17 mayo 2012

Flores no.

Son las tres de la mañana y no puedo dormir. No sé si sea el café o la situación; pues resulta que estoy en un cuarto de hospital. Todo salió bien y no soy yo la internada. Era una cirugía programada, muy sencilla y muy deseada, capaz de resolver un serio problema médico. Y así ocurrió, justamente. 
Pero no por eso la situación es menos... digamos, estresante. A pesar de la tecnología (una orquesta de antibióticos, calmantes, reguladores de la motilidad del vientre, una herida mínima), a pesar de que el seguro cubría los gastos médicos de mi paciente y pernoctar junto a él resulta tan cómodo como cualquier hotel de paso de Av. Tlalpan. Todo a pedir de boca. Y entonces ¿a qué el insomnio?

Las flores. 

Alguien trajo flores. Era una sola rama, de esas flores enormes y olorosas. Que para alegrar el cuarto que, francamente, no necesita ser alegrado. Porque se alegran las cosas tristes ¿no?, pero el cuarto es más bien neutro, cómodo, con televisión con cable... un trámite de esos que se llevan más con paciencia que con resignación ¿flores? Bueno, pero si tampoco afean, si es costumbre llenar de flores los cuartos de hospital... ¿a qué la incomodidad? 

El olor. 

Ese maldito olor me abofeteó la cara cuando entré a la habitación. Tarde más de dos horas en dar con el recuerdo, prudentemente guardado en algún archivo de muy difícil acceso. Era el olor de las funerarias. Para mi las flores huelen a funeral. 

No las rosas ni las gardenias que son flores de 10 de mayo, ni los laureles de vainilla que rondan las esquinas de toda mi infancia, sino aquellas pomposas flores, blancas o de colores, en complicados arreglos  cumplen la función de maquillar la muerte. Y tan bien lo han de hacer que basta su olor para evocármela enterita y con todo lo que de lamentaciones tiene. 

No me lleven flores, ni cuando me enferme ni cuando me muera. Porque si enferma me las llevan flores ya me sabré muerta. Y muerta ¿para qué el escándalo y la grandilocuencia olfativa?

Quién pudiera irse discretamente, sin que se diera nadie cuenta...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que se mejore su enfermit@


M.

luciana Rubio dijo...

Recuerdo una novela, creo que el tema era sobre los habitantes del polo. Los viejos, cuando consideran no ser ya útiles, se van afuera donde la temperatura es bajo cero para ya terminar su vida, mientras que los más jóvenes fingen no darse cuenta que el viejo va saliendo para eso, aunque todos saben a donde y a que va. Tal vez así debiera ser ese trance que hasta cierto punto es vergonzoso, incómodo.

Besos inodoros.

Esponjita dijo...

Gracias M!

El país de las sombras largas, ¡oh libro favorito! :)