07 agosto 2016

Alemania

Quisiera escribir algo, pero no se me ocurre qué. Quisiera tener algo qué decir. Algo sobre Alberto Magno, por ejemplo. Eso sería genial. Algo sobre lo que estoy entendiendo. El problema es que no estoy entendiendo nada. Estoy tan ocupada en cómo llegar a Alemania que ya no estoy segura de para qué voy. Ah, sí. Para hacer una tesis sobre Alberto Magno. Sí, para aprender a leer manuscritos. Quizás para aprender bien alemán. Quizás para conocer París, Dresde y Praga. Y Berlín. De Berlín sólo quiero ver en vivo las puertas de Brandenburgo. Y quisiera ver Frankfurt porque S. me ha hablado mucho de Frankfurt. Porque en Frankfurt brotan los S. Me imagino ir a un vivero lleno de S. 

Quiero ver el Danubio y el Rhein. El Donau y el Rin. El portento de un país que ha conservado sus ríos citadinos. Quiero conocer el Elba porque lo leí en Vonnegut, y subirme al teleférico que describe Tellkamp (Uwe) en La torre. Y ver, aunque sea de lejos, los bosques donde andaba Caperucita Roja. Y si no es mucho pedir ver ese lugar donde Varo perdió las legiones de Augusto. Pero sobre todo quiero ver el Danubio y ver si es azul. Y sí, quiero ver las puertas de Brandenburgo, y las cúpulas que los ángeles de Wim Wenders sobrevolaban. A color o en blanco y negro. Da igual. 

Quiero ir a Colonia. Ver la tumba de Duns Escoto. Si me muero allá, déjenme allá. No me iré cantando México lindo y querido. Prefiero de epitafio, Colonia me tenuit. 

Tengo mucho miedo. 

Como sea, en el peor de los casos dormiré bajo el Kennedybrücke. No tengo idea de cómo sea Bonn. cuando era niña, era la capital de la República Federal Alemana. Y es que este viaje debí planearlo hace más de diez años. Debí estudiar alemán e inglés antes, mucho antes, cuando aún estaba para estos trotes. Cuando el que entonces era mi asesor me dijo Paloma, ni que tuvieras ochenta años. Ya tengo ochenta años. Ya tengo ciento sesenta años. Pero no he vivido. Siento como si los últimos diez años se me hubieran perdido en algún lado, y simplemente no los encuentro, como cuando se pierden las llaves y voy tarde a algún lado. 

Siento como si el día que cumpla 40 años fueran a cortarme la cabeza. Como si ese día fuera a acabárseme la juventud, la fuerza, el valor... todo. Y eso es gracioso, porque a esos señores (die Herren) los conocí justo poco después de que cumplieron 40 años. Y es que entonces me parecían extraordinarios y bellísimos, y justo en su punto. Como si en ellos la vida estuviera en flor, como si fueran un jardín de cerezos en primavera. Y se me hace tan injusto pensar que justo cuando arribe yo a esa edad ya voy a estar marchita. 

Quizás al final por eso decidí irme. Porque de veras ya no hay nada qué perder. Y si he de irme, he de irme a lo grande. He de pasar por París, aunque jamás haya entendido la geografía relatada en Rayuela. He de pasar por Dresde y su Elba, a quienes les escribí un cuento sin haberlos visto nunca. Voy a Europa a ver ríos y ríos y ríos. Y manuscritos. 

Voy a la tierra de un antiguo filósofo que ni siquiera se imaginó que pudiera existir la mía. A una tierra cuya lengua parece un sofisticado mecanismo de relojería. Voy a buscar a Caperucita Roja y a los 7 enanos. 

***

Hoy me acordé cuando le regalé por primera vez un libro a un señor que andaba a penas por sus cuarenta años. Cuando nos despedimos, se golpeó contra una puerta de cristal. Y es que él entonces era un jardín de cerezos en primavera, una jacaranda cuajada de flores, era los jardines de Versalles. Él era la ceiba que sostiene la cúpula celeste, y todos los pájaros que cantan justo antes de que se meta el sol. ¿Qué voy a hacer ahora, tan lejos del Sol? ¿qué voy a hacer ahora en una tierra cuyas temperaturas pueden matar a la gente? ¿qué voy a hacer allá, tan lejos de mi geografía tropical?

***

Hoy me acordé de cuando todos hablaban alemán en una clase, menos yo. Entonces un señor, que apenas andaba por sus cuarenta años y tenía rostro de escultura griega, me dijo pues aprende. Y heme aquí, haciendo contorciones con los verbos que se parten y hacen split, y sustantivos que se flexionan, y hacen la más larga Frankensteinwort. Y alguna él vez me dijo que no, que a Alemania no. Que incluso para él que los conoce, son demasiado fríos. Pero heme aquí, necia, yéndome a vivir debajo de un puente que cruza la frontera entre Roma y las tierras Bárbaras. A Alemania voy a conocer la nieve. 

***

Voy a Alemania porque es el centro del mundo. Yo, la umbiloselenopolita, nacida en un centro, un ombligo, descentrado. 

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