A Daniel González, Miriam Jerade y Francisco Solís
a mis profes (R. Salles y A. Tellkamp)
y sobre todo
a Sergio Rubén Maldonado
Adendda: encimas de todas mis iniquidades, celos y demás, aparece la contradicción: cuando me enteré que Ascombe era mujer, casi hago una fiesta feminista. Antier que me cayó el veinte de que Van Riet se llama SimonE, realicé una oda a las filólogas hiperchingonas. Y hoy no pude tolerar que la compañera de al lado fuera lista, cleaver y atinada. Así que, corrijo: me da gran placer y gusto compartir la excelente clase del Lobo con una proto-fenomenóloga a la que le furula correctamente la neurona. Y mejor suerte no pude tener que esa clase: compañer@s inteligentes y agudos formados en fenomenología, profesor chingón y paciente, y esponjita que, creo, todavía es capaz de reconocer cuando está equivocada.
Ayer y hoy mi ego recibió una serie de madrazos de los que, hasta hace unas horas, no creí ser capaz de reponerme.
La aparición de Choky (Choky es un monstruo al que Miriam me enseñó a ponerle nombre)
Me odié en varios niveles. Primero, me odié por ser una tal cual por cual, y luego me meta-odié por odiarme. Y ya eran demasiados niveles de odio, y al no haber El Odio inOdiante (tipo motor inmóvil), la cosa parecía que me conduciría al infinito. Mientras desmenuzaba frente al buen Serch todos mis conflictos, y él, dialécticamente, me contestaba, caí de pronto en cuenta de una cosa: mi licenciatura fue tan mala, pero tan mala, que cuando salí de ella yo ya no esperaba nada de la vida, ni de mi misma. ¿Qué quiere decir eso? que ya no esperaba que mis profesores me admiraran, que mis amores platónicos me quisieran (mi novio me acababa de dejar), que mis compañeros creyeran que yo era chida. Y lo lógico es que ello debería haberme conducido a algún tipo de depresión. Pero en realidad, ya llevaba muchos años deprimida. Mi hermanita acababa de morir en un accidente que por poco me mata también. Así que no sé si fue que las dos depresiones chocaron una con otra, o que algo en mi espíritu encontró orden, total que no sólo dejé de esperar cosas de mi misma, sino que eso dejó de preocuparme.
Terminé los créditos de Filosofía porque, con justa razón, mi mamá me dijo: total, si luego quieres hacer otra cosa, lo haces: estudias para Veterinaria de Gusanos (viejo chiste local) o te vas de Vagabunda, o consigues trabajo de recursos humanos o... ¡ejerces la filosofía!... lo que quieras: pero termina. Y terminé los créditos. Y como no sabía qué hacer de mi vida, y acababa de descubrir que podía trabajar de cajera en un Suburbia y así no moriría de hambre; en vez de angustiarme pensando en qué debería hacer de mi vida, me puse a hacer algo que me gustara. Me inscribí a Hebreo al CELE y ahí conocí a Paco. Por su influencia me metí a Letras Clásicas. Y, sin darme cuenta, me titulé de Filosofía. Y entré a la maestría. Como ya no esperaba nada de mí, ni esperaba que nadie esperara nada de mí (y ya tenía novio, lo que le sube el ánimo a cualquiera), me metí de lleno a estudiar la maestría, y me puse a disfrutar cada instante de ella: no tenía con quién competir, ni a quién apantallar. Y por eso, creo, mi desempeño (del cuál yo misma no me ocupaba) fue muy bueno. Y hubo dos personas que, cada una por su lado, me subió el ego hasta el cielo. Y descubrí que, comparada con los demás, pues tenía muchas virtudes y capacidades. Y mi ego creció y creció. Y... me deprimí. Y comencé a vivir aterrada de perder eso poquísimo que había ganado, que me parecía la vida entera, y dejé de hacer las cosas por puro gusto (como estudiar Hebreo o Letras Clásicas) y comencé a hacerlas para ser más chida que los demás, para que mis profes me admiraran, para que no se me acabara la beca...
La fuerza Centrífuga (de Paco aprendí que el mero placer epicúreo y la necesidad se hallan en el centro, mientras que la competencia moral y metafísica con los demás, está en la perifieria)
Ayer mi ego fue golpeado. Y yo, indignada de que alguien se atreviera a hacer tal cosa, hice tremendo berrinche. Pero hoy mi ego fue pisoteado, aplastado, hecho papilla: sólo podía indignarme contra mí misma. Mientras hablaba con Sergio, mientras él me respondía, me dí cuenta de que perdí más de un semestre en ponerme a adornar mi ego. Me la pasé frente al espejo admirándome y contemplándome y haciendo hipótesis de si la imagen invertida que me devolvía el reflejo, se parecía a lo que todos ellos allá afuera veían.
