24 octubre 2014

Los días que volaban...



I
De la guerra y Ayotzinapa

La historia de los muertos en México es muy, muy larga. Es, antes que una historia de represión, una historia de impunidad. Ya Guillermo Trejo en El País, explicó con mucha claridad cómo debe entenderse el asunto: no se trata solamente de represión de estado, no se trata sólo de eventos producto del crimen organizado. Se trata de cómo ambos elementos se vuelven una trenza muy apretada de corrupción, impunidad y totalitarismo. En todo caso, la pregunta que viene a mi mente es porqué no ha sido sino hasta ahora que la Ciudad de México comenzó a marchar. No toda la ciudad: los estudiantes. ¿Por qué no se levantaron cuando la terrorífica fosa de 72 cadáveres de centroamericanos? ¿Por qué no se vaciaron a las calles desde que las primeras muertas de Juárez comenzaron a aparecer? ¿Por qué no ante Cherán, como apoyo a Michoacán? ¿Por qué no antes, mucho antes, cuando la magnitud de los crímenes ya era desorbitante? 

No sé, no tengo idea de porqué la Ciudad de México no se vació en las calles desde hace mucho tiempo. En todo caso, se me ocurre el porqué sí ahora se lanzaron a las calles, cuando los muertos de la Normal Rural Isidro Burgos fueron 43 y no los 2 de hace algunos años: porque el IPN se atravesó. Lo de Ayotzinapa pasó días antes de que el Politécnico Nacional se lanzara a las calles, pero lo que llamó la atención fue que, de pronto, el Poli organizó un movimiento sumamente estructurado y que obtuvo resultados inmediatos. En una lectura alegre y poco fundamentada, se me ocurre que la prisa de resolver el asunto del Poli reavivó la esperanza de que los movimientos estudiantiles fueran capaces de servir para algo... por un lado. Por el otro, Gobernación tenía urgencia de desactivar el poder de convocatoria del Poli antes de que estallara el escándalo de Ayotzinapa... se me ocurre. 

Se me ocurre que la apuesta de Segob es que se agote el tema, y que paulatinamente las cosas vuelvan a su cauce. Se me ocurre también que muchísimo debemos a los estudiantes de la Ibero, que nos enseñaron como devolverle la dignidad a los movimientos estudiantiles, tan dañados por la inútil huelga de 1999 del CGH. Que el Poli tomó nota de las lecciones de la Ibero, es obvio. Que la organización estudiantil en la UNAM siga dañada e inutilizada no implica que ocurra así en otros lados: la UAM Iztapalapa (la menos rojilla de las tres unidades originales) logró poner a discutir a paristas y antiparistas y hacerlos firmar un acuerdo que satisfizo a ambas partes. 

No sé: entiendo mucho menos lo que está ocurriendo en el país, que a Metafísica M... y los entendidos en el asunto sabrán que eso ya es demasiada incomprensión... 

Pero, aún así, fui a marchar. Me fui con el contingente de la UAM-I porque era el último y llegué muy tarde a la marcha... pero también porque soy estudiante de la UAM-I, porque ellos se ganaron su paro discutiendo y dialogando, y porque yo, al igual que la esponjita de 1999, quería poder hacer algo aunque fuera sumarse como una pincelada al mural monumental de la marcha de ayer que, con la muy medieval idea de gremio, se levantó para defender a los colegas de Ayotzinapa. 


II
De Iztapalapa, Mixcoac, el Pedregal y Naucalpan.

Esta no es una historia de topónimos sino de horas en transporte público. También es una historia de años de dudas, de cultivo, de cosecha, de sequías, de sobrevivencia, de mucha providencia. La historia de cómo saqué un libro de Averroes de una biblioteca pública de una universidad privada, y cómo eso hizo que un maestro venido de Alemania Iztapalapa no diera crédito de mi hallazgo. O de cómo me invitaron a hablar en inglés, primero sobre Aristóteles y luego sobre Alberto Magno y Avicena, dos hombres generosísimos... y cómo uno de ellos es quien, durante todos estos años, se ha dedicado a educarme. O la historia de cómo llegué a dar clases gracias a un hombre de cuyo nombre quisiera olvidarme, pero no puedo por más que lo intento; y de cómo volví gracias a que me guardó en su memoria otro, cuyo nombre vino a mi mente casi por accidente. Y también es la historia de un rechazo que me dolió proporcionalmente a como me hizo bien: y por eso lo dejo darme una palmada en la espalda cuando se va, como siempre, antes de tiempo... nadie me hizo tanto bien al mandarme al carajo. O de cómo otro me recordó casi por accidente, y me dio trabajo en los momentos más difíciles. 

La providencia me ha tejido dentro de una serie de voluntades de muchos, muchos varones... o una mujer que me encontró por accidente. Y hoy lo que no sé es qué hacer con tanta, tantísima providencia.


III
De Valerio

No había dormido nada. Tenía que avisarle a todo mundo porque en ese estado me pongo muy estúpida... sobre todo, muy paranóica. Y mi paranóia comenzó a manifestarse como una enorme desconfianza hacia mi: ¿nací con espíritu de perro faldero, o qué explica que esté aquí cuando debería estar dormida en mi casa haciendo todos lo que debo hacer que se me están acomodando en la garganta? 

También pienso lo contrario, muchas veces. ¿Qué hago trabajando a Alberto Magno y no, por ejemplo, la conflagración del mundo? ¿no le he invertido tantísimo tiempo y vida al griego? Y me lo pregunto porque, es evidente, con Alberto jugué todas mis cartas a una sola mano... y él está jugando su única carta conmigo. Y en frente, en los verdes prados de Ciudad Universitaria, parecía todo servido en bandeja de plata: proyecto, bibliotecas, dinero, conocidos... todo. 

Pasan los minutos, y abro el libro de Metafísica M. Se me atora el griego, se me atraganta. Me bloqueo. Me quiebro. Y es que tenía que quebrarme: en el mismo día se me presentaron demasiados fantasmas: 

Vi al Alejandro que me enseñó griego. Fue por su culpa, luego de que Goethe me lanzara a su salón, que me inscribí a Letras Clásicas. Esponja estúpida –pienso en mi paranóico desvelo– ahora recuerdas que no es la primera vez que unos ensortijados cabellos deciden tus futuros... siempre en griego, siempre en griego... 

Vi a Elsa Cross, quién me recibió en su clase cuando Aurora se murió. Su amabilísima y tierna sonrisa me devolvió durante un instante al hondo agujero negro del luto y la desesperación. Sus manos tomaron las mías, y recordé a Lilith y los trabajos y los días, y los 12 trabajos... y que tuve 20 años. 

Y luego vi al Danilo, como el más terrible de los fantasmas: yo tampoco puedo odiarlo, como ninguno de mis más grandes amigos. Verlo no es odiarlo, es odiarme por todo lo que no pude ser amada, todo lo que no pude ser elegida. 

Y después de tanto 2 de noviembre, encapsulado en 20 minutos, subo al salón, abro Metafísica M, y me bloqueo cuando los sujetos se ponen brincar entre verbos y complementos circunstanciales. Y se me agolpa todo en un nudo que no sabe si es por no poder con el griego, o con tantos φαντάσματα. 

Y entonces, el amor más grande de todos, la más alta ceiba de las que sostienen la cúpula del mundo, me sonríe. 

Y me queda claro, muy claro, porqué alargué la vigilia cuatro horas más: porque si pude sobrevivir y salir indemne de tanto fantasma, fue porque un hálito me arrancó del mundo de los muertos y me puso, de nuevo, entre los vivos. 

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