09 marzo 2012

Elegancia...




Yo no soy elegante. Bueno, estoy haciendo al menos un pequeño esfuerzo por no seguir pareciendo Tom Sawyer... o como diría Mafalda, sacar el instinto a pasear (¡¡aaayyy!! la maldita primaveeeeeeeeeraaaa). Pero hoy mi teléfono me recordó que a) el silenciador no silencia la alarma y b) que NO soy elegante... y por culpa del teléfono estúpido me perdí de la mayúscula elegancia del día de hoy... (digo, todo era muy elegante... cof, cof...).

Me lo narraron con pelos y señales. Golpee varias veces la mesa del poco elegante Burger King por la frustración de no haberlo presenciado mientras me era narrado el elegantísimo movimiento con el cual quedó zanjado el asunto aquél... sí, aquél del que les hablé alguna vez y que, apelando a su mala memoria queridos lectores, no les voy a repetir. Justo porque la finísima elegancia (finísima como diamante que brilla y corta) consistió en deshacer todo nudo sin que lo notara nadie más... ¡¡aaay!!

Sólo quería dejar constancia de todo aquello. Bueno, de eso y de que, mientras recorría de un lado a otro los pasillos de la facultad muerta de vergüenza, al fin tuve una revelación: soy torpe, torpe desde niña. Me caigo y me doblo el tobillo, tiro los vasos sobre la mesa, me echo el café encima, trastabilleo ante la belleza destilada que, a fuerza de convivir conmigo, creo que ha aprendido a aceptar mi torpeza y falta de elegancia... y si no lo han aprendido a aceptar, la que lo aceptó hoy fui yo. Así soy... así soy, torpe e impulsiva... y, bueno, está bien...

Me acordé también de cuando tenía once o doce años y comenzaba a tratar de maquillarme. Entonces le decía a mi mamá ¿cómo me veo? y ella decía "pareces payaso". Pero quizás porque a ella no le interesó nunca, o quizás porque no se le ocurrió simplemente, jamás se sentó conmigo y me enseñó a maquillarme. Nomás me decía, sinceramente, que parecía payaso. Y lo pensaba hoy mientras me pintaba los ojos, y me vi al espejo y dije "pareces payaso". Y a punto estuve de lavarme la cara e ir a la cita aquella de playera y tenis rotos, cuando tuve una revelación: no, no pareces payaso. Y si "él" (el elegantísimo varón a quién le destila la elegancia congénitamente), y si a él le pareces payaso... ¡qué importa! ¡Mírate en el espejo! ¡Dibújate el rostro! ¡píntate!... crece... crece...

Y mientras rondaba los pasillos de la Facultad tuve la vaga sensación que tenía de niña cuando hacía mucho tiempo que no iba a un lugar: "ya crecí, ahora todo se ve más pequeño"... y me di cuenta de que era porque andaba de tacones... fue el último estirón, ahora sí... aprendí a gozarme y dejar de tener miedo a que mamá me diga que parezco payaso.

¡Ah primavera! que la corola se abre a todo lo que da porque el deseo por la elegancia hace que se extiendan los pétalos esperando al Sol...

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