Y fue cuando puse mi entendimiento en las bellezas y no bellezas en mi entendimiento.
Y suele ocurrir que el entendimiento se me fue vaciando: dejé de trabajar con la misma afición que antes, porque el objeto de mi amor se descentró: ya no era Avicena, ni Aristóteles: eran los profesores. Cerré mis oídos y mis ojos, y ese es el origen de las angustias, depresiones y neurosis que me acomenten.
El centro de masa y la fuerza de gravedad (Daniel se levanta a las cinco de la mañana, prende la computadora y traduce. Llega a casa y me cuenta de lo que acaba de descubrir en la clase que dió ayer de Boecio, hoy de Nicolás de Cusa, mañana de Galileo. Su mente no abandona el objeto y es feliz)
Para escribir se necesita disciplina prusiana, me dijo mi amigo Luc. Aquellas palabras invocaron, suscesivamente, las imágenes de mis tres profesores alemanes: Primero al colombiano, luego al mexicano y al final al argentino. Del primero la imagen que me vino fue la puntualidad, del segundo la ira porque no habíamos leído. Pero del tercero, de Dussel, recordé las palabras que dijo, enojado, cuando tampoco habíamos leído nada: "¡pero si el trabajo intelectual es tan trabajo como cualquier trabajo! Y si es trabajo ¡pues tienen que trabajar cuando menos ocho horas diaras!". Y recuerdo que me quedé pasmada: primero porque se me hacía inmoral que un profesor le pidiera a su alumno que trabajara ocho horas diarias, y segundo cuando me di cuenta de que todas sus palabras tenían razón ¡mínimo deberíamos trabajar ocho horas diarias!... y me horricé del primer pensamiento que tuve: ¿cómo pudo caber eso en mi mente? ¿cómo?
Si algo puede sacarse para escribir un libro de autoayuda de san Agustín es la idea de cómo Dios no se aleja de nosotros y nosotros sí podemos alejarnos de él: pero entiéndase en sentido metafísico: ¿cómo podemos escondernos de Dios si él está en todas partes?. Miren cómo funciona el asunto: mientras estemos viendo todas las representaciones que tenemos del mundo, y nuestra atención (oh intentio intentio) se halle volcada a ellos, nuestra alma estará lejos de sí misma aunque ella esté siempre en ella misma. Su atención se dispersa y ese hacerse muchas, es lo que quiere decir alejarse. En cambio, cuando ella se mira a sí misma (y deja de mirar todo aquello que ella contiene), se unifica: y vuelve, sin haberse ido de sí misma, a sí misma.
Cuando uno vive preocupado por su ser respecto a otros, (y pone el amor y el respeto que uno se tiene a sí en los otros) parece que sólo se mira a sí mismo, como en un espejo. Pero es falso: uno se ha sacado de sí mismo, se ha alejado, y sólo mira cómo lo miran los otros. Los otros son una especie de espejos, muchos espejos, y cada uno le devuelve una imagen distinta. Su imagen se multiplica en la cara y juicios de los otros. Pero, peor aún, los otros que opinan sobre nosotros no son sino una imagen que nosotros hemos construido a imagen y semejanza de un Juez Secular: él nos juzga y justifica. Pero él no es uno mismo, sino que suponemos que son los otros que ahí reposa su ser. Pero ellos los invetamos. Luego, nuestro más duro y cruel juez es un fantasma. Y nosotros estamos fuera de nosotros mismos, y sufrimos.
En cambio, cuando uno se entrega con todo su amor a una sola cosa, toda la atención se centra en aquello que, pareciera, está fuera de nosotros. Y como aquello y su ser es todo lo que cabe en el alma (pues queremos conocer algo, entender algo más, crear otra cosa: cuidamos del hijo, comprendemos el funcionamiento del universo, amamos al novio, etc), nuestra alma se va formando en función de aquello: de lo creado (criado) o lo entendido. Y nuestra alma se unifica y se hace imagen y semejanza de aquello: del amor que se tiene por aquello (ok: que conste que esto no suena a Lévinas... ajá...).
