Las diásporas son de muchas clases, géneros, tipos y especies.
Hay pueblos enteros que han vivido en diáspora desde la época de Roma (o desde antes: ¿desde hace cuánto los gitanos son diáspora). Los judíos, además de ser diáspora de Jerusalén, luego lo fueron de España, y luego, los cabalistas (aquellos que se llevaron al Zohar a cuestas) lo fueron del espíritu.
Hay diásporas de perseguidos políticos. Si son muchos, se juntan allá a donde van. Aquí en México hay muchas de esas: de Argentinos y de Chilenos, de Españoles... de los que huyeron primero del hambre y luego los que huyeron de Franco. Y hay diásporas de Polacos que llegaron como polacos y como judíos, y de griegos que llegaron por griegos pero se encontaron a otros judíos, y de libaneses, de los cuales llegaron árabes y judíos y cristianos, y hay una diáspora de unos judíos que llegaron a México desde el s. XVI y que, en su vocabulario místico, integraron alguna vez palabras en náhuatl.
Pero hay otras diásporas: aquí en el IIFs hay una gran diáspora de colombianos que sólo vinen a estudiar (¿será una diáspora temporal que se renueva año con año?), y una de uruguayos estudiantes, y mi maestro vive acá y también es de allá, y hoy vino una amiga suya que ya regresó allá pero fue de acá... o sea: todo un camino ininterrumpido.
Y los mexicanos somos una diasporototota en EU, y dentro de ella hay una diasporita de mixtecos pero mejor organizada, que prefiere el inglés al excluyente español.
Y hay diásporas intelectuales. Alguna vez los filósofos analíticos lo fueron dentro de la facultad marxisto-nitzscheano-heideggeriana. Y luego fue un marxista heideggeriano el que introdujo a Quine al mundo de lengua española. Y luego hubo una diáspora de historiadores de la filosofía que no eran hegelianos, y que hacían filosofía moderna y antigua. Y Beucheot constituyó por sí mismo una diáspora de medievalista (era el único individuo de la especie, pero ¿qué es una diáspora si no una especie?) dentro de la universidad. Y el Danilo fue, durante algún tiempo, parte de esa diáspora, hasta que pareció quedarse solo.
Y toda esta historia de las diásporas y los medievalistas se me ocurrió porque A.T., que a partir del lunes es, por fin oficialmente, mi asesor de tesis, lo dijo así: somos una diáspora.
Pero aún hay una diáspora más radical que aquellas: yo.
Todo empezó cuando llegué a filosofía y no entendía un pito. Al fin me encontré con san Agustín y fui muy feliz. Pero, bueno, comprendan: los años que duré perdida los utilicé mal-aprendiendo griego y latín. Y Agustín, digamos, tiene dos rostros: el que voltea hacia el griego y el que voltea hacia el latín (eso me quedó muy claro en la clase de hoy con A.T.: el lee a Boecio y a Agustín desde el s. XIII y yo desde el s. III: y chocamos... impacto productivo, diría yo).
Y este primer año de maestría lo dediqué por entero a lado griego. Pero conocí el lado latino.
Y sin saber un pito de medievales, decidí hacer mi tesis con A.T. sobre la intencionalidad en Alberto Magno y Avicena. Pero entre los medievales soy una ígnara, no sé nada, ni un ápice: y eso me quedó muy claro hoy (y quise un chicle de Cicuta... los voy a patentar).
Y me sentí diáspora de mí misma.
