No debería venir a escribir. Primero porque la cantidad de lo escrito disminuye su calidad. Segundo, porque tengo que acabar la tesis (la TESIS, toda) y... y estoy bloqueada, pero pues no hay pex: o me desbloqueo o me desbloqueo. Y tercero: porque no hay agua en mi casa. Así es. Se desconchinfló la 'bomba' y habrá que esperar al lunes, horas de oficina, para que el todopoderoso casero se entere y arregle la situación. Y la geografía de mi edificio es tal que, para poder ir a la llave de abajo por cubetas de agua, tengo que hacerla de cerrajero con mi tarjeta inútil de Alfa Radio (bueno, útil para abrir puertas). Y esa es la aventura más emocionante que me ha pasado hoy. Es decir: no tengo nada que contar que no tenga que ver con la tesis.
En pocas palabras, tengo que enfocar mi ultra poder creativo en la tesis. Pero ¡me aterra! Y no entiendo por qué. Cuando me vi a mi misma haciendo exégesis de Génesis 3 comprendí que ya puedo enfrentar a Aristóteles, Alberto, Avicena y Averroes (y Nemesio, quizás... le falta la 'A'). Además ayer estuve platicando con Ely sobre Analíticos Posteriores B, 19 (¡oh! mi historia en la maestría comienza por ahí), y luego de una hora de discusión comprendí que ya mi cabeza furula nuevamente... pero ¿por qué se deja arrastrar? Es decir, se dejaba arrastrar por actividades propias de mi síndrome de TDA: Twitter, estar checando cada 5 minutos la actividad del Popocatépetl, hablar de... ejem... cof, cof... ¡pues de mi Sol! (digámosle por ahora así). Y que los tacones rojos y que ponerme a hacer barquitos de caramelo y... ¡y la manga! Pánico tesístico es lo que tengo...
Pero haciendo monitoreo de mi actividad tremorosa, mis domos de lava y mis exhalaciones nicotínicas, he llegado a la conclusión de que al fin estoy contenta y con gran capacidad de concentración... ya, es hora de tomar al Minotauro Aristóteles por los cuernos. Ok. Se me endurece la pancita. Me sudan las manitas. Pero ni modo: hay que acercarse ya al despeñadero. ¡¡Ya!!
Sólo quisiera decir que, a pesar de los pesares y de todo lo que ello signifique, la fuente de mi salud en gran parte tiene que ver con unos ojotes de borrego que, como siempre y del mismo amoroso modo, se deja querer. Ya vendrán más sonetos, más canciones, más suspiros... y luego se me pasará. Para bien y para mal esa es la salutífera naturaleza de los estados enamoraticios no carnálidos: la caducidad. Y se van sin dejar rasguño. (Y si pegara el chicle, pos ¡vas! que por ahí dijeron citando a algún alemán romanticoso: el amor es una hermosa flor, pero pocos son los que se atreven a subir el abismo donde ella crece... btw: no tengo espíritu de cuita de joven Werther... que sea lo que tenga que ser y pase lo que tenga que pasar. Total, a veces hay que ser fatalista compatibilista tipo Frankfurt... –chingao... quiero una salchicha...)
Dejo videíto.
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