Tomar una intención por otra (en la novelita francesa "la elegancia del Erizo" la protagonista, Paloma, una niña de doce años, decide no suicidarse cuando descubre la belleza: un hermoso hombre negro maorí que juega en un equipo de no me acuerdo qué deporte inglés, que, al correr, no corre hacia ningún lado: se queda en su centro)
En un famoso post (que no pienso ni siquiera mencionar, mucho menos repostear o linkear -¡ay qué feos verbos!) dije que había confundido dos chamarras con mi futuro académico. Estaba errada: confundí las dos chamarras, no con mi futuro, sino con mi propio placer: mi objeto del deseo. Y eso que deseaba sólo lo podía desear porque tenía un ego del tamaño del mundo: había encontrado un par de espejos enormes que me quedaban muy bien y donde cabía yo toda entera. Y me descuidé: porque dejé de actuar para satisfacerme simplemente, y comencé a ir hacia algún lado.
Ayer me gopearon el ego. Hoy lo terminaron de romper. Y a Dios Gracias, porque el agudo dolor que me produjo el segundo golpe advino sumultáneamente con la intelección de un concepto fundamental: entendí, por fin, qué quiere decir que la memoria sea intencional (en realidad eso es lo que explicaron: luego les cuento qué fue lo que entedí: primero dejen escribo el capítulo).
(Y me dolió no haberlo entendido antes. Y me dolió todavía más que lo dijera una chica lista -que para mis misoginias, resultó grave- y me dolió horriblemente más dejar de ser la única lista a cien kilómetros a la redonda... y bueno, comprendan: ¡ya saben lo que más me dolió en realidad!).
Y entonces le dije a Sergio que me odiaba y me Metaodiaba: me odiaba por no haber entendido antes el asunto central, me odiaba por no ser más inteligente que esa chica, y me Metaodiaba por tener todas esas vanas y bajas pasiones de celos y envida y tener contaminada el alma de todo ello, y no poderlo controlar.
Y entonces recordé a Aurora, mi hermana, que cuando era chiquita y la habíamos hecho enojar, y ella ya le habíamos pedido disculpas, nos decía: pues sí, los disculpo: pero dejen que se me baje el coraje. Es como el dolor de un golpe: no se quita hasta que se quita.
Y así me fui caminando, después de dejar a Sergio, hacia el estacionamiento escuchando Blowing in the wind. Conecté dos o tres pensamientos, y cuando llegué acá, resultó que mi libro, con el artículo de Hasse, ya había llegado sano y salvo. Y me sentí muy feliz.
Ahora mismo, después de escribir estas palabras, vuelve un poco el dolor. Pero ya no produce meta-dolor y ya no me lleva al infinito. Gracias a las palabras de Sergio, llenas de cariño e inteligencia, caí en la cuenta de todo esto que acabo de escribir (y otras muchas cosas más). Y por eso, todo lo futuro que halla de venir, y toda la felicidad que me va a proveer, se las dedico a él y a ustedes todos.
La esponjita que, gracias a sus capacidades mecánicas, después del pisotón (que violentamente expulsó algún líquido feo que ella había absorbido y que la deformaba), recupera su antigua forma poco a poco.
a mis profes (R. Salles y A. Tellkamp)
y sobre todo
a Sergio Rubén Maldonado
Adendda: encimas de todas mis iniquidades, celos y demás, aparece la contradicción: cuando me enteré que Ascombe era mujer, casi hago una fiesta feminista. Antier que me cayó el veinte de que Van Riet se llama SimonE, realicé una oda a las filólogas hiperchingonas. Y hoy no pude tolerar que la compañera de al lado fuera lista, cleaver y atinada. Así que, corrijo: me da gran placer y gusto compartir la excelente clase del Lobo con una proto-fenomenóloga a la que le furula correctamente la neurona. Y mejor suerte no pude tener que esa clase: compañer@s inteligentes y agudos formados en fenomenología, profesor chingón y paciente, y esponjita que, creo, todavía es capaz de reconocer cuando está equivocada.
Ayer y hoy mi ego recibió una serie de madrazos de los que, hasta hace unas horas, no creí ser capaz de reponerme.