(ayer estuve a punto de tragarme el chicle de Cicuta. Pero de pronto razoné: no me puedo dar el lujo de dejarme caer. No puedo. Es mi vida, y es la única que tengo. Y es una gran vida. Y si me muero mañana, orita mismo, o si la fortuna me voltea la cara, eso no depende de mí. Pero dejarme caer sí. Y no puedo, no puedo, no puedo (lágrimas aquí) y no me dejé caer, y resisití. Pero hoy quise hacerme bolita en el asiento, mientras A.T. oía la aguda intervención del Danilo. Y quise hacerme ovillo y desaparecerme y comerme el chicle de Cicuta. Y pensaba (more felipito, en vez de poner atención) cómo A.T. desearía que su alumno fuera el Danilo y no yo. Y cómo a todos seguramente se les atojaría de alumno el Danilo y no yo. Y cómo se me ocurrió meterme a los terrenos del Danilo -qué más da: él se mete a cualquier terreno y sale bien librado-. Pero voltee hacia adelante. Y ví a R.S. Y pensé sea lo que sea, ese hombre jamás se ha dejado caer. Y me lo debo a mí, y a la mamá y al Danilo; pero sobre todo se lo debo a él: no me puedo dejar caer. Porque yo es mi vida, y mi amá y el Danilo lo hacen por amor. Pero R.S. me recibió generosamente: fue un don de la fortuna (¡Ah Boecio!). Y no me puedo dejar caer. Porque aunque todo de pronto se le puso en contra, aunque un vórtice de objeciones cayeron todas sobre él, él es el que sostiene todo, el hálito que mantiene en pie a todos los que estábamos ahí. Y es porque no se deja caer. Entonces me incorporé en la silla, tragué saliva y seguí escuchando: a pesar de que sé que se molestó conmigo -no fue mi culpa... cómo contarle que tengo clase todos los miércoles de 10 a 12 con A.T. y que por eso venimos los dos- a pesar de que he llegado a la guerra sin armas, sin latín suficiente, sin haber leído ni a Ockam ni a Boecio. A pesar de que no tengo nada; y no sé qué me angustia más: si el que nadie espere nada de mí, o que estén esperando algo. Pero no me puedo dejar caer. No puedo. Si él sigue ahí, firme y solidario, cual Demiurgo que es, yo tampoco puedo. (más lagrimitas).
Soy diáspora de mí misma: tengo que colonizar ya.
Hay pueblos enteros que han vivido en diáspora desde la época de Roma (o desde antes: ¿desde hace cuánto los gitanos son diáspora). Los judíos, además de ser diáspora de Jerusalén, luego lo fueron de España, y luego, los cabalistas (aquellos que se llevaron al Zohar a cuestas) lo fueron del espíritu.
Hay diásporas de perseguidos políticos. Si son muchos, se juntan allá a donde van. Aquí en México hay muchas de esas: de Argentinos y de Chilenos, de Españoles... de los que huyeron primero del hambre y luego los que huyeron de Franco. Y hay diásporas de Polacos que llegaron como polacos y como judíos, y de griegos que llegaron por griegos pero se encontaron a otros judíos, y de libaneses, de los cuales llegaron árabes y judíos y cristianos, y hay una diáspora de unos judíos que llegaron a México desde el s. XVI y que, en su vocabulario místico, integraron alguna vez palabras en náhuatl.
Pero hay otras diásporas: aquí en el IIFs hay una gran diáspora de colombianos que sólo vinen a estudiar (¿será una diáspora temporal que se renueva año con año?), y una de uruguayos estudiantes, y mi maestro vive acá y también es de allá, y hoy vino una amiga suya que ya regresó allá pero fue de acá... o sea: todo un camino ininterrumpido.
Y los mexicanos somos una diasporototota en EU, y dentro de ella hay una diasporita de mixtecos pero mejor organizada, que prefiere el inglés al excluyente español.
Y hay diásporas intelectuales. Alguna vez los filósofos analíticos lo fueron dentro de la facultad marxisto-nitzscheano-heideggeriana. Y luego fue un marxista heideggeriano el que introdujo a Quine al mundo de lengua española. Y luego hubo una diáspora de historiadores de la filosofía que no eran hegelianos, y que hacían filosofía moderna y antigua. Y Beucheot constituyó por sí mismo una diáspora de medievalista (era el único individuo de la especie, pero ¿qué es una diáspora si no una especie?) dentro de la universidad. Y el Danilo fue, durante algún tiempo, parte de esa diáspora, hasta que pareció quedarse solo.
