30 marzo 2012

Anaconda/Desfiladero


I
Desprevenida me cogió. Era gorda y poderosa anaconda que fue rompiendo una a una mis costillas entre las suyas. El alma dúctil se hizo casi hilo para no romperse. Y quedó tan fina que se hizo casi transparente. Con los huesos rotos y de homogénea masa las antes bien definidas carnes, quedé en el piso lánguida y lacia. Será que fue mucha la fortuna de que no me tragara, pensé, sintiendo en el fondo angustia por saberme vomitada por la gigantesca culebra que, después de ponderarme entre sus carnes, decidió que no era yo lo suficientemente sabrosa. Y me dejó tirada, en medio de la selva, y nada apetitosa... Nada bueno puede venir de nacer con vocación de alimento.

II
Ante el desfiladero, duda. Imponente, el barranco, muestra el abismo de dosmil quinientos años. ¿Y si doy un paso en falso y me despeño? ¿quién recogerá mis huesos, quién? ¿quién bajará al fondo del abismo para darme humana sepultura? ¿Serán las lombrices y los buitres quienes procuren a mis restos y en minuciosa labor dejen pulcros a mis blancos huesos? Y tanto, tanto era el miedo de dar un paso en falso, que quedó momificada, eternamente, a la orilla del abismo...

1 comentario:

Lukas Rybensen dijo...

Gracias por la explicación de Plotino, trajo una nueva pista para seguir investigando.
En cuanto al post, como dice el proverbio mejor gastarse que oxidarse. Saludos!