15 febrero 2014

Valerio de las Alamedas: bocetando el final.

Todo lo que soy es para ti
(aquí... y a veces, afuera también un poco)
Pero a veces me dejo engordar,
y a veces pierdo la ligereza de la pluma.
Pero no por ello dejo de pensar en ti.

Te quiero, Valerio.

Hasta el final del post hay importantes declaraciones para mi amado Valerio: tanto para él, como para el referente. 

***
Pero aquí comenzamos con la novela.

Tengo un personaje de novela encerrado en una situación muy difícil. Lo dejé abandonado ahí porque un buen día no sólo no encontré la manera de arreglar, por enésima vez, la difícil situación en que mi falta de ingenio y mi exceso de rococosidad mental, lo sumergió.

Ahora ¿qué ha sido de mi personaje? 

Por ahora está encerrado en el cuerpo de una adolescente GORDA. Sí, lo de gorda no lo había escrito por pudor, pero se entiende que es gorda, vieja (no es tan adolescente, al final de cuentas), medio lencha y –razón por la cual está recluida en una institución de salud mental– enamorada de un no-existente

Sí, así es: una especie de objeto meinongiano –que no, no lo es, porque es un objeto IMAGINADO, no un imposible contradictorio... pero que sí, sí lo es, porque su referencia no es la imagen, sino algo como Santaclos o Pegaso.

Ella estaba loca... en sí misma, pero también loca por él. Él –mi personaje– es enviado a rescatarla. Es su locura, trasvestida del mejor amigo de mi personaje, quien lo engaña y lo lanza a hacia los límites de la consciencia de ella. Él duda terriblemente en el momento crítico: se da cuenta de que 'ella' es una identidad, él otra: pero probablemente sean la misma conciencia. Su tragedia es descubrir que su existencia, es decir, la suma y cadena de sus memorias y creencias sobre el mundo (incluyendo sus insatisfechos deseos) no son sino una configuración artificial sobre una mente que pertenece a un mundo distinto y, lo que es peor, a un cuerpo terrorífico: una adolescente que no es adolescente, gorda, loca, y que ha perdido la capacidad del habla. 

Él, en cambio, es alto, espigado, de cabello rizado y negro (negro, muy negro: la novela la comencé hace años ha. Si mi personaje hubiera envejecido ya tendría las sienes salpicadas de blanco, la barba moteada por algunas canitas insulares, la mirada buena, muy buena, óptima). Él es un hombre feliz. ¿Exitoso? Pues es feliz, o lo era hasta antes de descubrir que sólo era una maquinación de la conciencia de una loca. Tenía un mejor amigo que esperaba su regreso de Europa. Tenía una amadísima novia que NO lo había esperado durante 10 años a que volviera de su viaje de estudios. Llegaba, además, con la noticia de que su madre había muerto: no acababa de bajar del tren –¡viajaba en tren!– cuando le cayó el veinte por la cara de su mejor amigo y su no-novia que no lo había esperado durante 10 años a que regresara de Europa. 

Bueno, había sido feliz durante 10 años. El mundo estaba simplemente derrumbándosele en las narices. Llegó a su casa y su hermana, 10 años mayor que él, ya lo había despojado de la casa y, por única herencia, le había dado un gato. 

Entra a su antigua recámara (que le revive, en la boca del estómago una serie infinita de angustias adolescentes e infantiles), se adormila acostado boca abajo, mientras siente en la corva de las rodillas cómo se arremolina el gato y, de pronto, despierta: despierta en ese mundo bizarro (el galicismo, no el cultismo hispánico). 

Se despierta y descubre que no es una persona, sino un personaje. No posee cuerpo, ni las conexiones neuronales que le dan existencia a sus interrogantes están dentro de su cráneo: es una fabulación, un sueño, de una loca. 

***

La historia tiene dos finales alternativos. O sea, se alternan uno al otro porque, simplemente, no me decido, y no quiero que el cuentito termine como confesión psicoanalítica. Digo: al fin y al cabo, Valerio de las Alamedas como personaje adquirió vida propia. Trató de resolver su problema como entidad metal primero, y luego como entidad literaria. Pasó del De anima a Rethorica, de Barthes a Searle, de una versión del neokantismo a la otra. Y, detrás de todo ello, el psicoanalista uruguayo parecido, sospechosísimamente, al Dr. R. B. B. <– existe en la vida real. 

La historia, pues, tiene dos finales. En uno la realidad recae sobre la adolescente que no era adolescente, loca y lencha. O sea, esa era la parte central, porque se imagina que es Valerio para lograr justificar su amor por su amiguita... y acá párenle a sus conclusiones, porque en ese momento andaba yo muy confundida. 

