04 mayo 2016

La era de Acuario

Leí este artículo a través de @NeuroticMariana y @tazy, y aunque debo reconocer que mientras lo leía quería patear al tipo, creo que le da al clavo en algunas cosas. Pero más más importante es uno de los comentarios que le hacen... que está tan "a modo" que quizás se lo haya inventado el mismo autor. No sé... pero en conjunto el artículo y el comentario muestran una idea que ha rondado mucho mi feminista cabeza últimamente. Ande, querido lector, lea el artículo y el comentario. Yo lo espero. No me muevo de aquí.

¿Ya?  Bueno, sigamos. 

Nací a principios de los 80's y a pesar de haber nacido entre la clase media del Distrito Federal, hice la secundaria con lo que podríamos llamar la clase media baja tirándole a pobre de San Luis Potosí. Mientras algunos de mis compañeros de la primaria hicieron el bachillerato en Bélgica, los de la secundaria se movían en una línea crítica entre heredar el oficio de albañil de sus padres o entrar a la Universidad para ser ingenieros.  En mi secundaria convivían dos clases sociales, económicamente a penas distintas, pero socialmente muy diferenciadas: la gente que contrataba sirvientas, y la gente para quien ser sirvienta era una opción perfectamente aceptable. Esa distinción, sin embargo, no fue jamás suficiente para determinar quién llegaba a la universidad. 

Y, sin embargo, los roles de género en ambas estaban arraigados con mucha fuerza y sin discusión alguna.

Así, tuve un profesor que decía que las mujeres estudiaban para ayudarles a sus hijos con la tarea, pero que el objetivo de la mujer era estar casada. Cuando lo fui a acusar con mi profe de matemáticas, la respuesta fue simple: lo que él no sabe es que ya entramos a la era de Acuario... pero a pesar de todo aquello, me tocó ver estudiantes mujeres del cuadro de honor que no recibieron apoyo alguno para hacer el bachillerato. Lo cuál, seamos honestos, no es peor que lo que le pasaba a las malas estudiantes: a pesar de que la Constitución de los Estados Unidos Mexicanos dice que la secundaria es obligatoria, sus papás le explicaron que estar en la escuela era un privilegio... que no se merecían por ser mujeres. 

Digamos que todo aquello era demasiada desigualdad de género ante mis ojos, y por el contexto social y familiar del que yo provenía, siempre vi esas tragedias como si yo fuera inmune a ellas. Y, sin embargo... 

***

Por razones que no viene al caso explicar, la educación de género que yo tuve fue... extraordinaria, para mi época y para todos los círculos sociales en los que me tocó crecer. Fue mi papá quien me explicó, a los 4 años, que no había juguetes para niños y para niñas: que todos los juguetes eran para todos... lo que me metió en mis primeras disputas feministas con la tía A. que a mi primo R. le regaló un camioncito y a mi una muñeca. Por más razones que no viene al caso despepitar aquí, desde muy niña supe yo que ser homosexual no era equivalente a querer vestirse de mujer; que había mujeres marimachas porque les gustaban otras mujeres, y que eso estaba bien. Y fue esa razón que no voy a venirles a despepitar aquí, la que me hizo investigar esos asuntos desde muy chica. 

Y, sin embargo... 

Y sin embargo yo deseaba con una nostalgia tremenda haber sido hombre y no mujer. Porque ser mujer para mí era tener una especie de deficiencia, de handycap con el cuál no se podía vivir con la misma facilidad que un hombre. La opción no era ser una mujer liberada, sino ser hombre. Más que privilegios, yo veía a los hombres como seres humanos completos, y a las mujeres como siempre teniendo que demostrar que nuestra falla no era tan grave. 

Y así crecí con esa misoginia introyectada: maquillarse, usar falda, jugar con muñecas, disfrutar la joyería, todo eso eras signos inequívocos de debilidad mental. Y yo procuraba vestirme de la manera más masculina posible, lo cuál siempre era frustrante porque una mujer que se viste de hombre, más bien parece un hombre gordo y mal hecho. Así que los pantalones de mezclilla, las playeras guangas y los tenis, eran una solución aceptable a la imposibilidad de pasar por varón, y evitarme los cuestionamientos... y había que estudiar una carrera de hombres para que quedara claro que no era un ser humano a medias. 

Pero no lo hice. Estudié filosofía. Pero esa es otra historia. Aunque una secreta vergüenza me ha acompañado muchos años por no haber tenido el valor de estudiar una carrera de hombres

Así que llegar a la conclusión de que se puede llegar a ser un ser humano sin necesidad de ponerse vendas en los pechos para poder vestir camisas planchadas y corbata, resultó muy, muy, muy complicado. Aprender que el tamaño de las tetas no es inversamente proporcional a la inteligencia, fue muy difícil (a pesar de que entre mayor es la copa del brassiere en mi familia, mayor es el SNI).

O sea, resumo: que la emancipación femenina no significa transformarse en varón, es una idea muy difícil de captar. Pero dada la naturaleza de lo femenino en nuestra sociedad, no es difícil introyectar el odio a aquello que nos constituye. Odiamos lo que somos. Y si lo odiamos, lograr huir de ello no es mala opción... es algo deseable. Es deseable dejar de ser mujer. 

