04 octubre 2009

¿Y para qué?

La Akrasia (según alcancé a entender este año) consiste en la realización deliberada y voluntaria de una acción en contra de la voluntad del que la realiza.
¿Cómo? (o ¿cómo así? para practicar el nuevo dialecto)
Bueno, así es: el gordito que se ha puesto a dieta, cede voluntariamente al impulso de comer pastel de chocolate, pero simultáneamente desearía no desearlo, no comerlo y así bajar de peso.
Muchas son las soluciones a este problema. La más recurrida popularmente, aunque filosóficamente desacreditada es la de dos almas, una buena y otra mala, que se enfrentan en el corazón del hombre.
No es que se contrapongan los deseos por igual: no es que una parte desee negro y la otra blanco. No. Es más bien que una multitud de deseos chiquitos que no pueden mirar más allá de su nariz, obstaculizan el deseo que quire mirar al infinito y más allá.
No nos pongamos extremos: no todo es la lucha entre querer dormir 10 minutos más y ser inmortalizado por haber descubierto la solución a todos los problemas de la humanidad... pero sí, algo hay de eso.
Y por eso aparecieron en escena los pecados capitales. ¿Ven? no es que el "alma mala" o el diablito que todos tenemos en una oreja quiera un fin contrario e igual de intenso al del "alma buena" o del angelito que tenemos en la otra oreja. No: la cosa no es que los fines sean contrarios, sino que son un montón de fines chiquitos que se le oponen a un fin grandote.

Después de Aristóteles, el otro único (desde mi parca perspectiva) que abonó un poco al tema fue Freud: los deseos "chiquitos" son en realidad la materia sustanciosa del alma y conforman la totalidad de la materia psíquica, y el deseo grandote se llama "Super yo". Y el pobre yo (el Auriga del Fedro... ¿cómo? ¡¿no han leído el Fedro de Platón?!... pues siéntanse culpables, porque éste es un post sobre la culpa)... decía, el pobre yo lo único que hace es mediar entre un borbotón de deseos desordenados que sólo buscan satisfacerse a ellos mismos sin importarles nada (ni la integridad del sujeto que les da hogar), y un "super yo" que lo único que sabe es apachurrar deseos, sin saber cuáles ni para qué, con tal de que se respeten los "fines"...

los fines

los fines

los fines

Toda acción humana (y vayan ustedes a saber si de otros mamíferos o criaturas celestiales... no nos metamos en esos intríngüilis por ahora) está conformada por fines.
Si Aristóteles supuso que el universo tiene un gran Para Qué, y que ese se identifica con Dios, es simplemente porque los seres humanos no podemos mover ni un dedo, ni un párpado, si no hay un para qué hacerlo.
Y los hombres acostumbramos organizar los deseos en fines que son medios, y fines que son fines, y fines finales y fines intermedios. Hacemos todo un edificio de fines, porque si no, simplemente no podríamos actuar en absoluto: tenemos que establecer prioridades, organizarlos todos cronológicamente, por probabilidad, por importancia, para poder diseñar la estrategia más efectiva y eficiente para que todos encuentren desahogo (si dominamos el mundo en vez de los gatos, es quizás porque la habilidad más importante que poseemos es el "diseño": diseñamos desde Machintoches hasta ropa. El diseño es la habilidad por excelencia de la especie humana (estos son extractos de una conversación con mi gata...): pero eso no impide suponer que los gatos o las ballenas, o incluso los elefantes, teniendo cerebros más grandes, sean capaces de contemplar a Dios... si lo hay, claro).
¿En qué nos quedamos? Ah sí: si todo en nuestra vida es diseñado, lo serán también todos los deseos chiquitos. Así seremos capaces de elegir el deseo que más vale la pena satisfacer, y los demás los organizaremos en función de ese. Unos serán apachurrados gracias al super yo, otros serán protegidos y atemperados.
Pero es aquí donde entra la dichosa Akrasia: según entiende mi parca inteligencia (y aquí es muy probable que me equivoque... digo, en lo que diré, no en que mi inteligencia es parca), el problema estriba en haber escogido un fin y la incapacidad de respetar el diseño que habíamos fabricado para seguirlo. Y algo así como "otro yo" que contempla la acción, se duele de ello: sufre. Y es ahí donde aparece una de las especies de la culpa.
Una de las soluciones, inventada por el genial Aristóteles, fue que no todos los deseos operan desde la esfera racional. Ello quiere decir que la Voluntad no es de una sola pieza, sino que está compuesta de partes: algunas más irracionales, el hogar de los impulsos, y otras racionales, el lugar de los fines (y ahí Freud es muy aristotélico). Por ello propone una solución: el hábito. Y sólo en ese caso, en la creaciónd de "hábitos" de conducta, la palabra conserva su etimología latina original: uno se hace el hábito de lavarse los dientes, de levantarse temprano, de disciplinarse: son cosas para las que no basta la pura voluntad racional, nos tenemos que poner en Automático.
Así, lo que en realidad se ocurre al alcohólico que se ha aficionado al vino, es que se ha "habituado" a él. Y Alcohólicos Anónimos funciona de tal modo que crea el hábito contrario. Y como es un hábito que excede la parte puramente racional de la voluntad, se le pide al enfermo que confíe en "Dios": porque no depende ya de él totalmente, es decir, de su pura voluntad, sino del hábito que se le está forjando. (NO fui clara... a ver, cómo decirlo: se le extrae un poco de culpa porque la culpa es exclusiva de la voluntad puramente racional. Hasta que él "se abandona" a los métodos y prácticas del grupo y le quita esa responsabilidad a la voluntad racional, entonces puede adquirir el hábito, justo porque éste no es racional)

