Bóreas – John William Waterhouse |
Tú:
Extraño el haberme prohibido utilizar aquél nombre para invocarte en el blog, pero quede, como señal, en la etiqueta del blog. Pero a tí jamás te volveré a decir así, porque ya eres de carne y sonrisa y de segunda persona del singular. Porque ya eres amigo, aunque sea yo tan torpe porque, a pesar del tiempo y la cercanía, hay algo todavía con que te enviste mi mirada y que al verlo me provoca vértigo. Tú, sublime.
Pero te voy a contar la historia del nombre, porque es una de las piezas más amadas de este espacio. Por ahí –sospecho que lo leíste– había un cuento sobre la etimología que le inventé (y se los pongo aquí, porque el cuento, en sí mismo, me sigue desternillando de risa y me sigue gustando horrores). Pero la historia es más vieja y eso que conté en aquél cuento fue una mentirilla provocada por un vil rapto amoroso. En realidad la historia es otra.
Resulta que, recién te conocí, escribí otro cuento que jamás publiqué, en el que te bauticé así: Quinto Valerio Crisipo Macrobio. Yo, entonces, aún estaba embriagada por la historia de la última parte del imperio romano, porque de la tesis de Agustín algo que disfruté muchísimo fue el libro de Peter Heather sobre La caída del imperio romano. Y más bien quería hacer una novela histórica. Así que lo primero era buscar el nombre. Resulta que para finales del siglo IV d.C. los romanos ya le ponían a sus pobres vástagos cuatro o hasta cinco nombres como le ocurrió al pobre de Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio, y un tal Macrobio que no era el Ambrosius Theodosius sino un pobre Macrobio Plotino Eudoxio y que quizás era el hijo del otro Macrobio neoplatónico. Total que yo andaba tratando de respetar las reglas de los nombres romanos: Quinto porque era el quinto hijo, Valerio porque era bonito pero también porque es la gens: Gens Valeria (ese es un link a la wiki). Luego el nombre ideológico: Crisipo (cof, cof...) y por último pues Macrobio... el que me dio la idea de ponerle nombre de filósofo a mi personaje.
Resulta que, recién te conocí, escribí otro cuento que jamás publiqué, en el que te bauticé así: Quinto Valerio Crisipo Macrobio. Yo, entonces, aún estaba embriagada por la historia de la última parte del imperio romano, porque de la tesis de Agustín algo que disfruté muchísimo fue el libro de Peter Heather sobre La caída del imperio romano. Y más bien quería hacer una novela histórica. Así que lo primero era buscar el nombre. Resulta que para finales del siglo IV d.C. los romanos ya le ponían a sus pobres vástagos cuatro o hasta cinco nombres como le ocurrió al pobre de Anicio Manlio Torcuato Severino Boecio, y un tal Macrobio que no era el Ambrosius Theodosius sino un pobre Macrobio Plotino Eudoxio y que quizás era el hijo del otro Macrobio neoplatónico. Total que yo andaba tratando de respetar las reglas de los nombres romanos: Quinto porque era el quinto hijo, Valerio porque era bonito pero también porque es la gens: Gens Valeria (ese es un link a la wiki). Luego el nombre ideológico: Crisipo (cof, cof...) y por último pues Macrobio... el que me dio la idea de ponerle nombre de filósofo a mi personaje.
Y luego te imaginé como una especie de patricio romano que poseía una villa en Cartago y grandes campos de olivares. Y te narraba de noche, como Agustín, estudiando tus viejos textos a la luz del aceite africano hasta altas horas de la noche. Y luego, como entonces yo era fanática de Chesterton y de Umberto Eco te hice una especie de detective, a medio camino entre el padre Brown y William de Baskerville que tenía que ir a investigar algún extraño caso a los límites de Germania. Y narraba tu partida desde Cartago hasta Milán Mediolanium.
Bueno. El caso es que trabajabas para... ¿quién era? el emperador Valentiniano II o Teodosio noséquenúmero, y descubrías una confabulación para hacer caer al Imperio Romano. Pero entonces caías preso en la tribu de unos godos cuya lideresa era una tal... cof, cof... Como a la rica aquella sí le tomé el nombre literal y no lo pienso recordar aquí, baste decir que era una germana, de azulísimos ojos, narizona y, cof, cof... ¡era la villana malísima obviamente! ¡malisísima! (ahora me pregunto si mi actual trauma con los zapatos-zancos de tacón tienen que ver con el complejo de enana que la piernilarga aquella me dejó).
