Mi amá es de Ciudad Juárez.
Mi abuelita también.
Yo jamás he ido más al norte que el Trópico de Cáncer una vez que fuimos de SLP a Real de 14. Nos bajamos del carro (por expresa petición mía, apelando a mis tendencias histórico-geográficas) y tratamos de sacarnos una foto. No había ya rollo (nótese que aquello ocurrió hace muchos años).
Bueno... ahora que lo recuerdo fui a Durango una vez con el paquito. Y entonces conocí las gordas de harina: ínticas a como las hacía mi abuelita. Mi abuelita me mandaba a comprar sodas y cuándo llegaba de la escuela a veces me decía guatsumara que en correcto spanglish quiere decir algo así como quihúbole o qué pex.
Y toda plática siempre eran puras nostalgias de juraitos town, y del queso de allá, y de las tortillotas, y de las burritas (que acá en el centro, por extrañas razones, cambiaron de género).
Y cada reunión familiar es que bonito es shiuhuaaaaahuaaaaa...
O era.
Desde que murió mi abuelita la familia quién sabe dónde andará.
Y desde que murió mi tía Malena ya nadie juega al chenichéquer (o séase: las damas chinas)
Y ya nadie cocina caldillo blanco, ni capirotada, ni nada en chile rojo.
(aunque luego descubrimos que la comida de mi abuelita era guanajuatense: los bisabuelos eran de allá, y la famosísima Tía Otilia, quién la criara, hacía enchiladas mineras, que a mi mamá casi le arrancaron un par de lágrimas cuando las probó en Guanajuato).
Mi abuelita nació en Chihuahua. Fue la benjamina entre seis hermanos. Pero llegó la revolución allá. Y allá sí que llegó. Y mi bisabuelo perdió la Quinta Aurora (de dónde heredó el nombre mi abue). Mi abuelita se acordaba, muy lejanamente, que Villa tuvo algo que ver con eso. Y huyendo de Villa llegaron a Juárez. Pero cuando ella tenía cinco años murió también el bisabuelo Juan (de ojito verde, seguramente español, creyó mi abue, nacido en Celaya)
No pases por Salamanca que ahí me hiere el recuerdo cantaba con lágrimas mi abuelita porque su mamá era de allá. Y murió cuando mi abue tenía dos años. Esas nostalgias la hacían ser fanática de caricaturas como Candy Candy y Sandibell, porque aquellas heroínas japonesas se la pasaban buscando a su mamá.
Y mi abuelita contaba que ella se imaginaba que un día iba a regresar su mamá de algún largo viaje llena de regalos, vestidos, muñecas y sombreros para ella. Pero nunca llegó. Llegó más bien la Cristiada, y como el hermano mayor era Médico Militar, ahí los tienen subiéndose al tre y huyendo de los del otro bando (que ya no me acuerdo si eran los rojos o los verdes, porque entre las anécdotas estaba aquella de que al hermano Guillermo se lo encontró uno del bando contrario. Y aquél tuvo que explicar que esa cantimplora se la había encontrado tirada y que eso explicaba que tuviera los colores equivocados).
Anduvieron en tren. Mi abuelita contaba muy orgullosa que fue también soldadera. Sí, tenía cinco años, pero bien que le tocó todo eso. Por ello, cuando leyó hasta no verte Jesús Mío de Elena Poniatowska, casi avienta el libro y dice: pos si yo pude haber escrito eso también.
Pero el hermano Médico Militar se tuvo que ir a estudiar y los dejó encargados con el que seguía: su hermano Horacio.
Y el desdichado Horacio murió a los 23 años, dejándolos a todos todavía más huérfanos de lo que eran. Entonces mi abuelita se fue a vivir con Salvador, su hermano mayor, mientras que los dos chicos, Guillermo y José María, se fueron con César. Los chicos acabaron en un hospicio. Mi abuelita se peleó con la cuñada y, al final, regresó a Ciudad Juárez con la Tía Otilia.
Pero antes de eso, estudió el tercero de primaria aquí en Xochimilco, y conoció las trajineras, e incluso aprendió a cultivar el gusano de Seda. Luego se fue a Perote Veracruz, en Tampico le tocó un huracán... y todas esas aventuras antes de acabar la primaria.
Ella sacaba puros dieces. Era buenísima para las matemáticas. Pero era huérfana y era mujer, así que nadie vio provecho para que siguiera estudiando (de esas cosas se acordaba con mucho coraje... de esas y de otras. Por eso, por más que le insistí, jamás me quiso contar su vida de un solo jalón para que yo luego publicara mi hasta no verte Jesús mío)
Y llegó a Ciudad Juárez, conoció a mi abuelito, hijo de doña Eufemia Loya, de Balleza, y don Bruno Rubio, de quién lo único que sabemos es que era hombre orquesta y que llegó a Balleza y se casó con la bisabuela... pero esa es otra historia, son las cinco de la mañana y he de levantarme a las siete.
Tengo que escribir estas cosas antes de que la muerte se acabe llevando todas las memorias. Antes de que el juaritos-town de la memoria de mi mamá y mi abuelita termine de desaparecer bajo las maquiladoras.
2 comentarios:
De lo que cuentas, me cae muy bien tu abuelita. Era todo un personaje de cuento.
Y tu viaje a las Galicias?
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