01 septiembre 2016

calabaza

Hace 7 años asistí a mi primer Gran Baile-Workshop... o sea, era un Taller de Filosofía Antigua, pero en aquellos ayeres yo era una Cenicienta que por obra y magia de un hada madrina estaba codeándome con la nobleza académica de aquellos días. Y había un príncipe también. 

De aquellos días memorabilísimos tengo unos recuerdos muy precisos. Uno es el cómo mientras leía el texto que tenía que leer, yo no entendía absolutamente nada de lo que leía. Otro son los ojos absolutamente azules de un inglés caballeroso. Y otro es cómo compartí un cigarro con alguien que sospecho que leía todo lo que yo escribía en este blog en ese entonces, y que en ese entonces había algo que ya no existe hoy. Pero, sobre todo, recuerdo la sensación de una Cenicienta a la que habían invitado al baile. 

Para ser honestos, aquella vez fue la primera y la última que participé realmente en ese Baile Anual-Workshop, porque luego decidí mudarme de reino y cambiarme de Príncipe. Y aunque fui y bailé en otros Bailes-Workshops, y participé, y leí textos sin entender qué era lo que leía, de vez en cuando he sido convidada de la última noche del Baile-Workshop de mi antiguo reino de Filosofía Antigua. Y anoche ocurrió también. Pero aquello ya se volvió un simple Workshop, quizás porque hace muchos años que sonaron las 12 campanadas, y todo se transformó en calabaza. 

Y entre todas, la primer calabaza fui yo, porque me di cuenta de que ya no tengo edad para ser princesa ni doncella, ni compartir cigarros con el Príncipe encantador. Lo otro que se hizo calabaza fue el halo de misterio que rodeaba a aquella nobleza académica. Ahora se me aparecen como gente normal, blanquísimos de piel, de ojos azulísimos, de erudición e inteligencia impresionante... pero tan gentes como uno. Tan gentes como todos los demás, y cuyo único valor es ser eruditísimos y muy inteligentes. Pero su rango metafísico ha decaído a ser simples gentes. 

Y a estas alturas ya no sé si extrañar la magia que tenía todo, incluyendo al Príncipe Encantador que compartía cigarros conmigo, o remorderme por aquella intensidad tan luminosa que, después de cegarme, me trajo dando tumbos.


***

Justo hace diez meses cené en el mismo lugar en el que anoche cené con el Príncipe Encantador, el hombre blanquísimo de ojos azulísimos, y una comitiva que lee en griego. 

La comitiva del año pasado leía en latín. Y aquella noche compartí la mesa con otro Príncipe y con otro hombre eruditísimo de ojos azulísimos y piel blanquísima. Y este Príncipe de aquél día, sentado entre el hombre blanquísimo y yo, hablaba castellano en su oído izquierdo y alemán en su oído derecho. Y se tendió de puente entre dos continentes.

Hace 10 meses exactamente los tres nos encontrábamos ultimando detalles para que yo pudiera irme hasta la fría Alemania con el hombre del corazón calidísimo y cuya mansedumbre le hace acreedor a la herencia evangélica. 

Y anoche eso fue lo más extraordinario: recordar el momento preciso en que conocí al hombre extraordinario cuya luz iluminó mi camino mucho antes de que yo supiera de su existencia... 






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