es que uno consigue volverse la mirada que uno busca, si, finalmente, no podemos mirarnos a nosotros mismos?

Pongámonos solipsistas.

En el fondo, aquellos ojos verdes tienen esa potencia divina porque los estoy inventando. En ellos pongo a 'papá, mamá, abuelita'. Antes hice lo mismo con Daniel. Antes, desesperaba porque mi papá de carne y hueso se negaba a mirarme. Pero todas esas miradas no son otra cosa sino espejos del Dios que quiero que me mire. Los invento, los creo yo. Mirarme en los ojos de ellos no es sino mirarme en espejos...

Pero ¡aquí se rompe el hechizo de los espejos!

Ellos me hablan. A mis palabras tienen respuestas. Hablan desde fuera de mí. Es por eso que el cripto-cristiano de Lévinas puso en la escucha y no en la mirada la trascendencia (sí, apeló al shemá yisraél, pero no hablaba sino de la Caridad. La tiñó después de un poco de Ley para disfrazar aquello).

Yo no quiero hacer de esos ojos verdes, amigos por vocación, la mirada del Super Ego. Yo quiero que esos ojos sigan siendo ojos amigos, colegas y compañeros. Ojos de maestro, no de padre.

Yo...

Yo quiero poder verme a mi misma... o dejar de necesitar de los pequeños espejos animados que moran en las retinas de todos ellos para recuperar mi existencia.

Yo... yo quiero...

Yo sólo quiero hacer lo que hago por amor. Hundir las narices en la teoría del Color de Alberto porque ello es emocionante. Hundir las narices en Dennett y Searle y Fodor nomás por el infinito placer de develar misterios.

Quiero, como Epicuro, encontrar el sentido de lo que hago en el placer de hacerlo... y toda posible trascendencia en la palabra del compañero...

No en sus ojos. Que ellos sean ventanas y no espejos...

1 comentario:

luciana Rubio dijo...

Me encantó aunque creas que no entiendo.