20 mayo 2012

High Heels


Él le dijo perversa. Ella, de primeras, no entendió por qué. ¿Qué tenía ello de malo?

Durante años así fue. Se veían una vez al mes, siempre en jueves, se tomaban un café mientras intercambiaban novelas y hablaban luego de los últimos videojuegos (pues el hermano de ella y los hijos de él eran fanáticos y, al final, ambos sucumbieron a aquél nuevo arte),  y luego entraban a los cines a leer las sinopsis de todas las películas de la semana. Después de dar dos o tres vueltas,  se miraban a los ojos, guardaban un silencio sepulcral y comenzaban a recorrer las zapaterías.

Se paseaban por las vitrinas, él detrás de ella, despacio y sin prisa. Y así una tras otra hasta que, en voz baja pero firme él exclamaba: ¡esos!. Entonces se miraban a los ojos y entraban a la zapatería, ella pedía un par del 4 y medio y, cuando el vendedor volvía, él ya estaba con una rodilla en el piso quitándole las cintas o broches de los zapatos que traía puestos. Ella tomaba el zapatito de manos del vendedor, se lo daba a él, y éste la calzaba. Entonces ella movía el tobillo en círculos lentamente y buscaba su mirada. Él jamás se la devolvía a los ojos sino que asentía mirando fijamente el zapato. Hasta que asentía, ella se levantaba y dejaba caer todo el peso sobre el zapato. Si pasaba la prueba se volvía a sentar para que él le calzara el otro pie. Entonces caminaba de aquí hacia allá unas veinte veces. Si no pasaban la prueba los zapatos eran devueltos y ellos reanudaban la búsqueda hasta que se repitiera el encuentro, de nuevo, con los zapatos perfectos. 

Pronto tuvieron que recorrer todas las plazas comerciales de la ciudad porque los vendedores comenzaron a reconocerlos y, paulatinamente, se fueron negando a atenderlos. Uno no puede estar gastando en zapatos una vez al mes y menos si no se es Imelda Marcos, así que, salvo ocasiones excepcionales, jamás compraba el par de zapatitos. Una vez, rompiendo el estricto pacto de silencio, él casi le rogó que le aceptara un par que se le veía especialmente bien, pero aquello iba contra las estrictas reglas implícitas de aquél rito. Lo más que ella aceptó fue un préstamo que pagó puntualmente el mes siguiente y, aún así, la sensación incómoda de vestirlos no se le quitó hasta que decidió usarlos exclusivamente para ir a comprar zapatos. Usarlos era casi pecaminoso. 

Después de años aquello se acabó de tajo cuando fueron sorprendidos en la zapatería por su esposa. Y es que fue en el momento justo en que él deshacía el nudito de las cintas que ceñían su tobillo. Desde afuera, objetivamente, no había nada en el acto que fuera punible. Extraño sí, pero nada semejante al adulterio. Pero esa era la función del rito: una ridícula manera de echar canas al aire de la forma más inocente posible. Así que al oír su voz, los ojos de él miraron a los de su esposa declarándose culpables de un terrible crimen. Nadie dijo nada, absolutamente nada pues las explicaciones hubieran resultado no sólo inverosímiles sino ridículas. Él simplemente terminó de deshacer el nudito, carraspeó un poco, se levantó, las presentó, y se despidió cortesmente de ella. Jamás volvió a saber de él y sólo conservó el par de zapatos y la última novela que jamás le pudo devolver.

Una noche, tomando cervezas, su amigo le dijo que era una perversa cuando ella le contó aquella historia. ¡¿Qué tenía de malo?! Hablaban de tantas cosas, de cosas que sólo se les hacían interesantes a ellos dos. Al leer en la tarde algún libro, por ejemplo, de pronto encontraba alguna frase hermosa y la guardaba y decidía que tenía que prestarle aquella novela... ¿qué tenía de malo? Y su amigo le decía que si aquello no fuera perverso, pues simplemente le habría escrito un correo, le habría hablado por teléfono o ¿qué se yo? pero no, había que esperar a ese día tan absurdo... ¡absurdo, lo has dicho! pero no malo. ¡Todo era muy inocente! Pero no, no... a su amigo no lo podía convencer... porque mientras le recriminaba, él no le podía quitar la mirada a los altísimos tacones que ella, por vez primera en meses después de aquella extraña ruptura, se había atrevido a calzar para otros ojos.

3 comentarios:

alitter dijo...

Perversa... Jajaja
No es cierto. Está bien bueno. Aunque es un común fetiche, la manera en que se desarrolla acá es muy peculiar. :D

Felicidad Batista dijo...

Esponjita, magnífico relato amiga. Se mezcla sensualidad, erostismo, fetichismo, amores contrariados, deseo, miradas; y pululando por todo el relato, como el pájaro azul de twiter, la perversidad y lo perverso que siempre habita en la mente, solo en la mente, de quien prejuzga o juzga.
Fantástico, me voy feliz de tu blog.
Un gran abrazo

Esponjita dijo...

alitter: ¡ay! jaja, muchas gracias... jeje.. Creo que al final no cerró bien el cuento, pero gracias por venir :p

Felicidad: ¡Muchas gracias! Pues sí, jeje. Como le decía a alitter creo que no quedó bien el cierre del cuento, por lo que me da mucho gusto haber transmitido lo que quería a pesar de todo. Y ese pajarito de tuiter; jaja, se me hizo tan mono pero luego sí estorba un poquito :p