Quiero aclarar una cosa: aquí no querer ser mujer no significa sentirse un hombre en el cuerpo de una mujer. Ése, creo, es otro problema muy diferente. No, aquí se trata de sentirse mujer, y odiar lo que se siente que una es. 

Por eso descubrir que hay otra manera de ser mujer, que no es degenerada sino legítima y propia, es una buena noticia. Pero asumir otra identidad está de la chingada de todas maneras, porque ni siquiera se trata de imitar otra manera de ser (como cuando quería ser varón): no hay qué imitar. 

Y la mitad de las cosas que hacemos al hacerlo, al principio, parecen aberrantes. Transformar el condicionamiento social no son enchiladas. ¿No me creen? Métanse a un baño de hombres. Así se siente cambiar y modificar un montón de hábitos y concepciones que tenemos sobre cómo funciona el tejido social a nuestro al rededor. 

Pero ser mujer, apesta. Luego: VALE LA PENA. 


***

Ahora bien, pónganse en los zapatos de los muy masculinos varones. La identidad a la que tienen que renunciar no es algo deleznable: es algo que les otorga valor. Y eso es lo que pasamos de largo con mucha frecuencia. 

El valor se ve como un privilegio desde la posición del oprimido. Pero desde el punto de vista de quien lo ostenta, simplemente son las condiciones que le otorgan valor. Y cuando se le pide renunciar a sus privilegios, se le está pidiendo abandonar su identidad sin un modelo que imitar. Y así como para muchas mujeres avanzar consistía en alcanzar posiciones que antes eran privilegio de varones (y eso es valioso en sí mismo), para muchos hombres significa descender a posiciones inferiores: mujeriles. (Y todo eso ya lo dijo y explicó Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad). 

Al acusar a los hombres de no avergonzarse de sus privilegios, lo que les estamos exigiendo es que se avergüencen de lo que son. De ellos mismos... y no hay para dónde hacerse. Si la lucha de las mujeres ha sido "por salir de casa", se entiende que estar en casa es lo chafa... 

Y de nuevo: entender que se puede ser varón de otra manera, sin dejar de ser varón y sin perder valor, es lo que está en chino entender. Por eso, la reticencia. 

***

Moralizar la reticencia a aceptar que modificar algunos hábitos sociales no significa perder la identidad, es estúpido. No es que los machos sean malos. Y a pesar de que las luchas de derechos civiles han funcionado con un esquema de lucha de clases, aquí no puede operar de la misma manera. 

Porque, muchachas: ustedes tienen padres, hermanos, hijos, amigos varones. A quienes quieren proteger, a quienes respetan, de quienes reciben cariño. Y ¿quién quiere educar a un niño haciéndolo avergonzarse de lo que es? Es más fácil asesinar de un tiro al Zar y a toda su familia, símbolo de la opresión de clase, que a un hijo o a un amante. 

*** 

El comentario al artículo del psiquiatra que teme que disparen contra él, muestra el verdadero problema. El comentarista reconoce no sólo que su mujer es mucho más chingona que él, sino que él mismo se ha beneficiado de las cualidades y fuerzas de ella. Pero siente una profunda vergüenza de ser un macho beta. ¿Porqué siente vergüenza? Porque su identidad está construida con la idea del varón proveedor. Su incomodidad no emana de la relación con su esposa, la cuál funciona perfectamente, sino de la vergüenza a posteriori de no dar el ancho como lo que se supone que es, de no alcanzar la actualización de su naturaleza, Aristóteles dixit. Sin esa idea, sería un hombre plenamente feliz. 

Lo que le daría paz mental sería comprender que hay otros modos de ser varón, donde quedarse en casa a criar a los hijos (que él tanto desea) es algo valioso y perfeccionador de su "naturaleza". Que es propio de ser hombre estar dos pasitos detrás de su mujer en ciertos aspectos. Que corresponde y plenifica su ser, el ser como es con su mujer. 

Y, de nuevo, no son enchiladas. Y, sin embargo, hay muchos varones muy bien dispuestos a generar una nueva sociedad donde los roles, el género y los genitales no estén ligados indisolublemente. Y, al igual que nosotras, tienen qué ingeniárselas para entender cómo hacer funcionar este nuevo aparato: no hay modelo que seguir, hay que construir el modelo con el que vamos a educar a los hijos, sobrinos y alumnos del futuro. Y al igual que nosotras, ellos también se equivocan. Pero no son nuestros enemigos. 

Esta es una buena época para vivir. Estamos montados en los hombros de los gigantes que iniciaron esta revolución. Ha llegado la era de Acuario, como dijo el profe René. 



Bueno, esta fue la procrastinación de hoy. 
Gracias por leer. 


Esponjis.

4 comentarios:

noemi guzik glantz dijo...

Me hiciste pensar algo que nunca había accesado: me ha hecho sentir menos complicado el ser mujer el hecho de que tengo poquísima chichi.

