14 agosto 2009

Fin del silencio (o de como Birondo tuvo la culpa)


Los meses de Julio y Agosto fueron especialmente intensos para mí.
Me hube jurado no abrir la boca durante todo ese tiempo para poder deliberar con calma, pero resulta que hice todo lo contrario. Tomé a este pobre blog como descargadero de angustias y olvidé que es ligeramente público y que más de un involucrado en mis digresiones le leía.
En parte lo hice deliberadamente: esperaba una respuesta, que una especie de gracia divina llegara en mi auxilio y, lo mejor, tomara la decisión por mí. Pero no, ni siquiera se me ofrecían claramente los criterios que me permitieran hacer tal cosa. Llegué a creer que había enloquecido, que un ataque de pasiones nublaban absolutamente mi razón, que no había esperanza en encontrar algún dejo de cordura en las intenciones que me llevaban a tomar una u otra decisión.
Pero llegó el día. Y tuve que tomarla. Sobre todo, porque no podía seguir perdiendo el tiempo en una deliberación de cómo empezar la tesis, si ya sólo me queda un añopara acabarla.
Ayer hablé con AT. Hoy con RH -para pedir consejo: al fin y al cabo pude expresarle a él mis verdaderos motivos, mis verdaderos miedos, y él que no juzga sino orienta, me escuchó y me aconsejó. Falta todavía hablar con el tocayo, RS. Y llevo 26 horas tratando de escribir un correo para hacer una cita.
Pero ni modo que le diga: "quiero hablar con usted, dígame cuándo, saludos".
Tampoco quiero hacer un correo meloso meloso, ni uno azotado, ni uno culpígeno... iba a empezar: "usted tiene la culpa por..." pero por más que me golpeo la cabeza contra la pared, no puedo encontrar sino razones para no hacer lo que haré. Y luego pienso escribir: "Birondo tuvo la culpa de todo". Pero tampoco quiero hacer un correo justificativo. Lo único que quiero decirle es que quiero seguir trabajando con él, aunque la tesis la haga de aquello otro. Que nada, jamás en la vida, nada de nada, ha sido tan enriquecedor y provechoso para mí como el habérmelo encontrado. Que he aprendido mucho, que toda actividad en la que me he visto involucrada con él ha sido de lo más provechosa para mí. Que, además, sigo sin dar crédito de que exista alguien como él capaz de poner a funcionar todas las cosas, con esa capacidad de trabajo y esa generosidad. Sobre todo la generosidad (que RH estuvo totalmente de acuerdo conmigo: de todas sus muchas virtudes, esa es la mayor).

