24 noviembre 2014

Mala Leche

Acabo de leer un texto donde se proponen tres posibles escenarios si Madero no hubiera muerto. El texto es de John H. Coatsworth y el famosísimo Frederich Katz. Es éste, y es muy recomendable. De los tres escenarios, hay uno menos peor que los otros dos, pero los tres son algo así como copias de la historia, o bien de España, o bien de los demás países latinoamericanos. Pero algo me quedó claro después de leerlo: México es un país sui generis, y quizás por su ubicación geográfica estamos destinados a ser el jamón del sandwich internacional, como dice Mafalda. Ahora somos un jamón en estado de descomposición. ¿En qué momento se selló el destino nefasto que se nos anuncia como el Apocalipsis? ¿Será la mala leche?

Mala leche es un término que en español mexicano (al menos, no sé si en otras latitudes signifique lo mismo) se refiere a la mala intención con que se dice una cosa, a que algo sea dicho con dolo. Pero la expresión tiene origen en la eterna lucha de castas que configura esta nación: se refiere la nodriza. Es decir: que alguien podría parecer de buena casta pero haber sido alimentado con mala leche, o sea con la leche de una nana india. 

Después de la conquista esta tierra fue dada en heredad a dos tipos diferentes de personas: a la nobleza indígena superviviente y a los nuevos habitantes de sus tierras, los españoles. Y se podía ser español de varias maneras: por haber venido de la Madre Patria, o por haber nacido aquí, siendo hijo de españoles. Además de españoles peninsulares (nótese la necesidad del adjetivo) y españoles, la Nueva España se configuró de indios, negros, y todas las revolturas posibles entre ellos. Y al desaparecer el Imperio Español y volar en polvorín la enorme extensión de su heredad, a este pedazo de tierra se lo comenzaron a pelear unos y otros. 

Y en esas estamos, hasta la fecha. 

Mi mejor amiga de la secundaria se hizo novia de un español. Cuando ambos vinieron de visita al Distrito Federal, él me decía que entre nosotros no había esas divisiones tontas que, según él, existen en España. Decía que los del Distrito Federal no se pelean con los de San Luis Potosí, por ejemplo. Y tuve que demostrarle de qué manera funcionan aquí las divisiones: "pregúntale a tu novia de dónde es su abuelo". Hecho lo cuál, contestó ella "mi abuelo era español", lo dijo henchida de orgullo y, además, servía de explicación de los ojos verdes de su hermana, la melena rubia de la otra, y la blanquísima piel de las tres. "Ahora pregúntale de qué parte de España es su abuelo". Y no supo responder. "¿Ves? en México la división es entre Españoles e Indios. "Español" es una categoría borrosa, tan borrosa, que en México hablamos español, no castellano. De Castilla son las rosas y las nueces, no la gente ni las lenguas". 

En México se come o pan o tortillas. En México se es católico ilustrado o católico popular. En México se tiene buena o mala sangre, se mama buena o mala leche. Todo lo demás debe poderse ubicar de un lado o del otro: el ser bueno o malo, el ser de izquierda o de derecha, el ser honrado o corrupto. Y se apela al famoso resentimiento social si se quiere subvertir el orden de las cosas. 

En México existimos los mestizos... una buena estrategia para dotar de identidad a esa enorme masa de población arrancada de sus raíces y con una identidad difuminada. El mito ¿quién inventó ese mito? Al menos el filonazi de José Vasconcelos trató de darle una complicada explicación de la cuál sólo nos queda (afortunadamente) el Por mi raza hablará el espíritu que sirve de membrete a mis dos títulos universitarios. Pero el mito quería darnos un nombre y fijarnos como referencia a una creciente masa de gente de lengua castellana y piel morena. Y evitar lo que, al final, terminó ocurriendo. 

¿En qué momento México dejó de ser esa milagrosa nación progresista y se transformó en una mancha de sangre? ¿En qué momento dejó de ser el maíz y se volvió la amapolita morada del valle donde nací el cultivo que más dividendos deja? ¿En qué momento nuestro eterno autodesprecio por ser corruptos, por ser mal hechos, por ser flojos, por ser corruptos... por ser corruptos... por ser corruptos... en qué momento el desprecio que nos genera la autoconciencia de nuestra corrupción, se nos volvió en contra y comenzó a salpicarnos de sangre? 

Es la mala leche del mexicano. Esa es su naturaleza, su destino fatal. Y no hay modo de hacer nada, ya no, ya es imposible... de hecho, nunca se pudo. 

***

Cuando pienso o levanto arengas a propósito de la espantosa situación en que nos hallamos sumidos, de pronto me parece oír la burla de Daniel. 

Odio, o mejor dicho, odiaba sus burlas: era como si de un carcaj estuviera siempre listo a sacar algo que destruyera aquello que yo decía con tanta convicción y pasión. Y lo odiaba porque la flecha daba siempre en el blanco con espantosa precisión. 

Es inteligente y eso nadie se lo niega, pero la verdadera virtud de Daniel es una espantosa lucidez que, un poco al modo de Casandra, es capaz de reventar cualquier ilusión. Eso debería ser una virtud, pues pareciera que cualquiera capaz de ver un poco más allá alguna ventaja podrá sacar de las circunstancias, en algo podrá adelantarse a las jugadas adversas del destino. 

Sinceramente no sé si a Daniel mismo le ha servido de algo su lucidez. Más útil es la sabiduría práctica, o dos o tres habilidades sociales de las que definitivamente carece (y al menos una moral). Pero es esa lucidez lo que lo hace tremendamente entrañable. 

Mucha gente lee o escucha lo que dice y viene a quejarse conmigo. ¿Por qué conmigo? Porque también son mis amigos. Cuando cortamos no me cabía en la cabeza que, necios quienes se decían mis mejores amigos, no le hubieran retirado la palabra. Me tardé muchos años en aceptar que mis mejores amigos no tenían porqué tomar partido para seguir siendo mis amigos (y más que 'aceptarlo' tuve que resignarme). Pero muchos, muchos demasiados años, me costó aceptar que, a pesar de todo, es un ser inmensamente entrañable. Y, peor aún, que me sigue siendo entrañable. 

La lucidez es moneda preciosa y muy rara.

A Daniel poco a poco le he ido perdonando todo. Lo más difícil, obviamente, fue perdonarle todas aquellas faltas que, en realidad son mías, y con las cuales tuve que investirlo para no asesinarme a mi misma. Pero había una que no podía perdonarle, y la verdad, ni yo misma entendía cuál era. 

Y un día lo entendí. 

En el taxi, en el metro, en la escuela, hablando con el Asesor, en el trabajo, en la casa, en la noche, en el día... siempre me imagino qué opinará de lo que hago. De qué manera se estará burlando. Y no sólo de éxitos o fracasos, sino incluso de mis creencias. De mis flojeras, de mis angustias, de mis tonterías, de mis torpezas, de mis contradicciones... 

de mis contradicciones... 

De tomarme tanto en serio acabo sintiéndome demasiado ridícula. Y eso es lo que me decía Daniel, que no me tomara tan en serio. Y es entonces cuando todo lo pesado se me aligera. Y recuerdo entonces, no sin gratitud, esa levedad que me regalaba cuando me quería.

La lucidez de Daniel es única y poderosa. Y es terriblemente dolorosa. Así, pues, no queda otra que aceptar el fondo sin fondo que en realidad es la vida, y hay que comenzar a no tomarse a uno mismo tan en serio... so riesgo de hacerse mala sangre y morir envenenado con la propia leche. 

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