Valerio,
Te extraño.
Esponjita.
(Verán ustedes: las pasiones son así. A veces se desordenan y se resisten a perder la esperanza. Se resisten al orden que adviene de fuera, que las quiere usar de plastilina par edificar la virtud. Y al final sus gritos son tantos, su escándalo tan magnífico, que terminan de persuadirlo a uno de que, si bien el objeto de su amor es imposible, sin él este globo terraqueo carece de sentido. Y por eso que no le extrañe que, contra el propio pudor y el sabio consejo del principio de realidad, no falten las valientes que le regalen Lechuzas (¡demonios! fui yo la que la convencí de que aquél espantajo de peluche era una Lechuza y no un Búho... ahí estuve yo buscando en la Wikipedia para averiguar si el bicho que acompaña a Atenea es un Tecolote o qué... ¡demonios!, ahí estuve yo, por la juguetería escuchando sus razones. Y le contesté el teléfono una hora antes de que se la diera... y luego veinte minutos después de que se la dió... y me emocioné también, y quise abrazarla, como si le hubieran dado un premio... admiré su valentía, admiré lo espontáneo... y disfruté tanto su risa nerviosa, aunque haya sido nomás platicada... Con quien tanto quería, dice Hernández de Ramón Sijé).
Será quizás que las pasiones, quienes también son sabias -en la sabiduría que les corresponde-, conocen a sus homólogas, las que habitan dentro del cráneo y la amplísima frente del objeto del deseo, y saben que lo que ocurre del otro lado es un ejercicio de resistencia a las propias. Calculan y deliberan -las pasiones: no nuestra propia razón engañada- y actúan sin amo y sin ἡγεμονικόν que sea capaz de controlarlas. Calculan y deliberan: la obra que se han puesto enfrente es dificilísima. Frente así tienen a un Demiurgo que ha vencido, por fin, al material-ὑλή del revoltoso ello que lo constituye, y se ha vuelto artífice de su propio destino, de su Fato. Y nosotras, desgobernadas, sólo vamos tras la llama como polillas enloquecidas... dispuestas, a todo, a todo: a la conflagración final. Pero todo es una ilusión, una vana ilusión... sobre todo porque si al final cayera en las manos de alguna de las dos, no podríamos dividirlo. Porque nuestro mutuo amor, nuestra mutua amistad está fincada en lo que nuestro objeto del amor tiene de inaccesible. Nos juntamos, a veces, a llorar quedito nuestra desazón. Somos capaces de querernos porque somos incapaces de quererlo. A veces nos convencemos mutuamente de que aquello no es amor, sino una desviación psicoanalítica del padre ausente. Sabemos ambas que nunca nos contamos lo que en realidad sentimos por él: sólo nos reunimos para gritarnos, una a la otra, lo que él nos duele.
Sus enormes ojos, los únicos incapaces de ser gobernados por el artífice interior que lo construye, nos estruja el corazón y los huesitos. ¡Triste sería esta historia si no estuviera ella! ¡Triste sería esta historia sin sus enormes ojos de Spinoza! ¡Triste sería esta historia si no supiéramos que, un día de estos, nos volverán a ver sus enormes ojos! Y ahí vamos, plenamente concientes del peligro, detrás de la llama que ilumina sus enormes ojos. Y yo sigo aquí, escribe y escribe, porque lo extraño, porque el latín me aterra, porque mi soledad no es tanta como la de ella. Porque corro menos peligro, porque tengo mucho más que perder que ella. Porque ella ahí va, atraída como polilla por la flama que lo hace andar a él. A él, Valerio...)
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