Volvamos a los pecados:
Los pecados, puesto que no son deseo del mal, no son deseo por un fin que simplemente anule al deseo del bien.
Ahora, pongámonos freudianos: no importa por qué supongamos que un determinado deseo es bueno o malo, o incluso el mejor deseo de todos. Las razones por las cuales lo hemos elegido como tal exceden absolutamente al ámbito de la voluntad (cosa discutible, obvio: Cf. William James). Lo que importa aquí es que hay uno, y ése está conformado por los equilibrismos que hace el yo para coordinar los mandatos represores del super yo con las satisfacciones que exigen el yo.
Y creo que todo "para qué" o sentido de la vida, está inscrita en el "super yo", y tiene un papel negativo y de autoaniquilación en favor de otro (lo que sea: dios, los hijos, la patria, el amo, el bien, el comunismo... o cualesquiera otro ideal en la vida). Pero, ya lo dijimos, sin un para qué, no hay motor que nos permita actuar. (Y si nos ponemos evolucionistas y esas mamadas -I'm sorry- hasta podemos decir que es un mecanismo que nos permite actuar en sociedad: cuando una mujer decide abortar, y no simplemente pasar un feliz embarazo para luego regalarle el hijo a una pareja que lo desea, es porque en el fondo sabe que, en cuanto el bebé sea "real" su "yo" dejará de obrar en función de ella y lo hará en función del niño. Entonces, aún si el bebé está feliz con otra familia, y ella sin esa carga, todo un proceso de culpa se desatará a su interior y no la dejará vivir en paz. Intuyo, creo, que detrás de los casos tipo Medea opera un mecanismo similar)

ay que pardójico y feo.

Bueno, bueno, fundamentos infundados, no hay que azotarse. Lo que hay que ver es cuál es la otra parte de la historia.
No sólo tenemos fines, sino satisfactores. Obviamete si el satisfactor y el fin se identifican, pues ya la hicimos. El riesgo es exigirile al alma que se satisfaga con fines insatisfacibles: absolutamente trascendentes. Esos fines satisfacen siempre y cuando no se cumplan.
Por ello, no sólo el Aris, sino los superchidos estoicos y epicureos, se dieron cuenta de que en el acto que va en pos de la satisfacción del fin trascendente la voluntad debe encontrar la satisfacción absoluta del fin. Lo que pasa es que no se ponían de acuerdo si las satisfacciones debían adecuarse a los fines, o los fines a las satisfacciones (bueno: ese es otro tema). El caso es que, bien aristotélicos, el asunto es que la ejecución del fin, aunque no sea el fin en sí mismo, debe proveer satisfacción y felicidad: mantenernos en un estado de acción tal que nos nutra de esperanza suficiente para pasar de un escalón a otro.

(esto ya está repinche largo esponja: concreta)
(ok, ok, ok...)

Conclusión:
1.- Cuando uno vive en la academia, está rodeado de tremendas tentaciones. Las tentaciones sean pues definidas con fines "aparentes", capaces de provocar error en el alma: ella toma una cosa buena en sí misma por otra.
2.- Aunque sepa racionalmente que el "fin" que desea es uno, ocurre que la intensidad con que la tentación se aparece es tal, que aún sabiendo que ese es un fin falso, uno sufre terriblemente por no poderlo alcanzar.
3.- En la academia las tentaciones más fuertes son pretigio y poder. Y ambas implican la idea de competencia y de adversarios.
4.- Si la anorexia es un exceso de virtud (que al final sí provoca placer: el volverse esqueleto, pero al fin un fin), lo mismo ocurre con el prestigio y el poder: provocan placer por sí mismos, pero la frustración que conlleva no alcanzarlos puede ser destructiva.
5.- Cuando uno siente, o una satisfacción desmedida (WTF means that sponge???) a causa del prestigio, o una frustación que le lleva a desar autodestruírse, es porque el satisfactor orignial ha desaparecido de la escena: aquello que se "academiaba".
6.- Es que se ha confundido unos fines por otros: el prestigio y el poder con la actividad que lo conlleva: y dicha actividad, la cual debería ser el fin en sí misma, pues es la que a la larga provoca más cantidad de placer y satisfacción, se vuelve un medio.

7.- Y cuando eso ocurre, y además el prestigio se ve dañado ante los ojos de uno mismo porque la super super super alumna viene a dar una conferencia... uno se quiere suicidar (obvio: si lo que ante los ojos aparece con el fin por excelencia se ve frustrado, la vida, obvio, pierde sentido).

8.- ¿Qué remedio poner a ello? ¿Qué cuando evidentemente el alma sabe que está confundida, pero que ese saberse confundida no le quita ni un ápice del dolor que siente?

9.- Se va a Puebla, entra a la Biblioteca Palafoxiana, y deja que sean los vetustos libros, tan cercanos y tan lejanos, los que obren la salud en ella. Y permite el alma que la Patrología Latina le recuerde el verdadero por qué de todo esto.

La esponja sanada.

1 comentario:

Mérita Sujey Abad dijo...

Me encantó este post. Un abrazo.