Y es que, pienso, si no hubiera yo entrado tan sope a la maestría, si me hubiera puesto las pilas, quizás ahorita mismo estaría haciendo una tesis sobre el surgimiento de la intencionalidad en la Antigüedad. Si hubiera conectado los cables correctamente, habría caído en cuenta de la relación de 2.7 con 6.7, el por qué Plotis se la pasa hablando de σπερματικὸι λόγοι, el por qué al estoicismo le falta nomás un chiringolito* para volverse el sistema filosófico idealista por excelencia... claro: ese chiringolito* fue Plotino y su noética.
Pero en el camino me encontré a Avicena... no, no, a ver: esa no es la historia. Todo fue culpa de Birondo, su pésimo uso de fuentes y bibliografia secundaria. Él la usó mal, pero yo sí le saqué jugo. Sobre todo al artículo de Cashdollar sobre las percepciones accidentales. Y luego fui y le pregunté, por mera curiosidad, a AT, que qué decían los medievales de los sensibles accidentales. Y recibí aquella magistral clase del OVIS TIMET LUPUM (que, sea dicho de paso, cuando tomé el curso de Identidad y Objeto con Cassati el italiano, utilicé para mi tarea, y resultó gustarle demasiado). Lo último que me esperaba era que el señor AT resultara ser especialista JUSTO en ese tema. Sin querer le hice la pregunta adecuada a la persona adecuada en el momento preciso.
Y entonces sí: se me atravesó Avicena. Y no sólo, sino que el problema del intelecto siempre parecía un asunto más de índole metafísico que epistemológico. El quid epistémico recaía justo del lado de las intenciones... las atracciones aquellas de los estoicos y su misterioso status metafísico (es que eso le pasa a las intenciones: tienen un estatus metafísico muy incómodo: he ahí el genio de Plotino y su "giro" (diría copernicano, pero creo que ya estoy debrayando demasiado).
Y conocí a Alejandro de Afrodisia y a Temistio... pero el Alex palideció ante Avicena: el discípulo había superado al maestro. Su metafísica era una misteriosa mescolanza entre las inteligencias de Proclo y el De Mixtione del Afrodisio. No tenía el problema de un Plotino que luego ya no sabe que hacer con la teoría de la percepción, ni con la multiplicidad de las almas: la coherencia neoplatónica reducía demasiado el alcance explicativo. Avicena era, ni más ni menos, la inauguración de lo que después entendimos como "neoplatonismo": aquello de lo que bebió el Renacimiento, aquello que todavía confiaba en la materia y en el mundo (no en balde más de una vez fue confundido con la sencillez de Agustín y su versión del estoicismo platónico).
Pero no sé árabe. Ni persa. Sólo latín y griego. Y la solución quedó así:
1.- Aristóteles: la necesidad de una teoría intencional para sostener su estructura del conocimiento, pero la carencia de la explicación de su funcionamiento; la fisiología aristotélica entra en conflicto con las necesidades de su epistemología. En pocas palabras, Aristóteles está incompleto.
2.- Avicena: cierra la explicación aristotélica (crea una, pues, evidentemente no la única) al crear los sentidos interiores y dotar a la intencionalidad de "infraestructura" fisiológica. No hablamos de ello (AT y yo), pero quizás falte explorar la relación entre intentio y abstracción. Ese es el meollo que a mí me interesa. Pero bueno, ya veremos.
3.- Alberto Magno (ese sí cortesía de la casa). Hipótesis asesoril: él lleva al culmen la teoría de la intencionalidad en Avicena. Todavía no hacen su aparición las incómodas especies inteligibles (la pregunta en todo caso es: ¿no le hacen falta justo para explicar la relación entre la abstracción y la intención? ¿qué gana y qué pierde?)
De esos tres pasos, el objetivo es, por un lado, reconstruir al Aristóteles Latino, por otro entender la influencia de Avicena (y mejor dicho: a Avicena) en la conformación del pensamiento posterior al s. XIII. Y por otro, ver a Avicena (eso sostendría yo: por más que quiera y que la mona se vista de seda, yo no soy medievalista: tengo una pata aquí y otra allá) como vehículo de la antigüedad tardía al occidente latino. ESE es el Aristóteles de Occidente hasta antes del s. XIX y Jaeger y Ross.
Así las cosas...

¿Cómo empiezo el correo? ¿le digo que sea mi co-asesor? ¿me mandará mucho a freír espárragos? ¿Cómo le explico que quiero seguir trabajando con él como lo hemos hecho? ¿cómo expresar todo el honesto agradecimiento sin que suene a vana lisonja? ¿y el aprecio? ¿y la admiración, y el afecto, y el modelo? ¿y la generosidad? ¿cómo se aprenden esas cosas? ¿cómo decirle que estoy consciente -o creo estarlo- de que algunas palabras, algunas acciones, llevan dedicatoria?

En fin. Habrá que callar otro buen tiempo. Habrá que escribir ese correo. Hacer la tarea para el seminario del Martes (Diógenes: el griego de las sección de física es fácil, pero el de la biografía de Zenón -que no viene al caso pero quiero leer- está en... ¿griego?), luego, AT mandome 14 archivos que suman más o menos mil páginas. 15 días para leerlos y armar un índice. Además, el Coloquio de Tesistas de ¿filosofía antigua? como sea, para ese me falta todavía leer Metafísica y De Anima y terminar lo que será la ponencia del congreso: la intencionalidad, el intelecto y Aristóteles (y el Alex Afrodisio). Y luego... ¡ah sí! el curso del instituto... creencias y esas cosas... filosofía de las matemáticas.

Como quién dice ¿por qué estoy perdiendo el tiempo acá?
Los veo... dentro de mucho.

A revoir

Notas:
*Chiringolito: medida de cocina que es menos que una pizca, y que mi mamá jura que un profesor de Método Experimental usó alguna vez.

1 comentario:

Emma Laura dijo...

Wow has dado toda una clase esponjita y a todo esto cuénteme de su tesis wow me emociona mucho leer a esos pensadores que muchos creen en el olvido ¿no?