De acuerdo a Vitruvio, una nueva corona con forma de corona triunfal había sido fabricada para Hierón II, quien le pidió a Arquímedes determinar si la corona estaba hecha de sólo de oro o si le había agregado plata un orfebre deshonesto. Arquímedes tenía que resolver el problema sin dañar la corona, así que no podía fundirla y convertirla en un cuerpo regular para calcular su densidad. Mientras tomaba un baño, notó que el nivel de agua subía en la tina cuando entraba, y así se dio cuenta de que ese efecto podría ser usado para determinar el volumen de la corona. Debido a que el agua no se puede comprimir, la corona, al ser sumergida, desplazaría una cantidad de agua igual a su propio volumen. Al dividir el peso de la corona por el volumen de agua desplazada se podría obtener la densidad de la corona. La densidad de la corona sería menor si otros metales menos densos le hubieran sido añadidos. Se dice que cuando Arquímedes se dio cuenta, salió corriendo desnudo gritando ¡Eureka! ( εὕρηκα! : ¡Lo he encontrado!)"
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El filósofo, se supone, resuelve problemas. Bueno, se supone que busca la verdad, ama la sabiduría y vive bajo las alas del asombro y el autocuestionamiento. Pero para lograr todo eso, antes debe resolver un gran número de problemas. El filósofo anda siempre en busca de la verdad, pedirle que se siente en una sillita y dedicarse a pintarla, dibujarla, fotografiarla: hacer un modelo de ella -o si es posible, alcanzarla, mezclarse con ella... pero las esperanzas del filósofo de la que la verdad afloje de esa manera ya pasaron hace algunos ayeres... no para todos, pero sí para muchos. Así, pues, aunque sólo el hombre libre pueda ser filósofo, su actuar no es precisamente indeterminado: le viene de su objeto de amor la total determinación. Nadie decide a quién amar, ni tampoco qué tanto. Uno ama, y se las ingenia para llevar a cabo ese amor (para hacer feliz al otro, o simplemente para que ese otro se percate de que uno existe -amor muy adolescente). Así que el fin está ahí, no lo elegimos. Y es la causa final de nuestra acción. Todo lo demás, el lugar que le queda a la creatividad es la del ingeniero: resolver el cómo. Y no es nada trivial (y ¿será por eso que el filósofo más famoso del siglo XX haya sido, justamente, ingeniero?) Pero resolver problemas requiere de ingenio y éste requiere también de inspiración. Cuenta la leyenda -me acabo de enterar que en su autobiografía... la leyenda es Avicena, por supuesto- que por más que leía y leía la metafísica de Aristóteles, nomás no podía entenderle -y ahora con el Z de Metafísica comprendo la angustia-. Finalmente dio con el comentario de Alfarabí y ¡sorpresa! lo entendió todo de pronto. Y tanta fue su alegría que salió a las calles a dar Salam -y yo ando buscando alguna traducción de su autobiografía, porque dicen que ese pasaje es hermoso sobremanera. Así, como Arquímides que tuvo que ir al baño público, sumergirse en las tinas, y dejarse empuja por el agua... ¡el agua!... así cualquier ingeniero del pensamiento espera a que advenga la solución. ¿Recuerdan ustedes cuando en la prepa resolvían ejercicios de geometría analítica? (digo: les pregunto a quienes lo disfrutaban). Era seguir las reglas, una tras otra, y de pronto llegar a un lugar silencioso, donde la voz de ninguna regla se hacía presente. Ahí el pensamiento discursivo se agotaba. Y a uno no se le ocurría mas que volver a recorrerlo todo el camino, analizar las fórmulas, los planteamientos, hasta llegar otra vez al silencio. Así como Arquímides por más que repasaba todo no daba con la idea. Así como Avicena leyó 14 veces la Metafísica. A veces, mediante el discurso viene alguien y nos explica, así como las páginas de Alfarabi iluminaron a Avicena. A veces una imagen -el cuerpo de Arquímides que flotaba y desplazaba agua le trajo la solución de cómo medir la densidad de la corona de oro-. Pero lo cierto es que el proceso de comprender el asunto no es discursivo, o por lo menos no se nos presenta ante nosotros mismos así. Sin que nosotros sepamos qué pasa, qué procesos ocultos están ocurriendo fuera de "nuestra mirada", de pronto algo hace 'click', y cae como un golpe sobre nuestos ojos: hemos comprendido. Comprender implica dar con la estructura de algo: eso, finalmente, es la solución a un problema. Tenemos un "todo" al que le falta una pieza, algo que no queda. Cuando 'comprendemos' lo que ocurre es que entendemos exactamente cómo es ese todo. Nos lo figuramos completamente, y entonces sabemos qué faltaba y cómo colocarlo. Y esa idea adviene como un golpe de inspiración. Pero ya lo decía ¿Picasso?: ella debe encontrarte trabajando. Yo necesitaba mi idea. Y la idea llegó.
Y sigo sin entender por qué no estoy contenta.
(Algo ha de tener que ver con una quaedam confesión sobre la nostalgia que alguién sintió por los moderniorum, esa misma que sentí yo hoy cuando hablaban de modalidades y mundos posibles y esas cosas. Yo llego siempre tarde a todos lados, así que no me apura tanto empezar a deshoras a hacer otra cosa. Yo nunca estoy en el lugar correcto, así que ya me puse a resolver el librito de teoría de conjuntos: si la inspiración o la muerte me van a encontrar de todos modos, que me encuentren trabajando. Y una tristeza similar a la que siento hoy -sólo que aquél día llevaba chamarra de mezclilla- fue la que provocó en mi un arrebato de dejar a Plotino -pues ahora resulta que la mía es melancolía de los antiquorum- e irme tras quaedam a donde fuese que él quisiese llevarme)
1 comentario:
Los filósofos, por suerte, no resolvemos problemas.
Los creamos.
(Cht. Pero no se lo digas a nadie...)
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