de diez en diez

Cuando tenía 8 años, en la escuela hicieron una carrera para elegir a quienes portarían la antorcha olímpica de las mini olimpiadas de la primaria. Y sólo recuerdo como, por más que corría, todos se alejaban. Por más que hacía que mis piernas corrieran, la distancia entre todos y yo se incrementaba exponencialmente. Mi madre, ante mi angustia, sólo me decía: "es que tienes las piernas cortas". Y pronto decidí que no valía la pena correr. 

Cuando tenía 18 años, pasaba horas estudiando el Anfosi de Geometría Analítica. Lo disfrutaba inmensamente. Yo quería estudiar astronomía. Mis padres, los dos, son físicos. Pero no eran premios nóbel ni eméritos. Sin embargo siempre habían sacado 10 en matemáticas. Pero cuando me presenté al exámen final de Geometría Analítica, algo olvidé (no recuerdo qué... así de bien lo olvidé) y saqué B. Entonces pensé: "es que tengo las ideas cortas", y en un volado decidí entrar a Filosofía.

Cuando tenía 28 años, me dí cuenta de que si no me titulaba ya, mi futuro sería totalmente miserable. Me senté frente a la computadora, hice miles de resúmenes, leí mil páginas de todo lo correspondiente. Una idea iluminó mis dedos. Escribí como enajenada durante dos noches con sus días. Luego, triunfante, le mostré mi idea poderosa a mi juez. Él se me quedó mirando y me dijo "estas son reconstrucciones muy alegres..." y pensé en que ello ya seguramente se le había ocurrido a alguien. Pensé en que todavía debía leer todo lo que no había leído en años. Aprender alemán, sentarme pacientemente a leer todo lo que sobre el tema se había escrito en los últimos cien años. Agarrar el Copi otra vez, volver al Tractatus, tratar de pasar a la proposición 5. De pronto, ví como todos se alejaban de mí, como los libros y los compañeros iban varias leguas adelante. Y pensé: "tengo las ideas cortas". Tomé tres mínimos textos, los comenté y me titulé.

Tengo 29 años y en pocos meses me hallaré en medio de una selva oscura, frente a un gran letrero que dirá: "pierda toda esperanza el que entre aquí". Y entonces saltaré al vacío, porque hace una semana me creí dueña de mí y del mundo, pero luego no pude pasar un examen de inglés. Entonces abandoné toda esperanza: las universidades, las Uropas, las eminencias a quienes no podría entenderles más de tres frases seguidas en inglés. Y me horrorizó la imagen de verme, a los 38 años, a una distancia infinita de Beatriz...