Y ahí se quedó el cuento porque jamás lo acabé. Mis planes eran demasiado grandes: sería toda una novela histórica donde conocerías a Agustín y a Boecio y, al final, regresarías a tu villa con sus olivares y aceitunas, y te dedicarías a cartografiar el cielo del Magreb hasta que los Vándalos cercaran Cartago, Hipona y Tagaste, y, como Agustín, cerraras los ojos, anciano, amado y sabio.
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La piernilarga. Recuerdo todavía con pasmosa claridad cómo apuntaste su email en las últimas páginas de tu edición del De Caelo de Belle Letres y su atenta preocupación de que mancillaras tu libro. Bueno, y a todo esto ¿por qué me andaba yo fijando en esas cosas? Me fijaba, me fijaba en todo. Entonces ya no supe si era legítimo enamoramiento o simplemente que eras prolífico material para novelas, cuentos, relatos... etc. Es decir, no que tú fueras especialmente novelable, sino que yo tengo ojos novelizadores. Tú atraías como iman a mis ojitos de limadura de hierro, yo andaba con un mecanismo escritoril en la cabeza... ¿qué más podías esperar?
Pero luego me di cuenta de que estaba enamorada de mi personaje, y yo de lo que tenía eran ansias de tí. Ansias de romper el solipsismo, de quererte. Así nomás, quererte. Porque tú eres querible, queridoso y queredor. Tu voz es dulce y mis oídos morían de sed por ella. Y yo te quería a tí y no al fantasma de fantástica silueta.
Pero luego me di cuenta de que estaba enamorada de mi personaje, y yo de lo que tenía eran ansias de tí. Ansias de romper el solipsismo, de quererte. Así nomás, quererte. Porque tú eres querible, queridoso y queredor. Tu voz es dulce y mis oídos morían de sed por ella. Y yo te quería a tí y no al fantasma de fantástica silueta.
Mis poemas y mis cuentos te describen con espíritu ígneo. Y no, no. Mi personaje era de fuego, pero el espíritu de tú es aéreo –como le corresponde a los Géminis–, y tu sonrisa es brisa suave y cálida. Y estos meses de tratarte de tú y no mediante mi personaje han sido tan agradables... Pero de lo que me protegía el personaje que me hice de tí era, justamente, enamorarme de a deveras del tú. Esas pasiones escandalosas, egoístas, feas... que rompen corazones. Y yo ando con tanto miedo...
No dejo de pensar en tí, de escribir sobre tí, de evocarte... carmenes escribo, los dejo a medias, a veces los publico. Busco las palabras que retraten la brisa de tu sonrisa o las tempestades que me provocas, los torbellinos. Ese es el poder del viento...
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Ando con el espíritu quebrado por razones que no vienen a cuento relatar aquí. (¡ay! la tesis, la tesis, para que me hago wey, aunque no sólo es eso, pero eso, en realidad, es todo). Y hoy, en especial, andaba arrastrándome en pedacitos y no atiné a decir sí y dije no y no terminaste de darme la espalda cuando desesperé tan escandalosamente en mi silencio que alcancé a escuchar un coro que me dijo: ¡pues dile que sí! (así de idiota ando). Y todavía volteo y digo Si ¿qué? Y me miran como diciendo ¡ay pero qué le pasa! y ahí estoy diciendo que me angustia a y b y c y que la tesis y que la coordinación y que... ¡pues eso! ¡me pasa eso! o ¿qué creían ustedes?. Y total que así fue y que ya me voy a ponerme a hacer la tesis...
Mientras, organizo la agenda para ir a visitar la Villa con su Rosal.
Te quiero, tú.
(*beso*)
Yo
PD: cuando uno ya es capaz de hacer antología de los suspiros, es que algo debe cambiar. Ya sea para bien o para mal...
PD: cuando uno ya es capaz de hacer antología de los suspiros, es que algo debe cambiar. Ya sea para bien o para mal...
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