—Y si en México ocurriera lo de la novela de Houellebecq ¿cuántas te tocarían a ti?
No, no me atreví a preguntarle. La otra chica que iba con nosotros no había leído la novela. Minutos antes les platiqué sobre ella a la chica y a otros dos amigos. Ella contestó que no tiene tiempo para leer, que está redactando su artículo. Es verdad, ¿por qué ando leyendo novelas? ¿no debería estar con la tesis? Porque suspendí la lectura de Emmanuel Carrére para agarrar a Houellebecq, y tengo en la fila El tambor de Hojalata que comencé a leer cuando murió Grass (¡escándalo! había leído cosas de él, pero ¡no el Tambor!). ¿A qué horas me pongo a leer tanto? Pero es que si no me salgo de mis cuatro paredes, de los hombres deseados e inaccesibles, del amor inconfesable aquél e imposible y todo lo más trágico del universo ¿qué hago conmigo? Luego: la tesis. Y como dice Gloria Trevi en Me siento tan sola: "y mi mayor consuelo me da tanto miedo..."
Más bien le quería preguntar ¿y si en México ocurriera, alcanzo boleto? El Islam sólo permite 4 mujeres, pero sospecho que hay otras tantas formadas antes que yo. Entraría de esposa en repechaje. Además ¿qué tal si me pasa aquello de los dinosaurios? En el Jardín de niños mi hermana tenía un novio que a su vez tenía otra novia. Con mi hermana jugaba a los besitos y con la otra niña jugaba a los dinosaurios. ¿Y si yo fuera la esposa para jugar a los dinosaurios? No tengo idea de si lo que necesito ahora es un esposo... sí, aunque sea en un sistema poligámico patriarcal. ¿Qué más daría? Es decir, no se trata de aceptar algo indigno con tal de no estar sola: yo soy una convencida del poliamor y ese tipo de cosas. Lo que me molesta de los adúlteros no es la cosa poliamorosa sino el asunto de la traición y el engaño... o, estando del otro lado, me caen gordos esos casados que buscan aventuras más por reafirmarse en una autonomía y libertad adolescente más que por legítima y verdadera calentura. Esos sí son deprimentes, desmotivadores como andar en esos barrios llenos de casas a medio construir y con banquetas llenas de cacas de perro.
La cosa es la soledad pelona. Así, tal cual. Ayer le decía a E. que la soledad es un dolor que uno no sabe identificar a primera vista. Uno anda convencido que no es eso lo que duele. Es como agarrarse a caminar hasta que de súbito uno se dobla de dolor, se quita los zapatos, y descubre los pies llenos de ampollas reventadas y sangrantes. La soledad lastima de esa manera. Porque, verán ustedes: uno se sabe libre. No sólo de compromisos sino de otras muchas cosas. No hay que negociar el espacio ni el tiempo, ni los hábitos, ni todo eso que aprieta como zapatos nuevos. No es que crea que al dejar de estar sola me transforme en un ser feliz: no por comer alguien adquiere la felicidad, pero el hambre duele.
Y con eso es con lo que me quedo de la novela de Houellebecq: el retrato de la soledad; el deseo de que haya alguien en casa siempre, que te cocine un huevo y a quién contarle eso que sólo al marido se le puede contar. Aunque ya sea el marido de otra, viva en otro país, y descubras que ya no es capaz de abrir las compuertas del deseo... ese deseo reservado para los hombres de uñas ovaladas cuya cercanía hace que se te olvide de que desearlo es lo menos original que has hecho en esta vida, pero ¡ah! ¡a que el modo de desearlo fue bastante original!
Como gasto papeles recordándote
como me haces hablar en el silencio
como no te me quitas de las ganas
aunque nadie me vea nunca contigo.
Y como pasa el tiempo
que de pronto son años
sin pasar tú por mí, detenido...
Qué más daría, sidi, que fuera la esposa de repechaje.
Por ti, mío Cid, llevaría la cabeza cubierta, para que fueras mi gloria. Aunque para tener muchas esposas tuvieras que reconocer que tu gloria es el Señor, y Mahoma su único profeta.
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