30 abril 2009

198


Esta es la entrada 198... recuerdo que en la entrada 98 estaba a punto de titularme... ¡dios mío! ¡qué cosas tan raras han ocurrido!... me titulé, se cayó el avión de Mouriño sobre paseo de la Reforma, se perdió Bolillo, Danilo se vino a vivir a casa, y nos cayó la peste... (me siento culpable: haberme titulado fue un hecho tan inusitado que provocó una serie de inusitaciones terroríficas).
Estoy encerrada en casa... estoy hasta la madre. Y no es que no tenga nada qué hacer (tengo muuuucho que hacer: el asesor ya nos mandó bonito correo en donde nos recuerda que la peste no debe interferir con nuestras tesis). No, el problema es que no soporto estar encerrada.

Así pues, fuí al parque de Pilares a ver verde... y dejé el carro en el estacionamiento de la Comercial Mexicana... y perdí el boleto. Antes de percatarme de la cara pérdida, entré a una tienda de cosas esotéricas donde vendían un libro de Madame Blavatsky, encuardernado en un espantoso terciopelo color vino. La fina impresión del libro consistía en vergonzosas fotocopias. Y pedían 809 pesos por él (algo así como 60 dólares más o menos -es que mi blog ya es internacional... como la gripa porcina). Luego pregunté cuánto cobraban por una lectura de Tarot... ¡santo Dios! no pude contener la sorpresa por lo excesivo que me pareció aquello. La mujer me preguntó si no quería llevar el libro que había visto... me ahorré mis comentarios.

Pero mientras lo hojeaba y ojeaba (o sea: pasaba las hojas mientras le echaba un ojo), me enteré, en el tomo de la antropogénesis (el número 6 de las obras completas de la Madame) que el oráculo délfico es la premisa de todo ocultista, que todo ocultista debe saber que olvidamos lo que tenemos de divino y que debemos regresar a nuestro padre y a la verdadera filiación de nuestras almas y... que Madame Blavatsky es un refrito de la Enéada 5.1 de Plotino. Creo que mi indigno acto de hojear y ojear un libro en una tienda donde está expresamente prohibido (de lo que me enteré después de estar parada 45 minutos leyendo sobre la antropogénesis y la Atlántida), conllevó al karmático hecho de perder el boleto de estacionamiento... 120 pesos me costó el chistesito: la mitad de la lectura del Tarot.

Estos días han sido hedónicos a más no poder. Danilo cocina todos los días algo exótico (bueno: comida que no proviene de una lata: para mi paladar eso ha sido exótico). Bebemos cerveza danesa hecha en Polonia (¿?), cocacola Light y vino Valenciano. No me despierta para poder trabajar sin interrupciones, y yo tengo sueños exóticos con mi exótico asesor (que lo rescatamos mi amiguis y yo de una banda de secuestradores, o que está sentado en la sala de la casa de mi mamá esperando a que yo termine de arreglarme, o alguna cosa así de subconciente), o sueño que le enseño a mi hermano griego, pero que cuando trato de escribir en el pizarrón con un gis (tiza) se vuelve pizarrón blanco. Cuando tomo el plumón, el pizarrón se vuelve negro, o el plumón tiene tinta blanca... y para colmo, en el sueño, mi hermano no sabe qué es un objeto indirecto, y todo porque quiere leer el Banquete en griego... mi hermano estudiante de ingeniería. Luego despiero a deshoras, Danilo hace de comer, nos damos un festín, y yo, encerrada, huyo en el carro que mi madre me ha prestado. Y voy a la Comercial Mexicana a perder mi boleto (no sin antes comprar la caja de kleenex con forma de máquina de escribir y mucho pouch de gato para convidarle a Chupacabras del festín, quien, por cierto, ha comido salmón, carne roja y pollo).

Y luego, mientras busco el boleto en el parque de Pilares, a ver si ha sobrevivido, pienso en mis dos amores platónicos (pues en la potencia cabe todo, como en el dinero, antes de ser gastado, caben zapatos rosas, un sillón mágico, las obras completas de Plotino editadas por Henry-Schweitzer, o todos los regalos que le tengo que hacer a D. para que X, la ex, no se me adelante), y me doy cuenta que el tiempo que uso en pensar en mis amores platónico-aristotélicos en realidad es un tiempo para evadirme de los Analíticos Posteriores o del De unitate Intellectu o de Alejadro de Afrodisia... y que por eso, siempre, traigo dos o tres amores platónicos: porque siempre me ando evadiendo...

Y muy seria, mientras manejo hacia Coyoacán, pienso en que tengo que explicar qué chingados entiende exactamente Aristóteles por Universal para poder explicar por qué para Plotino la procesión Uno-Intelecto-Alma es brillante herramienta para dar cuenta de todos los problemas gnoseológicos emanados de De Anima III, 4-5. Luego veo a una señora que me quiere lavar el carro, pero que le doy 5 pesos para que le eche un ojo al carro... camino al Sangrons de Coyoacán para corroborar que el restorán está cerrado, y le compro una taza con angelitos a Ely (para ver si ya me vuelve a querer: últimamente los regalos me parecen mi única vía diplomática con todo mundo para que entiendan que lo excéntrico de mi comportamiento no es sinónimo de falta de querencia, sino de mis angustias de las que ellos no son responsables).

Compro un helado de piñón... ¡oh cosa más grasienta!... ¿Siberia tendrá la culpa de que la Michoacana se haya hecho con el gusto heladero de la ciudad?...
Cae la tarde y llega la noche. La gente camina con el tapabocas en el pescuezo, se sienta en las banquitas de Coyoacán: huyen del encierro, están hartos de las noticias, del jugador de futbol mexicano que le escupe al argentino (¿o era chileno?) porque ahora los mexicanos nos sentimos apestados y ya nos hartamos...
Y me pierdo (¿yo? ¡qué raro!) hasta que vuelvo a Francisco Sosa y finalmente llego a Churubusco.

Entro a Tlalpan, luego a Normandía, y veo que ya no hay lugar de estacionamiento. Cargo con los dos six de cocacolas (light para mi dieta hipotética, con azucar para el cerebro de Danilo), llego a casa, y, de nuevo, nos damos tremendo atascón de salchichas, surimi y járto limón.
Estoy subiendo de peso. Frente a mí, los Analíticos Posteriores en la pésima traducción de Candel (porque el señor sabe griego, pero evidentemente no sabe español), la confronto con la inglesa de la Loeb y el griego de Aristóteles (ya me había echado en cara el asesor mi pereza para con los términos griegos).
Le pido a Danilo un café de cafetera italiana, y él, mientras descubre la noción de universal en Bovillus y Cusa, me sirve en la tacita del año chino del caballo.
Y yo escribo, porque ya me harté de mis antiguos medios de evasión... aunque, todavía, mientras camino por el parque de Pilares, veo los carros estacionados para ver si alguno de mis amores platónicos anda por ahí...

La esponja silogística y poco inductiva

1 comentario:

Daniel G.G. dijo...

Cada vez son más largos, también... Pero explícanos, cómo vas aa conmemorar el 200?

Larga vida a la Reina