Alviseni dijo...

Qué buen post!


freudchicken dijo...

Es curioso cómo funciona el artículo que inspiró esta entrada. No sé si tú y yo vemos el mismo punto, pero creo que al destacar cómo la emancipación de las mujeres parece dejar sin valor lo que solía ser la tierra firme de la identidad masculina, ve el fondo del problema sin atreverse a entrar de lleno. El sistema no ofrece alternativas: o eres muy-hombre o eres poco-hombre. Y nadie quiere ser poco-hombre. Lamentablemente, con los psiquiatras suele ser así: para ellos la mayoría de los trastornos mentales son producto de desviaciones de la norma. La norma es incuestionable. Así, si el sistema requiere de muy-hombres que provean a "sus" mujeres, ¿qué pasa cuando esto no es así?

Mi problema con algunos discursos feministas es que tampoco hacen ese cuestionamiento de fondo. Dicen hacerlo, pero no es cierto. Por ejemplo: ¿cuál es, entonces, el papel de los hombres en todo esto? Callarse. Reflexionar, sí, pero en silencio. ¿Silenciar al otro no es una de las primeras formas en las que se expresa un sistema opresivo?

Otro, un ejemplo más concreto: el día de la marcha, un supuesto periodista se metió en un contingente de mujeres y acusa que lo golpearon. La respuesta de algunas: "si era un verdadero periodista, debió saber que ahí no podía meterse", "quién sabe con qué intenciones se metió ahí, quizá quería que le pegaran para desprestigiar al movimiento". O sea, el mismo discurso, pero con los actores al revés.

Yo soy nuevo en el tema. Recién comencé a estudiarlo y he ido aprendiendo a distinguir algunos discursos. A veces querría debatirlos, pero no es cosa fácil. No es el momento, me dijo alguien. Ahora es el momento en el que la furia de las mujeres necesita expresarse. Y sí, quizá tenga razón. No sólo por eso, sino porque cada vez que he adelantado una crítica, hombres claramente sexistas las toman como bandera. Tampoco quiero eso, así que mejor las borro o no las escribo. Pero lo que tú has señalado fue una lucecita en mi experiencia: una de las razones por las que todo esto me incomoda es porque me deja sin saber ni quién soy. Y eso duele mucho.

Jo dijo...

episodio uno:
Hace un par de años me anoté a un curso literario, un profesor, en un ataque de cólera provocado según creí - y sigo -creyendo por un pleito con su novia, se lanzó a todo vapor a despotricar contra las mujeres. Casi todos los sitios en ese curso estaban ocupados por mujeres solo 3 eran hombres.
Frente a todo el grupo, sentado tras su escritorio estaba aquel profesor -a quién yo veía con absoluta adoración- echando pestes. Luego cuando pasó su cólera y solo le quedó la rabia, dijo que nos tenía compasión, que era horrible ser mujer.

medio sorprendida y en silencio, imaginaba cómo habría sido el pleito. El profesor se veía sudado, agitado, dolido aunque pienso que la gente que se dedica a estos menesteres artísticos son mucho mas apasionados de lo normal, la intensidad puede desbordarse y notarse a kilómetros.

En algún momento sentí simpatía por él, aunque ciertas palabras que salieron de su boca me repugnaron. No quería ser considerada por un pelillo menos por ser mujer, me daba lo mismo no haber nacido hombre. Qué no me viniera nadie que ser mujer era tan horrible, ya me había sacudido esas ideas cuando chica y me convencí bien. ya no me mordí la lengua (para variar conmigo)
y dije:

-tiene muchas ventajas ser mujer.
-¿si? ¿cuáles? No me diga que mas sensibilidad...
Por desgracia no había leído yo gran cosa sobre los clásicos, me habrían servido de tanto, no pude decirle como Tirésias, que las mujeres sentimos mas placer erótico que los hombres
-Por ejemplo: si yo no fuera mujer sino hombre, no podría estar sentada aquí por gusto. Mi papá dijo alguna vez que no ganaría un clavo por estudiar Literatura, mucho menos Historia del Arte y Pintura.

episodio 2
Un día mirando una película, cuando la novedad eran las videocaseteras, alguien de el grupo de amigos para pasar las tardes de viernes después del colegio, rompió una regla básica de la masculinidad, en medio de la función brotó de su ojo una lágrima minúscula... en ese momento la película se detuvo y fue increpado.

Los hombres no lloran, los hombres no deben tener miedo, tienen que mantener una imagen, tienen que ser protectores y proveedores, deben tener dinero, ser prácticos, contundentes, cumplir sexualmente siempre, entre otras cosas Aguantarse sin mostrar emoción.

"valores" que no cambian durante que pasen los años a pesar de vivir en sociedades "evolucionadas"

conforme va uno creciendo se da cuenta que la vida es un gran libro en el que los capítulos se van armando de uno a uno y a veces los episodios mas felices no duran tantas paginas pero si están llenas de confusión.


Perdón. Por la extensión del comentario... me falta concreción (no tomé bien ese curso de literatura me salí])