La aparición de Choky (Choky es un monstruo al que Miriam me enseñó a ponerle nombre)
Me odié en varios niveles. Primero, me odié por ser una tal cual por cual, y luego me meta-odié por odiarme. Y ya eran demasiados niveles de odio, y al no haber El Odio inOdiante (tipo motor inmóvil), la cosa parecía que me conduciría al infinito. Mientras desmenuzaba frente al buen Serch todos mis conflictos, y él, dialécticamente, me contestaba, caí de pronto en cuenta de una cosa: mi licenciatura fue tan mala, pero tan mala, que cuando salí de ella yo ya no esperaba nada de la vida, ni de mi misma. ¿Qué quiere decir eso? que ya no esperaba que mis profesores me admiraran, que mis amores platónicos me quisieran (mi novio me acababa de dejar), que mis compañeros creyeran que yo era chida. Y lo lógico es que ello debería haberme conducido a algún tipo de depresión. Pero en realidad, ya llevaba muchos años deprimida. Mi hermanita acababa de morir en un accidente que por poco me mata también. Así que no sé si fue que las dos depresiones chocaron una con otra, o que algo en mi espíritu encontró orden, total que no sólo dejé de esperar cosas de mi misma, sino que eso dejó de preocuparme.
Terminé los créditos de Filosofía porque, con justa razón, mi mamá me dijo: total, si luego quieres hacer otra cosa, lo haces: estudias para Veterinaria de Gusanos (viejo chiste local) o te vas de Vagabunda, o consigues trabajo de recursos humanos o... ¡ejerces la filosofía!... lo que quieras: pero termina. Y terminé los créditos. Y como no sabía qué hacer de mi vida, y acababa de descubrir que podía trabajar de cajera en un Suburbia y así no moriría de hambre; en vez de angustiarme pensando en qué debería hacer de mi vida, me puse a hacer algo que me gustara. Me inscribí a Hebreo al CELE y ahí conocí a Paco. Por su influencia me metí a Letras Clásicas. Y, sin darme cuenta, me titulé de Filosofía. Y entré a la maestría. Como ya no esperaba nada de mí, ni esperaba que nadie esperara nada de mí (y ya tenía novio, lo que le sube el ánimo a cualquiera), me metí de lleno a estudiar la maestría, y me puse a disfrutar cada instante de ella: no tenía con quién competir, ni a quién apantallar. Y por eso, creo, mi desempeño (del cuál yo misma no me ocupaba) fue muy bueno. Y hubo dos personas que, cada una por su lado, me subió el ego hasta el cielo. Y descubrí que, comparada con los demás, pues tenía muchas virtudes y capacidades. Y mi ego creció y creció. Y... me deprimí. Y comencé a vivir aterrada de perder eso poquísimo que había ganado, que me parecía la vida entera, y dejé de hacer las cosas por puro gusto (como estudiar Hebreo o Letras Clásicas) y comencé a hacerlas para ser más chida que los demás, para que mis profes me admiraran, para que no se me acabara la beca...
La fuerza Centrífuga (de Paco aprendí que el mero placer epicúreo y la necesidad se hallan en el centro, mientras que la competencia moral y metafísica con los demás, está en la perifieria)
Ayer mi ego fue golpeado. Y yo, indignada de que alguien se atreviera a hacer tal cosa, hice tremendo berrinche. Pero hoy mi ego fue pisoteado, aplastado, hecho papilla: sólo podía indignarme contra mí misma. Mientras hablaba con Sergio, mientras él me respondía, me dí cuenta de que perdí más de un semestre en ponerme a adornar mi ego. Me la pasé frente al espejo admirándome y contemplándome y haciendo hipótesis de si la imagen invertida que me devolvía el reflejo, se parecía a lo que todos ellos allá afuera veían.
Y fue cuando puse mi entendimiento en las bellezas y no bellezas en mi entendimiento.
Y suele ocurrir que el entendimiento se me fue vaciando: dejé de trabajar con la misma afición que antes, porque el objeto de mi amor se descentró: ya no era Avicena, ni Aristóteles: eran los profesores. Cerré mis oídos y mis ojos, y ese es el origen de las angustias, depresiones y neurosis que me acomenten.
El centro de masa y la fuerza de gravedad (Daniel se levanta a las cinco de la mañana, prende la computadora y traduce. Llega a casa y me cuenta de lo que acaba de descubrir en la clase que dió ayer de Boecio, hoy de Nicolás de Cusa, mañana de Galileo. Su mente no abandona el objeto y es feliz)
Para escribir se necesita disciplina prusiana, me dijo mi amigo Luc. Aquellas palabras invocaron, suscesivamente, las imágenes de mis tres profesores alemanes: Primero al colombiano, luego al mexicano y al final al argentino. Del primero la imagen que me vino fue la puntualidad, del segundo la ira porque no habíamos leído. Pero del tercero, de Dussel, recordé las palabras que dijo, enojado, cuando tampoco habíamos leído nada: "¡pero si el trabajo intelectual es tan trabajo como cualquier trabajo! Y si es trabajo ¡pues tienen que trabajar cuando menos ocho horas diaras!". Y recuerdo que me quedé pasmada: primero porque se me hacía inmoral que un profesor le pidiera a su alumno que trabajara ocho horas diarias, y segundo cuando me di cuenta de que todas sus palabras tenían razón ¡mínimo deberíamos trabajar ocho horas diarias!... y me horricé del primer pensamiento que tuve: ¿cómo pudo caber eso en mi mente? ¿cómo?
