Me quedé dormida y ni siquiera pude avisarle a la psicóloga que no iba a ir... porque de entrada yo iba a ir, sólo que tenía que dormir al menos una hora ¿no? Pero heme aquí no contándoles lo que pasó el día en que el cosmos mudó de Cáncer a Leo, sino de todo el año pasado. Fue un buen año.
Estuve un año sin fumar y ahora que volví a hacerlo, fumo realmente poco en comparación... salvo la noche festejosa de mi cumpleaños, ¡ja!
Finalmente me titulé de la maestría y, con todo y todo, el asunto fue de príncipes y princesas, porque esa dedicatoria que estuve diseñando tantos años un día se me apareció por accidente... o casi: en el fondo, sabía que la iba a encontrar en un libro de caballería. Y, como Dorothy, chasqueé lo talones de mis zapatitos rojos (¡sí! los famosos zapatitos rojos). No hay lugar como el hogar, y un tornado me había arrancado de él, y anduve caminando a través de la tierra de Oz, vencí a todas las brujas malvadas, y al final ya volví.
En este año en mi casa hubo cambios importantes. Finalmente me deshice de un espantoso ropero que no cabía en la recámara y estuvo más de un lustro en el comedor. Pero ahora tengo el precioso librerito de escaleras, con un frutero rebosante, un libro de acuarelas de Günter Grass, y una lámpara de bola, comprada en Tlayacapan, con tres reyes magos y una luna gigante. Y en la pared, cerca del techo en el viejo clavo que siempre estuvo ahí, la luna de pergamino, o sea, un pandero.
Y me deshice de otras cosas.
Además aprendí un poco de árabe, pero el alemán y el árabe juntos se me comenzaron a hacer Babel en la cabeza, así que opté por el segundo, pero sintiendo una profunda melancolía por dejar el primero. Para lo que más me sirvió el árabe fue para perderle miedo al alemán de una buena vez por todas y para ser sumamente cuidadosa con la fonética. El alemán me parece como un griego domesticado, como si el griego fuera el tigre y el alemán el gato: al alemán lo podré hablar y pensar en el algún día...
Me he ido aprendiendo a reconciliar con mis demonios. Y he aprendido que la vida siempre es nueva... me explico. El mundo, mientras va uno creciendo, va mostrando todas sus complejidades y lo tremendamente enredado que es. El hecho de que, a pesar del progreso del conocimiento humano, cada humano tenga que aprender todo eso a lo largo de su vida, descubrirlo todo desde cero, es de los descubrimientos que he hecho que me han dejado atónita.
Pero hablaba yo de los demonios. Aceptar que uno es como es, sobre todo cuando uno es tan complicado, es una pequeña ventaja. Por lo menos uno vive menos enojado con el mundo: el cómo es uno ¡es parte del mundo!
Logré entrar al doctorado en la UAM. Se siente raro andar por los pasillos de la UAM Iztapalapa y ¡ser alumna! Eso sí que ha sido rarísimo. Y a propósito de eso, he ido aprendido a confiar en mi providencia, la que me provee. El asunto es que encontré un texto sobre una posible Epistemología Naturalizada en Avicena, lo que me llevó al célebre artículo de Quine, lo que, al momento de presentar el examen de admisión, me salvó el pellejo de maneras que yo misma no me podía imaginar.
Y, aunque estoy de vacaciones, el trabajo no ha faltado, y eso ha sido bueno. Con todo, he tenido tiempo de dedicarme de lleno al alemán, y a investigar ¡por fin! el asunto de la Segunda Guerra Mundial. Y, bueno, he aquí a esponjita descubriendo el agua tibia: todo, pero absolutamente todo lo que ocurre ahora, depende en mayor o menor medida de los enredijos de ella. Para entender cómo se mueven los colores y las líneas en el mapa a lo largo de los años, siempre hay que saber qué pasaba antes y que pasó después de la Segunda Guerra. Hitler es odioso no sólo por los campos de concentración: ¡ésa era la cereza del pastel de las atrocidades!. Leyendo, he ido comprendiendo el verdadero significado del término fascismo. He leído también sobre los horrores de Stalin. He aprendido que, al igual que con los infinitos de Cantor, en el horror hay tamaños y escalas y sí, Hitler fue más horroroso que Stalin, pero eso no suaviza nada las cosas.
Este año pasaron muchas otras cosas, muchas, muchas. No acabaría de narrarlas en un post... y hace tiempo que he aprendido a callarme algunas de las aventuras espirituales que he vivido. Quizás porque poco a poco he ido aprendido a poner los pies en la tierra... o que simplemente aprendí a golpear los talones para regresar a Kansas, y ahí mismo encontré a mis compañeros de aventuras, pero ya no alegóricos sino humanos. Ich treffe meine Herren auf der Erde.
Pero a pesar de mi voto de silencio, tengo que decir que ayer aprendí una lección tremendamente valiosa (y he ahí que tanto me duela haberme quedado dormida para ir a ver a la psicóloga). Cual si se tratara de una percepción accidental, ayer me fue dado ver lo esencial, invisible para los ojos, con los ojos. Y eso, para ustedes, queridos lectores, puede que no tenga nada de sentido porque no les estoy contando, en realidad, nada. Y no sé cómo hablar de esto sin decir nada pero que a la vez, ustedes sientan que sí les dije algo. ¡Qué complicado! Quizás baste decir que ayer recibí un gran regalo de cumpleaños, y que no puedo hablarles de él.
Y también apagué una velita, porque mi mamá, Ray y su novia, me invitaron a comer. No sabíamos a dónde ir. Toda esa mañana estuve haciendo uno de los trabajos mágicos estos de los que les hablé, así que estaba cansada y sin ganas de arreglarme mucho. ¿A dónde ir? Repasamos todos los lugares a los que solemos ir y nada me apetecía en absoluto. Algo dijo Caro, no recuerdo qué, que se me prendió el foco: durante muchos años he pasado junto al café Tacuba y... ejem... siempre había querido entrar. Y ahí fuimos. Además de chile en nogada mágico –ventajas de cumplir años en Julio– tomé mezcal (otro de los descubrimientos de este año) y me dieron bonita rebanada de pastel con velita, y hasta un trío de cuatro (¿¿??) me cantó las mañanitas.
Y pues, bueno. ¿Qué más les puedo contar? Fue un buen año. Esperemos que este que siga sea mejor. Se viene tareas duras, pero justo las que quiero, y he ahí la gran diferencia. Y ustedes soplen una velita pensando en mi, y yo haré lo propio, queridos míos.
Hasta pronto:
Misses Esponja.
1 comentario:
Te felicito por este año tan lleno de cosas de todo tipo. Es un honor estar compartiendo contigo.
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