31 mayo 2013

estrellita en la frente

Quizás todos tengan razón (todos, todos) y postergué este asunto tanto tiempo porque tenía pánico de perderte. De perderlos. O no sé. Pero hoy hablo de tí, cuyo pánico de perderte me hizo hasta cambiar el tema de tesis.

De este modo esponjita se parapeta frente a su espejo. Hórrido reflejo. (No puede prender un cigarro. Y lo que va a declarar, claramente, lo amerita. Bebe un sorbo de café).

¿Hacer una tesis del amado Plotino, al cuál ya no se le entiende nada? ¿Hacer una tesis del inútil Plotino, o de aquellas cosas maravillosas de las que había hablado el italiano Casati? ¿O de esas cosas maravillosas que descubrí cuando preparaba la respuesta a Birondo? O seguíamos con Aristóteles... con Plotino... con... con... 

El caso es que la imagen es ésta. Estaba a punto de acabarse el semestre, y pensé: se acabó. Se acabó para siempre. Ya no lo voy a ver. Jamás. Y ¡tan bien que discutimos! ¡tan bien que van las clases! ¡tan bien que pude usar, para mi tarea de Casati, el ejemplo de la oveja y el lobo! Y ¡tanto que le gustó al italiano Casati! ¡Tanto! y... y... ¡míralo!... míralo...

He aquí la imagen:

Míralo, como si trajera una enorme tristeza. Así, enorme como es (¿medirá 1.90 o más?), así imponente, se ve como si fuera pequeño, como si tuviera una tristeza, una decepción enormes. Como que se va, triste, se va. 

La imagen es ésta:

La chamarra de mezclilla, sentado en la mesa. Mira de perfil (años habrían de pasar para que comprendiera que su perfil tiene poderes mágicos). Mira de perfil a la ventana que estalla en jacarandas. Es primavera. Y se va a ir, se va a acabar. Y fue como un milagro que pasó frente a mis ojos y luego se fue. Y de nuevo quedará todo en oscuridad. Y no su luz. No su luz. 

Y fue entonces que un impulso incontenible me hizo pensar en que podía quemar las naves... ¡tan fácil!

***

Se va a acabar. Se va a ir.

Nunca me queda claro qué es lo que quiero. Nunca me queda claro si quiero que me aplauda o quiero vencerlo. O quiero que me reconozca algún tipo de genio. O quiero una estrellita en la frente. Una estrellita dorada y perfecta de bordes engominados. Que cuando diga que su argumento falla por no tomar en cuenta tales y cuales textos, saque su lengua, la pase por la estrellita y me la estampe en la frente.

No sé qué es lo que quiero. 

De todas las veces que he soñado con él, en la mitad me odia, me regaña, me desprecia. Y yo sufro indeciblemente. Pero en la otra mitad de los sueños yo soy pequeñita y me acurruco en sus piernas o brazos. O en su regazo. Y o bien soy una niña pequeñita, de cinco años dormida en su pecho, o soy un gato que se duerme en su regazo. Y es todo lo que quiero, todo lo que quiero. 

Bueno, sí lo sé. 

Sé, por ejemplo, que quiero ser como él. Y para eso tengo que irme. 

Se va a acabar. Me voy a ir. 

Que él sea lo más dulce, lo más cálido del universo, es meramente accidental. Lo más bello, lo absolutamente hermoso, lo hermoso simpliciter... es absolutamente accidental. Que su voz sea dulcísima y su humor acogedor, y su mano firme y... y que yo padezca aquella enfermedad diagnosticada por Eco. 

(que si no me enamoré de él fue por una cuestión meramente accidental, pues de su belleza absoluta se predica la necesidad de que cualquiera (y no sólo féminas, me consta), de que cualquiera caiga rendido a su belleza. Y que si no me enamoré de él fue, o bien por las cautelas naturales que me protegieron de tan desgarrador evento, o bien porque todo quedó filial y yo sueño que tengo cinco años y estoy en su regazo). 

Se va a acabar. Nadie se fue. Nadie está. 

***

Quiero mi estrellita en la frente. Quiero un abrazo. Real. También.

***

quiero llorar

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