10 junio 2016

Día del padre

(En general, todo ataque de celos, son los celos primigenios por papá)

Una vez mi papá le compró a Aurora un conejo de peluche con un sombrero de paja. Que fuera de paja real el sombrero es muy importante, porque yo tuve una mascota llamada Bolita de nieve del Popocatépetl, que era un conejito gris. Lo llamamos así porque, cuando éramos niñas, mi papá nos llevó a las faldas del Popo, y fue la primera y única vez que vimos la nieve, pero era una nieve manchada de ceniza. Y Bolita de nieve del Popocatépetl, o Mixiote, como Aurora lo llamaba cariñosamente, se comió el sombrerito de paja. Y es que ese maldito conejo (el de peluche, no mi mascotita viva) me provocó el más amargo ataque de celos contra Aurora. 

Mi papá se lo compró sin razón alguna. Y es que todos los regalos que mis hermanos y yo recibíamos, estaban matemáticamente calculados para ser absolutamente equitativos. Una vez nos compraron unas muñequitas de trapo mayas. "Mayita" se llamaba cada una. Y nos contaron que había una mayita y un mayita, pero que mejor compraron las dos iguales para que no fuera a haber una bronca. Aurora y yo sentimos feo que aquella medida nos hubiera impedido tener juguetes complementarios. Ni que fuéramos tan payasas, pensamos. 

Pero sí lo éramos, o al menos yo lo fui aquella vez del maldito conejo. Porque mi papá lo vio en la tienda del aeropuerto, se lo compró a Aurora porque se le hizo hermoso, sin razón alguna, y cuando se lo regaló se quedó emocionadísimo esperando ver la cara de sorpresa de Aurora. Y luego no sacó nada para mí. Digo, no es que yo sintiera que en la vida me faltara un conejo de peluche con sombrerito de paja. Sólo es que, al comprender toda la escena de la emoción de mi papá al pensar en Aurora al ver el conejo, un golpe eléctrico cruzó mi espina dorsal: mi papá no me quiere, no al menos del modo espontáneo y gratuito con que quiere a Aurora. 

***

El otro día pasé por el tendido de un vendedor que hace figuritas de limpiapipas de colores, y una de las figuras era un personaje de un jueguito que le gusta mucho a mi papá. Lo vi y pasé de largo, cuando me acordé que a mi papá le encantaba uno de esos personajes, y se lo compré. Y le saqué muchas fotos y se las mandé a mi papá, porque ¡vieran cuánta ilusión me hacía ver la cara que iba a poner! Y no, no fui defraudada. ¡¿Cómo sabes que es mi favorito?! me dijo.  Y un ratito después me acordé del mentado conejo... 

Y, caray, pensé. Es tan poco el amor y desperdiciarlo en celos. Porque aún tengo a mi papá, que está sano y a un telefonazo de distancia. Y todavía me puedo dar el placer de tener ese acceso de gusto por regalarle algo para que sonría. Y entonces me dio gusto que él hubiera podido hacer eso con Aurora alguna vez.

***

Hace poco me agarró un ataque de nadie me quiere. Y uno tras otro se sucedieron ataques de celos. Hasta que me cayó un veinte. Cuando me dan esos celos lo que hay detrás es una tremenda necesidad de que alguien venga y se haga cargo de mí. ¿Cómo explicarlo? Quisiera que toda la incapacidad que tengo para quererme yo y ver por mí, la cargara otro. Por eso la necesidad de reconocimiento no tiene llenadera. Quisiera que existiera un alguien que me regalara todos los conejos con sombrerito de paja necesarios para llenar ese hueco enorme. Porque dentro tengo un hueco que no sé cómo cargar. Un hueco pesadote, como hoyo negro que siento que no puedo llevar, y quiero que venga un papá, y lo rellene con tonterías y amor espontáneo.

Porque lo que clama la esponjitita de 9 años es que venga papá y le diga: eres valiosa, eres importante. Cuando uno tiene 9 años, amar significa que vean por ti. Que alguien se haga cargo de ti. Y eso quiere decir también que venga alguien y te dé el reconocimiento que necesitas para sobrevivir. 

Pero esponjita ya no tiene 9 años. 

***

A mitad de uno de los ataques de celos, de pronto comencé a hacer cuentas. Aquellos de quienes dije no me quieren, nunca me han querido, han hecho por mí muchas cosas. Muchísimas. ¿Qué tendrían que hacer los pobres para que al fin ten sintieras querida por ellos? (nótese la voz pasiva de la oración). ¿Regalarte un conejito con un sombrerito de paja?  

***

¿Cuál es el origen del ataque de celos? Que la tesis me está costando un huevo. Así de fácil. Los celos surgen cuando me falta valor. Valor en el sentido de que siento que no valgo nada, y valor en el sentido de coraje. Me acobardo. Siento que ya no puedo, que no voy a poder, que me voy a diluir en el aire si no puedo redactar una tesis que dentro de muchos años (por ejemplo, 19) siga siendo referencia para cualquiera que quiera trabajar mi mismo asunto. 

Pero como dice siempre mi mamá (la que esta Navidad me regaló un montón de conejitos con sombrerito de paja), no queda más que hacer de tripas, corazón. 

Y ya no tengo celos. 

Quizás un poquito. Me quisiera querer como quiero a los otros. 

O quizás sí me quiero mucho, y por eso me doy el enorme placer de comprarle a mi papá su muñequito de limpiapipas de colores. O voy corriendo a la UAM a decirle al Asesor que encontré su nombre en un lugar de lo más extraño, donde se le informa al mundo que realmente fui muy inteligente cuando, nomás por no dejar, le pregunté ¿qué tienen qué decir esos medievales sobre las percepciones accidentales? y al escuchar su respuesta, lo escogí como Doktorvater

1 comentario:

Alviseni dijo...

Todo un caso, en nuestra niñez a mi hermano y a mi nos pasaba similar con los regalos.
Creo que mientras haya una situación en la que sentimos que nadie se ocupa de nosotros (en el aspecto que sea) nos queda el consuelo de dar algo, una alegría al menos, como dices. Bueno, sé que a mi me da consuelo.

Suerte en tu tesis, suerte en todo.