Si algo puede sacarse para escribir un libro de autoayuda de san Agustín es la idea de cómo Dios no se aleja de nosotros y nosotros sí podemos alejarnos de él: pero entiéndase en sentido metafísico: ¿cómo podemos escondernos de Dios si él está en todas partes?. Miren cómo funciona el asunto: mientras estemos viendo todas las representaciones que tenemos del mundo, y nuestra atención (oh intentio intentio) se halle volcada a ellos, nuestra alma estará lejos de sí misma aunque ella esté siempre en ella misma. Su atención se dispersa y ese hacerse muchas, es lo que quiere decir alejarse. En cambio, cuando ella se mira a sí misma (y deja de mirar todo aquello que ella contiene), se unifica: y vuelve, sin haberse ido de sí misma, a sí misma.
Cuando uno vive preocupado por su ser respecto a otros, (y pone el amor y el respeto que uno se tiene a sí en los otros) parece que sólo se mira a sí mismo, como en un espejo. Pero es falso: uno se ha sacado de sí mismo, se ha alejado, y sólo mira cómo lo miran los otros. Los otros son una especie de espejos, muchos espejos, y cada uno le devuelve una imagen distinta. Su imagen se multiplica en la cara y juicios de los otros. Pero, peor aún, los otros que opinan sobre nosotros no son sino una imagen que nosotros hemos construido a imagen y semejanza de un Juez Secular: él nos juzga y justifica. Pero él no es uno mismo, sino que suponemos que son los otros que ahí reposa su ser. Pero ellos los invetamos. Luego, nuestro más duro y cruel juez es un fantasma. Y nosotros estamos fuera de nosotros mismos, y sufrimos.
En cambio, cuando uno se entrega con todo su amor a una sola cosa, toda la atención se centra en aquello que, pareciera, está fuera de nosotros. Y como aquello y su ser es todo lo que cabe en el alma (pues queremos conocer algo, entender algo más, crear otra cosa: cuidamos del hijo, comprendemos el funcionamiento del universo, amamos al novio, etc), nuestra alma se va formando en función de aquello: de lo creado (criado) o lo entendido. Y nuestra alma se unifica y se hace imagen y semejanza de aquello: del amor que se tiene por aquello (ok: que conste que esto no suena a Lévinas... ajá...).
Tomar una intención por otra (en la novelita francesa "la elegancia del Erizo" la protagonista, Paloma, una niña de doce años, decide no suicidarse cuando descubre la belleza: un hermoso hombre negro maorí que juega en un equipo de no me acuerdo qué deporte inglés, que, al correr, no corre hacia ningún lado: se queda en su centro)
En un famoso post (que no pienso ni siquiera mencionar, mucho menos repostear o linkear -¡ay qué feos verbos!) dije que había confundido dos chamarras con mi futuro académico. Estaba errada: confundí las dos chamarras, no con mi futuro, sino con mi propio placer: mi objeto del deseo. Y eso que deseaba sólo lo podía desear porque tenía un ego del tamaño del mundo: había encontrado un par de espejos enormes que me quedaban muy bien y donde cabía yo toda entera. Y me descuidé: porque dejé de actuar para satisfacerme simplemente, y comencé a ir hacia algún lado.
Ayer me gopearon el ego. Hoy lo terminaron de romper. Y a Dios Gracias, porque el agudo dolor que me produjo el segundo golpe advino sumultáneamente con la intelección de un concepto fundamental: entendí, por fin, qué quiere decir que la memoria sea intencional (en realidad eso es lo que explicaron: luego les cuento qué fue lo que entedí: primero dejen escribo el capítulo).
(Y me dolió no haberlo entendido antes. Y me dolió todavía más que lo dijera una chica lista -que para mis misoginias, resultó grave- y me dolió horriblemente más dejar de ser la única lista a cien kilómetros a la redonda... y bueno, comprendan: ¡ya saben lo que más me dolió en realidad!).