Y toda esta historia de las diásporas y los medievalistas se me ocurrió porque A.T., que a partir del lunes es, por fin oficialmente, mi asesor de tesis, lo dijo así: somos una diáspora.
Pero aún hay una diáspora más radical que aquellas: yo.
Todo empezó cuando llegué a filosofía y no entendía un pito. Al fin me encontré con san Agustín y fui muy feliz. Pero, bueno, comprendan: los años que duré perdida los utilicé mal-aprendiendo griego y latín. Y Agustín, digamos, tiene dos rostros: el que voltea hacia el griego y el que voltea hacia el latín (eso me quedó muy claro en la clase de hoy con A.T.: el lee a Boecio y a Agustín desde el s. XIII y yo desde el s. III: y chocamos... impacto productivo, diría yo).
Y este primer año de maestría lo dediqué por entero a lado griego. Pero conocí el lado latino.
Y sin saber un pito de medievales, decidí hacer mi tesis con A.T. sobre la intencionalidad en Alberto Magno y Avicena. Pero entre los medievales soy una ígnara, no sé nada, ni un ápice: y eso me quedó muy claro hoy (y quise un chicle de Cicuta... los voy a patentar).
Y me sentí diáspora de mí misma.
(ayer estuve a punto de tragarme el chicle de Cicuta. Pero de pronto razoné: no me puedo dar el lujo de dejarme caer. No puedo. Es mi vida, y es la única que tengo. Y es una gran vida. Y si me muero mañana, orita mismo, o si la fortuna me voltea la cara, eso no depende de mí. Pero dejarme caer sí. Y no puedo, no puedo, no puedo (lágrimas aquí) y no me dejé caer, y resisití. Pero hoy quise hacerme bolita en el asiento, mientras A.T. oía la aguda intervención del Danilo. Y quise hacerme ovillo y desaparecerme y comerme el chicle de Cicuta. Y pensaba (more felipito, en vez de poner atención) cómo A.T. desearía que su alumno fuera el Danilo y no yo. Y cómo a todos seguramente se les atojaría de alumno el Danilo y no yo. Y cómo se me ocurrió meterme a los terrenos del Danilo -qué más da: él se mete a cualquier terreno y sale bien librado-. Pero voltee hacia adelante. Y ví a R.S. Y pensé sea lo que sea, ese hombre jamás se ha dejado caer. Y me lo debo a mí, y a la mamá y al Danilo; pero sobre todo se lo debo a él: no me puedo dejar caer. Porque yo es mi vida, y mi amá y el Danilo lo hacen por amor. Pero R.S. me recibió generosamente: fue un don de la fortuna (¡Ah Boecio!). Y no me puedo dejar caer. Porque aunque todo de pronto se le puso en contra, aunque un vórtice de objeciones cayeron todas sobre él, él es el que sostiene todo, el hálito que mantiene en pie a todos los que estábamos ahí. Y es porque no se deja caer. Entonces me incorporé en la silla, tragué saliva y seguí escuchando: a pesar de que sé que se molestó conmigo -no fue mi culpa... cómo contarle que tengo clase todos los miércoles de 10 a 12 con A.T. y que por eso venimos los dos- a pesar de que he llegado a la guerra sin armas, sin latín suficiente, sin haber leído ni a Ockam ni a Boecio. A pesar de que no tengo nada; y no sé qué me angustia más: si el que nadie espere nada de mí, o que estén esperando algo. Pero no me puedo dejar caer. No puedo. Si él sigue ahí, firme y solidario, cual Demiurgo que es, yo tampoco puedo. (más lagrimitas).
Soy diáspora de mí misma: tengo que colonizar ya.
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