Y aunque la novia que lo había no-esperado (la sospechosamente llamada LeoNor_... o sea, ese cuento de veras es vieeeeeejo) en un principio pos... pos era una... al evolucionar el final alternativo 1, resultó ser la amiguita. Entonces todo cascaba a la perfección: al posesionarse del cuerpo de la loca (¿recuerdan que eso es lo que pasa? ¿que Valerio, como uno de los simulacra que habita en la memoria de Camila –sospechosamente llamada, toda la novela, la autora– se apodera de la conciencia de Camila sin, a su vez, perder su propia identidad?)... decía, al posesionarse del cuerpo de Camila, Valerio va en busca de la Leonor real. Pero le aterra la idea de encontrarse al Valerio real (que en la novela se llamaba R. pero mejor nos regresamos a que se llame Valerio). No quiere verlo, al real... pero arde en ansias por ver a Leonor. Sabe que Leonor puede ser sólo el rostro y la imagen de alguien que nada tiene que ver con su amada. Incluso llega a la hipótesis (esto es nuevo, no lo había escrito antes), llega a la hipótesis de que Leonor era la maestra del Kinder de Camila o algo así... y... ¿y si el Valerio real era su papá? Todas esas dudas enfrenta Valerio, atrapado en el cuerpo de la loca, mientras, simultáneamente, tienen que conseguir que la saquen del manicomio. 

Ahí la historia se vuelve a atorar y, ahora sí, es cuando llega el psicoanalista uruguayo a explicarle al Valerio de segundo orden que él no es un personaje, sino el narrador estructural del relato, que por eso sólo él puede cambiar la historia. Entonces todos recordamos que el Valerio simulacra es un personaje de primer orden: es solamente uno de los hilos de la trama, no la urdimbre. Ésta es el Valerio mafioso (siempre aparece vestido de traje de raya de gis, sombrero, y con una cohorte de maleantes que es su banda). Al tomar conciencia de ese poder, cambia las cosas... al segundo final alternativo: 

(¡Bingo!)

El otro final recae en Valerio como el mundo real y todo aquello de Camila como la alucinación. No: no es que haya una Camila lesbiana que imagina ser un guapo señor, sino que es un joven doctor en filología griega (¡OBVIO!) que ha vuelto de Europa sólo para descubrir que todo se ha destruido: ni madre, ni casa, ni familia, ni mujer, ni... 

¡EL DE ANIMA!

Es aquí dónde todos ustedes recuerdan que, al llegar a Veracruz, Valerio compra, en una librería de viejo, una mala traducción del De anima que, para empezar, está hecha del francés. Pero que tiene unas anotaciones en ruso. Que esperaba encontrarse a Julio (el mejor amigo que termina siendo un simulacrum traidor cuando a Valerio le pasan cosas en la conciencia de Camila) porque él es un teólogo políglota que habla tantas lenguas muertas como vivas y entre ellas, ruso. Y... es en las anotaciones hechas con prisa, por un filólogo ruso, que RESULTA POLACO (obvio, así tiene que ser: si no es polaco, no tiene chiste), unas anotaciones que...


Y ESO ES LO QUE NO SE ME HA OCURRIDO Y POR ESO NO HE ACABADO LA NOVELA, PERO ME TENGO QUE APURAR, PORQUE TENGO LA OTRA... SÍ, LA DEL TÍO ALFONSO... Y LE FALTA UN CAPÍTULO. Y TODO ESO TIENE QUE QUEDAR ANTES DEL DOCTORADO. 

Porque sí, digo yo. 

Porque VALERIO

(el de a de veras).

Je t'aime <– Traducción provista por Google Translator, pero ensayada múltiplemente para, algún día, conseguir decirla en el momento justo, imposible pero soñado... y... y tengo algunas cosas qué decir...

pero no tienen que ver con la novela. Por lo tanto es momento de meter asteriscos: 

***

Me preguntó la psicóloga que, si de toda esta historia, oh Valerio, si de toda esta historia cambiaría algo. Si hubiera preferido que no pasara. O pasara diferente. 

Y por primera vez en mucho tiempo –al hablar con ella– se me humedecieron los ojos. Y me di cuenta de que es perfecta. Que no le cambiaría ni una mota de polvo, ni una palabra, ni un estremecimiento. Que te quiero (y te amo) de un modo tal, que jamás dejaste con hambre, ni frío, ni en la miseria a mi corazón. Que te dejaste querer, tan sabroso, que tu calor arropa y cubre el músculo cardiaco que late contra todas las demás tragedias de mi destino y mi neurosis. 

Que eres lo mejor que me ha pasado estos cinco años. 

Lo mejor. 

Y que aún te tengo muchos poemas, cuentos, relatos... aunque ya no sea tan joven, ni tan ágil con la pluma, y tenga ya el ceño arrugado, y algunas canas más. 

te amo, ia sidi

esponjita.

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