Y entonces le dije a Sergio que me odiaba y me Metaodiaba: me odiaba por no haber entendido antes el asunto central, me odiaba por no ser más inteligente que esa chica, y me Metaodiaba por tener todas esas vanas y bajas pasiones de celos y envida y tener contaminada el alma de todo ello, y no poderlo controlar.
Y entonces recordé a Aurora, mi hermana, que cuando era chiquita y la habíamos hecho enojar, y ella ya le habíamos pedido disculpas, nos decía: pues sí, los disculpo: pero dejen que se me baje el coraje. Es como el dolor de un golpe: no se quita hasta que se quita.
Y así me fui caminando, después de dejar a Sergio, hacia el estacionamiento escuchando Blowing in the wind. Conecté dos o tres pensamientos, y cuando llegué acá, resultó que mi libro, con el artículo de Hasse, ya había llegado sano y salvo. Y me sentí muy feliz.
Ahora mismo, después de escribir estas palabras, vuelve un poco el dolor. Pero ya no produce meta-dolor y ya no me lleva al infinito. Gracias a las palabras de Sergio, llenas de cariño e inteligencia, caí en la cuenta de todo esto que acabo de escribir (y otras muchas cosas más). Y por eso, todo lo futuro que halla de venir, y toda la felicidad que me va a proveer, se las dedico a él y a ustedes todos.
La esponjita que, gracias a sus capacidades mecánicas, después del pisotón (que violentamente expulsó algún líquido feo que ella había absorbido y que la deformaba), recupera su antigua forma poco a poco.
11 comentarios:
Qué maravilloso post. Resultó inspirador para mí. Un tipo con un ego tan grande que lo maquilla de modestia. Me duele no saber todo y aquí no es metáfora quisiera poder saber absolutamente todo.
En cuanto a lo que dijo Dussel, yo alegaría que deberíamos trabajar 6 hs. o menos por ser el trabajo intelectual un trabajo insalubre.
Me quedé impresionado también por la prusianidad de Daniel.
Seguiría comentando pero me agarró sueño acá ya es muy tarde. Un beso.
Duerma querido Luc...
¡Ay mi querida Esponjita!
Pues bueno, las palabras de Sor Juana, resumen elegantemente todo el quid del asunto.
Y ya que me mencionas, también tengo que decir a tu distinguida audiencia que una vez, tú me sostuviste cuando llorando (recuerdo perfectamente el lugar donde ocurrió), no entendía porque alguien del que me enamoré, me dió la muerte...
Te quiero mucho.
Sergio
Te quiero mucho Sergio...
dando un vistazo a tu magnifico blog
saludos desde Reus Catalunya
pd un consejo haz la letra mas grande que la gente tan pequeña no la lee y es una lástima
Me parece un buen intento aislarse de los golpes del mundo, lo malo es cuando regresas al mundo (todo mundano). Yo creo que la epojé se logra sólo a ratos y claro que es recomendable para quien tiene parámetros de 100 kilómetros a la redonda. Abrazos y sobaditas.
Té la mà Maria-Reus: tu blog está más que genial. Me han encantado las fotos (y he descubierto ¡que puedo leer en catalán! ohhhh, yo no sabía)... Algo le pasó al formato del blog que las letras de hasta abajo se hicieron chiquitas. Ya agrandé todo, pero no pude corregir la diferencia de tamaños. Muchas gracias por venir.
Chelo: pero pos, yo sé que usté es anti subjetivista y descree del yo y esas cosas, pero mi hipótesis es que uno se da esos madrazos solito, no se los da el mundo: y eso es por confunidir al Mismo (more levinasiano) con uno mismo, que es la única vía para dar con el "Otro": el otro que se ama.
En fin. Sí, mi ego estaba muy grandote, por eso había mucho donde golpear. Gracias por las sobaditas. Se agradecen.
Un abrazo
Me acordé qué era lo otro que quería comentar. Cómo me cuenta el final del Erizo!!!
Saludos
PD: le dediqué mi post "Plumas veloces"
jajaja... no pude haberle contado el final porque no he terminado de leerla. Pero uno de los eventos que le hacen cuestionarse si debe o no suicidarse es el Maorí que la tocaya ve en el partido de... ay! de ese futbol-americano-no-tan-violento que juegan los ingleses... ¿cómo se llama?
¡¡¡Rugby!!! .. eso...
gracias por la dedicatoria... ;)
Recién terminé de ver la película y pasé a ofrecer disculpas.
Saludos
`¡¡¡a poco hay película!!!????
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