Durante un ratito pensé en ti, en ti y solamente en ti. En la mesa había una botella de un vino caro, de esos que compré hace muchos años y que jamás me pude tomar con D., y que juré no tomarme yo sola. Aderezaba una pizza vegetariana. En el radio comenzó a sonar un poema de Juan Gelman sobre su perro que había muerto en la calle. Pensé en que Gelman era un rojo, mientras la voz de la locutora me arrancaba lágrimas de los ojos. Era un rojo, era un rojo. Y yo debería estar pensando en mi compañero, que veía escurrir mi lágrima y, dulce, sostenía mi mano. Pienso ahora en él, tan fácil de complacer, tan tierno... que no se queja de que le sirva un vino caro con una pizza vegetariana. Pero no. En ese momento pensaba en ti. En tu origen rojo, muy rojo, rojísimo... casi púrpura...
... y pienso en tu aristocracia,
o digo,
en la purpúrea rubicundez de tu sangre.
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