28 julio 2014

Valerio auf der Erde

Corazón de Pimiento Morrón, con semillas
que se lanzan sobre el mundo,
arrancadas de sus nervios. 

De Valerio no voy a contar nada hoy. Porque lo extraño, sí, pero quisiera encontrármelo auf der Erde, o sea, en el mundo sublunar y no en este Topus Sponjosus que es mi blog. Y más bien es de lo que quería hablar hoy: de cómo yo me abría toda acá, la gente creaba una conexión conmigo unidireccional, y luego yo me quedaba anonadada de que completos y totales extraños se me acercaran como si fueran mis íntimos amigos. Salvo con Valerio, porque aprendí a volverlo destinatario de muchos de mis textos. Pero con los demás no. 

Y es que esa sensación la conozco bien: yo quería que Mafalda y Felipito me invitaran a jugar con ellos, o que los Cazafantasmas me dieran un uniforme y me juntaran con ellos para ir a cazar monstruos. Sé lo que se siente querer sumar a la propia progenie a José Arcadio Buendía, o querer consolar al relojero que se suicidó por el desprecio de Amaranta que, despreciada primero y luego llena de culpa, se quemó la mano en la estufa... . 

Sé, ahora lo sé. También a mi me pasó con otros blogueros que, cuando ellos volvieron al mundo real y abandonaron éste, me desconocieron en la calle. Dijeron que fui yo la que les permitió conocerse y enamorarse y casarse, pero no me invitaron a su boda. En el mundo terreno, aquellos a quienes acompañamos en sus aventuras heroicas en este son perfectos desconocidos que nos niegan tres veces y nos rompen el corazón. 

Y rompemos el corazón de otros, supongo, porque cuando nos sentamos a escribir lo hacemos desde el parapeto de la pantalla, aventando al mundo las semillas que tenemos arraigadas en los nervios del chile y pimiento que llevamos por corazón y, luego, cerramos la página, la pantalla, y seguimos escondidos en nuestra concha que nos protege del mundo. ¿Cómo admitir que alguien nos quiera tocar de algún modo si hemos elegido esta atalaya para ser invulnerables?

Es por ello que mi historia con este blog tiene momentos sumamente extraños, extraordinarios... uno es una lectora que se me acercó con un enorme regalo. Fue el instinto de supervivencia lo que me hizo aceptarlo, pero de no haber sido tan suculento y exquisito el regalo, lo habría rechazado (de haber podido) porque en ese tiempo estaba yo muy enferma, no podía ni siquiera conservar un trabajo, no podía concluir con ningún trámite... ¿cómo aceptar una responsabilidad? Y no sólo la que implicaba el regalo en sí, sino la deuda, el agradecimiento que a partir de ese momento y para siempre, sostendría con ella.

El otro es, evidentemente, Valerio. 

Yo le iba a dedicar la tesis a Valerio, sentido y referencia. Pero al final, al encontrar esos versos del Nibelungenlied supe que esa a ellos a quienes había dedicado toda mi vida durante tantos años. No a Valerio y su referencia, sino a los Herren, milte, héroes, que poblaron mi mundo imaginario y mi mundo real, que accedieron por ser milte, a rescatarme en ambos universos. Y además con Valerio, sentido y referencia mi asunto era otro, no sólo la tesis, no sólo el espacio que me abrió tantos años y en el que me escondí y acurruqué para huir del mundo, sino el hecho de que supo, en su infinita inteligencia (imaginación, para ser más ακριβός) bailar conmigo en este juego imaginario, pero de dos. 

Esas dos cosas me pasaron. Pasaron otras muchas más. Conocí a demasiada gente gracias al blog, a muchos amigos que vi de carne y hueso muchos años después de habernos leído o de que me leyeran sin que yo tuviera ninguna idea. 

Sin embargo –y volviendo con Valerio– a pesar de todo lo que ha pasado durante estos años, a pesar de que somos amigos, aún me parece un ser demasiado extraordinario como para que acceda a acercárseme en la vida real. Y eso, sé, debe haberlo desesperado bastante durante todo este tiempo, porque de hecho ha tratado muchas veces de acercárseme. 

A veces, cuando recapitulo, me doy cuenta de que sí trató de alargar su mano para tocar la mía (metafóricamente hablando, claro... aunque tengo la sospecha de que una, al menos una vez, fue literal). Y después de tales cavilaciones me dan unas enormes ganas de llorar, por haberme dado cuenta y no haber respondido en tiempo y forma. Es como si al enamorarme de él, me enamorara de la distancia también. 

Y no es que todo sea platónico y etéreo. Lo padezco en la tierra auf der Erde, los celos, su mole real, su risa, su todo. Y si no fuera tan complicada su situación –como dice la psicóloga– no tendrían ni un sólo pretexto mis terrores para justificar su prudencia. Y cuando recapitulo y me dan ganas de llorar, temo haberlo ya perdido para siempre. 

***

Al bajarme del Topus Sponjosus y ponerme a caminar de nuevo por el mundo, descubrí que es más grande de lo que recordaba. Descubrí de nuevo a la gente tridimensional, las hojas de los álamos que tiemblan bajo el aire y la lluvia, y sus enormes posibilidades. Y también me descubrí mucho mayor de cuando lo abandoné. Y también cavilé y concluí que el tiempo seguirá pasando, que me haré mayor, que las sienes de los hombres amados seguirán poniéndose blancas, y que mi salud se hará también más frágil y el ingenio más débil. Es decir: que hay tiempo aún, pero que es poco y que hay que aprovecharlo. 

Y no puedo dejar de recordar un post que escribí hace muchos años, a la primer cena que fui invitada en el San Ángel Inn. Cómo me sentí cenicienta bailando con príncipes y princesas. Así más o menos me estoy sintiendo ahora. Al fin soy feliz (πάλιν). Pero ahora sé que las doce campanadas (la edad) sonarán de manera inapelable. Y que si no he perdido la última oportunidad para acercarme a la referencia de Valerio, tengo que pescarla. Ahora sí. 

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