
Esponjita está sentada frente al loquero.
Ella le cuenta el sueño que tuvo. Espera, ansiosa, que él lo interprete así como Freud se avienta a interpretarle a psique a Leonardo Da Vinci. Pero el loquero le pregunta simplemente ¿y eso cómo te hizo sentir?
Esponjita se va furiosa. Ella quería que él, como si de un lector del Tarot se tratara, le explicara qué es lo que ella siente. Que la leyera ¡vamos!, que la escudriñara, la interpertara, que el trabajo lo hiciera él (¿no es para eso que le pago? ¡Que me diagnostique y me dé medicina!)
Esponjita pasa días enteros en cama. De pronto una angustia se le atraviesa por el vientre y se levanta, con los ojos anegados en lágrimas, queriendo hacer todo lo que no hizo en los días del sopor. Así va, de una semana a la que entra. Así. El loquero ya la ha mandado dos veces al psiquiatra. Pero no hay dinero para pagar, además un psiquiatra. En una de esas, el loquero le pregunta ¿por qué quieres que otro te resuelva los problemas? ¿no deberías tratar de resolverlos tú sola?
Encono
Ira
Frustración
Esponjita lo manda definitivamente al carajo. Para empezar, ella no paga al loquero. Bueno –piensa con el resabio de cierta venganza– ¿tengo que empezar a resolver mis problemas yo sola? ¡hagámoslo! Si no tengo dinero para pagarte, oh sabio loquero, se acabó este lujo. Se acabó. Y Esponjita huye, lejos, del reflejo más terrorífico que le han echado en cara.
*****
Esponjita quisiera citar al asesor y preguntarle simplemente ¿de qué trata mi tesis? Quisiera que él, como si de un libro se tratase, la leyera y se lo contestara. En el fondo –no tan en el fondo como ella hubiese querido– quisiera que el asesor le hubiera entregado el proyecto con las lecturas y el orden de los capítulos. Pero no. Ella sabe que la única respuesta que encontrará será: "Pues dime tú: ¿de qué se trata tu tesis?"
El asesor es una brújula. De muy buena calidad. De finísimas agujas. ¿Qué más podía pedir?
Pero pido demasiado. Las brújulas te dicen hacia donde ir... cuando lo sabes. Ese es el problema. Ni el mejor GPS puede resolver el problema más fundamental de todos: el destino. Te saben hacer llegar siempre y cuando sepas a dónde vas.
Ése es el problema de Esponjita. El que tiene que resolver ella sola. Nadie puede venir a solucionárselo. Nadie le puede decir hacía dónde va. Ése es el problema que la aterra y la hace mantenerse dentro de las cobijas días y noches, y noches y días. ¿A dónde?
Esponjita no sabía nada ni de medievales ni de intencionalidad... ni siquiera sabía suficiente latín. Ya, ya aprendió latín. Ya, ya leyó a Searle y a Brentano. Ya, ya leyó a Avicena y a Alberto. Ya, ya leyó a Nuchelmans y a Eco. Ya, está leyendo a Averroes. Ahora la pregunta es: ¿a dónde con todo esto? ¿todos estos son escalones hacia dónde?
Esponjita hace de tripas corazón... trata de hacer una bitácora. Trata de averiguar cuál es el destino al que todo esto la lleva.
Es una tormenta en un vaso de agua... procellae...
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